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Peligro: este museo está abarrotado

El éxito de visitas pone en riesgo la experiencia ante las obras de arte y cuesta aclarar cuál es el límite que diferencia accesibilidad de masificación

Visitantes en la sala de La Gioconda del Louvre.
Visitantes en la sala de La Gioconda del Louvre.Charles Platiau (REUTERS)

Cuando usted lea este artículo casi 200.000 personas habrán pasado, desde el 1 de enero, por la sala del Louvre donde cuelga La Gioconda. Antes de que acabe el mes, solo esta sala habrá tenido más visitas que el Museo Arqueológico Nacional de España en un año entero. Cada día se asoman más de 20.000 visitantes a la habitación del icono de Leonardo, ojo: el 30 de abril de 2018 el Museo del Prado recibió 13.820 visitantes, fue el día de mayor afluencia. El museo madrileño cerró el año con 2,9 millones de visitas, muy lejos de los 10,2 millones de personas circulando –con dificultad– por las salas del parisino. Es un crecimiento del 25% respecto al año anterior, es decir, alguien entra cada dos segundos. Más del 70% de los visitantes no son franceses.

El Louvre se ha convertido en el Everest del turismo cultural, que según el Consejo Internacional de Museos (ICOM), tiene por objetivo “el conocimiento” y contribuir al mantenimiento y la protección del patrimonio. Pero, ¿es posible “el enriquecimiento personal” en un museo en estas condiciones de aglomeración? “Por supuesto que no”, responde Alicia Castillo, presidenta del Consejo Internacional de Monumentos y Sitios (ICOMOS). “Para disfrutar de la visita necesitas condiciones que facilitan la contemplación. Todo lo que sea acumular personas en un mismo lugar es insostenible. La masificación solo trae deterioro. De todas maneras, el problema de los museos del siglo XXI no es que vaya mucha gente a los museos, prefiero que los museos mueran de éxito a verlos vacíos”, añade. Quizá el público no tanto.

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“La multitud que se agolpaba delante de la obra me hizo complicadísima la explicación”, comenta una guía de museos con diez años de experiencia sobre su última visita al Jardín de las delicias de El Bosco, en el Museo del Prado. “No es una pintura fácil, porque es muy detallista y para verla y explicarla con detenimiento habría que estar a solas con ella cerca de 20 minutos, pero eso es imposible en un museo como éste”, cuenta la guía, que prefiere no aparecer con su nombre. Llama la atención y alerta sobre los visitantes que vagan ciegos por los museos, sin apreciar ni atender, instagrameando... De hecho, hace cuatro años la cantante Beyoncé estuvo junto a La Gioconda, se retrató y subió su retrato a su perfil de la red social, con 840.000 me gusta. Este 2018 rodó el vídeo del tema Everything is Love en el Louvre y fue uno de los motivos del éxito en audiencias.

Aforo para vivir

Delante de La Gioconda no puede haber más de 200 personas. Frente al Guernica, nunca superarán las 80. Son aforos para no poner en riesgo las piezas. El Prado no tiene aforo ni en la sala de El jardín de las delicias ni en Las Meninas, solo se aforan las temporales, como ocurrió en la popular exposición de El Bosco, donde según el museo “hubo menos de 500 quejas”. Todas hacían referencia a que había demasiada gente y no se podía acceder. Noelia Ibáñez Pérez es la responsable de público del Prado y cuenta que ultiman una herramienta big data contra la masificación y la optimización de recursos. En el Prado, el 60% es público extranjero.

El éxito no es la audiencia desorbitada, sino “la experiencia grata”, cuenta Jorge García Gómez-Tejedor, jefe de restauración del Reina Sofía, quien aboga por la organización y la previsión para evitar la masificación. Hay que situarse más allá de las cifras porque si un gran número de visitantes pasan por la exposición sin aprender nada “es un fracaso”. Esa es una de las conclusiones del informe La experiencia de la visita al museo (2013), realizado por el Ministerio de Cultura.

No hay por qué visitar los originales. La reproducción es una alternativa de carácter interpretativo muy válida Alicia Castillo

Lucas García Guirao, subdirector adjunto de Museos Estatales, explica a este periódico que “las aglomeraciones no son el mejor entorno para tener una experiencia adecuada en un museo”. Aunque apunta que “peor que el turismo masivo es la ausencia de turismo”. Entonces, ¿los museos deben ser accesibles, pero no mucho? “Los museos se dirigen a la ciudadanía y debemos diversificar las visitas para evitar aglomeraciones en un único museo. Por eso es importante cuidar la fidelidad del visitante”, explica.

Quizás nos estemos equivocando de preguntas. Y lo realmente importante para determinar la calidad de un museo o una exposición no sea cuánto se ha aprendido, sino qué ha visto, oído, sentido hecho o experimentado el visitante. La experiencia es un fin en sí mismo y la masificación es su kryptonita: “Conllevan experiencias negativas”, dice Eloísa Pérez Santos, investigadora de públicos en museos y exposiciones. “Los museos atestados pueden ser altamente distractores a causa de un ambiente ruidoso, exceso de calor y gente y una gran cantidad de objetos expuestos. La experiencia puede llegar a ser estresante y eso es incompatible con la satisfacción”, dice la especialista.

Avalancha china

Y la riada de personas no va a parar de crecer. La experta en turismo cultural y coordinadora del Grado de Ciencias Políticas en la Universidad Complutense, María Velasco González, avisa de la incorporación de sociedades que habían permanecido al margen del ocio vacacional internacional, como la china. Por eso cree que debemos abandonar la idea, “naif e interesada” de que “el cuestionamiento de los límites del turismo pone en riesgo una actividad económica fundamental en nuestro país y en el planeta”. Y apela a “la responsabilidad” de los gestores turísticos y gestores del patrimonio para proteger el legado.

Pero es un debate sin resolver: nadie aclara cuál es el “uso responsable” de los bienes patrimoniales en el enfrentamiento entre la industria del turismo y la protección del patrimonio. Por si fuera poco, en este choque el Louvre es una excepción: “La mayoría de los museos están vacíos”, dice Alicia Castillo, que es partidaria de la creación de réplicas para la salvaguarda del patrimonio ante la afluencia masiva de turistas. “No hay por qué visitar los originales. La reproducción es una alternativa de carácter interpretativo muy válida, como ocurre en las cuevas de Altamira”. La cultura china tampoco detesta la copia.

A los museos les está costando establecer el equilibrio entre la accesibilidad y la masificación, de diferenciar entre lo que es una visita y una experiencia, entre un turista y un visitante. “El límite es el que haga posible la visita”, apunta José Luis Pérez Pont, director del Centre Carme de Valencia y gerente del Consorci de Museus de la Comunitat Valenciana (CMCV), que destaca que la misión del museo es más importante que las audiencias. De hecho, aboga por la accesibilidad y las cifras lo avalan: llegó al museo en 2016, con 71.000 visitantes, ha cerrado 2018 con 342.000 personas. “La masificación genera un efecto contrario a la accesibilidad y la agitación cultural”, dice el director de un museo que el 20% de sus visitantes es extranjero. “Este museo es para el ciudadano y el Louvre para los turistas”, remata.

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