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Crítica | Peret, yo soy la rumba
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El hombre que hizo lo que quiso

Peret vivió con una rotunda espontaneidad y sin miedo a nada, ni para reírse de sí mismo ni para experimentar con la música ni para cantar temas con letras extravagantes

Javier Ocaña
Imagen del documental 'Peret, yo soy la rumba'.
Imagen del documental 'Peret, yo soy la rumba'.

Un maravilloso gag cómico de corte surreal junto al dúo Tip y Coll, emitido en la Televisión Española de 1976, bien podría ejercer de paradigma de la figura de Peret: un tipo del pueblo y para el pueblo, haciendo lo que le daba la real gana, con una rotunda espontaneidad y sin miedo a nada, ni para reírse de sí mismo ni para experimentar con la música ni para cantar temas con letras inigualables en su extravagancia.

PERET, YO SOY LA RUMBA

Dirección: Paloma Zapata.

Género: documental musical. España, 2018.

Duración: 90 minutos.

Peret, yo soy la rumba, estimable documental de Paloma Zapata, lo cala bien. Pedro Pubill Calaf, que así se llamaba, fue toda su vida un jeta con talento. Un “gitanito moderno y de capital” hecho a sí mismo, un “espabilao” que supo bucear a contracorriente entre el abismo entre ricos y pobres, con una capacidad suprema para captar por dónde respiraban los demás. Y Zapata lo retrata con la ayuda de su familia, de conversaciones filmadas especialmente para la película, análisis musicales y entrevistas, acompañadas de un ingente material de archivo bien ordenado (de prensa, fotográfico, actuaciones en vivo y para televisión), y de puntuales apoyos en reconstrucciones dramáticas cortas y sutiles, con las que la directora sale bien parada a pesar del sempiterno peligro de su ejercicio.

La voz del hombre de los tres idiomas, caló, catalán y español, en los que todos cantó sus rumbas sociales, y que por desgracia desapareció de sus más importantes papeles en cine (El taxi de los conflictos, A mí las mujeres ni fu ni fa, El mesón del gitano…), por culpa de aquellos desoladores doblajes posteriores, tan característicos de la época, es la voz de alguien que sabía lo que se hacía. En todos los sentidos. En el musical, con esa influencia de Pérez Prado y su mambo, con el secreto de los dos palmeros y sus muy especiales compás y fuerza. Y en el personal, con un don de gentes apto para todos los públicos, y sin esconder nada a pesar de sus inicios como vendedor-timador.

Quizá se echa en falta un mayor y más profundo análisis de su deriva religiosa evangelista (“¡Tuve una visión!”), sobre todo con la familia, un giro vital tan interesante visto desde fuera como superficial dentro del documental. Pero, en general, el trabajo de Zapata es muy digno. Y el icono del hombre que nunca murió, que estaba de parranda, absolutamente reconocible. Como en el gag con Tip y Coll.

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Sobre la firma

Javier Ocaña
Crítico de cine de EL PAÍS desde 2003. Profesor de cine para la Junta de Colegios Mayores de Madrid. Colaborador de 'Hoy por hoy', en la SER y de 'Historia de nuestro cine', en La2 de TVE. Autor de 'De Blancanieves a Kurosawa: La aventura de ver cine con los hijos'. Una vida disfrutando de las películas; media vida intentando desentrañar su arte.

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