Guerrilla artística
Ramos del Val reincide con una apuesta suicida sobre la realidad y el deseo, entre la intriga, el terror y la crítica social, protagonizada por una mujer que espera a una cita en casa
Ahora que tanto se habla (y con razón) de la relativa alergia de cine español al político, a la reconstrucción histórica del poder contemporáneo o reciente, sería bueno acordarse de aquellos que lo intentaron en tiempos aún más alarmantes para el género. Norberto Ramos del Val lo intentó en la tan desigual como satisfactoria y valiente Muertos comunes (2004), una historia ambientada en la policía y en la cúpula militar del tardofranquismo. Sin embargo, aquel trabajo, su obra de debut en el largometraje, ha sido el único de su carrera con unas condiciones presupuestarias y de producción, digamos, solventes y estándares.
LUCERO
Dirección: Norberto Ramos del Val.
Intérpretes: Claudia Molina.
Género: intriga. España, 2018.
Duración: 70 minutos.
Desde entonces, Del Val se ha tenido que conformar con el cine de guerrilla; o, mejor dicho, se ha negado a conformarse con no poder hacer películas en condiciones profesionales, apuntándose con fiereza, y resultados dispares, a ese cine posibilista de carácter underground de gente, de tan distintos objetivos, estilos y resultados, como Fernando Merinero, Pablo Llorca y el Ventura Pons de sus últimos tiempos. Supervivientes natos de la creación.
Así, tras obras como Hienas (2009), Faraday (2013) y Call TV (2017), el director reincide con Lucero, apuesta suicida sobre la realidad y el deseo, entre la intriga, el terror y la crítica social, protagonizada por un único personaje, una mujer que espera a una cita en casa, y sin una sola palabra de texto. Una especie de nueva versión para tiempos del Tinder de El amor, la película de Roberto Rossellini basada en el mítico monólogo de Jean Cocteau La voz humana, pero sin verbalizar absolutamente nada.
Con ecos de Repulsión, e incluso del cine del cuerpo de David Cronenberg, Lucero fija su objetivo en la mirada esquiva y perturbadora de la actriz Claudia Molina, y se centra en lo que a veces puede haber detrás de todos esos selfis en solitario para las redes sociales, detrás de esas mentes y cuerpos desolados, a la espera de alguien que quiera abrazarlos. Todo ello en unas condiciones de producción y filmación harto complicadas, y con el apoyo de una constante música electrónica que, por momentos, hace pensar en Arrebato, y en Molina como una reinterpretación femenina del Will More de la película de Zulueta.
Sostener algo así durante 70 minutos es complicadísimo hasta para el mejor de los cineastas. Y Del Val no lo consigue, pero su esfuerzo (y algunas de sus ideas) resultan encomiables.
Babelia
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