Excavaciones en la zona cero de ‘El último mohicano’
Hallados restos humanos en el área de Fort William Henry, escenario central de la novela de Fenimore Cooper y de la película con Daniel Day-Lewis
La noticia de la reciente aparición de restos humanos en los escenarios reales de El último mohicano ha acelerado los corazones de todos los que tenemos una debilidad por James Fenimore Cooper, Uncas, Hawkeye y ni te digo Madeleine Stowe. Unos trabajos de construcción en la región de las montañas Adirondacks (“puerco espín” en mohawk), al nordeste de Nueva York, cerca del lago George, han sacado a la luz huesos desperdigados de la época y el sitio está siendo investigado por arqueólogos bajo la dirección de David Starbuck de la universidad de Plymouth, según informa la revista Archeology.
¿Hemos dado con los huesos del joven mohicano hijo de Chingachgook y malogrado retoño de su raza?, ¿con los de su matador el malvado hurón Magua, caído a su vez ante el largo rifle de Hawkeye (o la maza del padre de Uncas en la estupenda película de Michael Mann de 1992 con Daniel Day-Lewis)?, ¿con los del padre de las chicas Cora y Alice, el coronel británico Munro, que muere muy malamente en el filme bajo el cuchillo de Magua? Es muy improbable dado que los dos indios de Fenimore Cooper son criaturas de ficción (aunque es cierto que existió un Uncas, no era el de la novela), y que Munro (Monro), que sí es un personaje completamente real, sobrevivió a los hechos narrados en El último mohicano para morir súbitamente en la calle en Albany de un infarto, que no es lo mismo que te arranque el corazón un indio cabreado. Pero que no nos reste todo eso entusiasmo. De alguien han de ser los huesos.
Los supervivientes que fueron llegando horrorizados en lento goteo al vecino Fort Edward contaron historias espeluznantes que contribuyeron a la épica fundacional de EE UU
El asedio y la toma de Fort William Henry (1757), el fuerte de la novela y la película, por parte de los franceses y sus aliados indios es un hecho histórico, como lo es, con matices, la matanza posterior a la rendición de los británicos perpetrada por nativos desmadrados. Es decir, que los restos humanos podrían pertenecer a algunos de los soldados o indios que participaron en ese episodio de la Guerra Francesa e India, como la denominan los estadounidenses, y que fue una extensión colonial en el continente americano de la rivalidad franco británica que condujo a la Guerra de los Siete Años.
Las fuerzas del marqués de Montcalm, un tipo bajito y algo regordete pero enérgico y definitivamente interesante en la interpretación que de él hizo Patrice Chéreau, nada menos, consiguieron la rendición de Fort William Henry el 9 de agosto tras un asedio de seis días y al ser conscientes los británicos de que nadie vendría a rescatarlos y de que la artillería francesa, que iba avanzando posiciones, pronto reduciría la empalizada del fuerte a astillas. Munro aceptó capitular ante las honrosas y muy europeas condiciones (bandera, espadas, etcétera) que prometió Montcalm, todo un seigneur; pero los aliados indios, a los que se había prometido botín, se quedaron con el pie cambiado. Fue por eso que al abandonar el fuerte la columna de confiados británicos y sus familias los atacaron, sin que los franceses pudieran o quisieran templarlos. Algunas fuentes sugieren que el inicio del asalto lo protagonizaron un contingente de abenakis especialmente molestos, aunque en realidad puestos a que te peguen un hachazo tanto da que los indios sean abenakis o iroqueses, incluso poco importa que sean indios.
Los supervivientes que fueron llegando horrorizados en lento goteo al vecino Fort Edward contaron historias espeluznantes que contribuyeron a la épica fundacional de EE UU. De alguna manera, El último mohicano convirtió Fort William Henry en la Troya americana, con el Príamo Munro y sus hijas raptadas (en realidad tenía dos hijos varones y una chica), la traición (Magua, el Zorro Sutil, sería un Ulises con cresta) e incluso el Eneas Hawkeye que daría origen a la nueva raza que recogería el testigo para el dominio del mundo. Montcalm quedó como un villano (“carecía de ese valor moral sin el cual ningún hombre es verdaderamente grande”, escribe Fenimore Cooper en su novela: tenía que haber visto a Chéreau). En realidad, parece que la masacre de Fort William Henry no fue tanta. Fenimore Cooper describe indios estrellando niños contra las rocas, mujeres despiezadas a golpe de tomahawk, crueldad y barbarie tremendas, con algunos indios que se hincaban, relata, para beber la sangre de sus víctimas, y apunta que murieron entre 500 y 1.500 personas. Pero fuentes modernas reducen la cifra incluso hasta solo medio centenar.
Si hablamos de restos relacionados con El último mohicano, hay que recordar que en la campaña de Montcalm y el asedio de Fort William Henry participaron catalanes, en el batallón del Royal Roussillon
En la zona de Fort William Henry, en la actualidad un área vacacional, ya se realizaron excavaciones en los años cincuenta y sesenta y se encontraron cosas tan interesantes como lo que se identificó con el cementerio militar del fuerte, numerosos esqueletos, uno significativamente decapitado y otro (Burial 14) perteneciente a un nativo americano, y un cráneo con una brecha brutal que podría muy bien haber sido provocada por un tomahawk. El propio fuerte, que había sido arrasado por Montcalm antes de retirarse a Canadá, fue reconstruido más o menos en el mismo sitio en los cincuenta. El nuevo Fort William Henry, una gran atracción turística, sufrió un incendio provocado en 1967 -del que no podemos culpar a Montcalm porque murió, valientemente, en la batalla de las Llanuras de Abraham en 1759-, pero sigue en pie y visitable. Durante años se exhibían algunos de los esqueletos hallados, identificados como de soldados británicos, hasta que en 1993 se decidió reenterrarlos.
Es normal que por toda esta zona vayan apareciendo viejos restos humanos. Ha sido un lugar históricamente muy transitado y batallado y también se produjeron enfrentamientos durante la guerra de Independencia de EE UU. De hecho, no está claro si los restos hallados ahora, a cerca de un kilómetro de Fort William Henry, que parecen ser de europeos y corresponder a casi una docena de personas, pertenecen a la época de la guerra contra los franceses o a la otra, unos años después (1775-1783). Puede que sean de alguno de los muchos ingleses que mató Mel Gibson en El patriota. Hace tres años el propio Starbuck excavó un interesante fuerte británico inacabado en las mismas orillas del lago George, Fort George, cuya construcción se detuvo al conquistarles en 1759 a los franceses Fort Carillon, rebautizado Fort Ticonderoga, y dejar de ser necesario.
Si hablamos de restos relacionados con El último mohicano, hay que recordar que en la campaña de Montcalm y el asedio de Fort William Henry participaron catalanes (de nacer antes ¡podía haber ido yo!) enrolados en el batallón del regimiento Royal Roussillon que Francia envió a combatir a Norteamérica. Así que, aunque no tengamos a Uncas, a lo mejor tenemos a un puñado de compatriotas que se batieron el cobre, entre indios y bosques, en una de las grandes aventuras de la historia.
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