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JAVIER SOLANA | Primer ministro de Cultura del socialismo

“El nivel del debate parlamentario es deplorable”

El político repasa su labor al frente del ministerio en el primer Gobierno del PSOE y lamenta la pérdida de cultura democrática en España

Javier Solana posa en el jardín de ESADE en diciembre.
Javier Solana posa en el jardín de ESADE en diciembre.Andrea Comas
Juan Cruz

A Javier Solana (Madrid, 1942), primer ministro de Cultura de la historia democrática del PSOE, le preocupa ahora más la cultura democrática que la cultura propiamente dicha, de la que se ocupó cuando Felipe González lo colocó en ese ministerio, en 1982. De lo primero que hizo entonces, para aventar la herencia franquista de las instituciones, fue liberar al Círculo de Bellas Artes de los residuos ultras del pasado. Y por eso esta entidad más que centenaria le entregó su Medalla de Oro. Esta entrevista con el que también fue míster Pesc, al cargo de las relaciones mundiales de la UE, y jefe de la OTAN, gira en torno a su experiencia como el ministro que llegó a su cargo cuando estaba en auge la movida.

Pregunta. ¿Cómo halló usted la cultura que pusieron a su cargo?

Respuesta. La muerte de Franco y las primeras elecciones generaron la utilización del espacio público. Eran los años de la movida, que cuando llegué estaba en su esplendor. Pensé entonces que había que impulsar las infraestructuras culturales. Y abordé algunos símbolos. Antes del nombramiento fui a visitar a nuestro único Nobel vivo, Vicente Aleixandre: era un momento de respeto a la cultura en su máximo esplendor, y él lo interpretó así. EL PAÍS debió de valorarlo también así, pues sacó en portada esa visita: me sorprendió que lo destacara tanto.

El debate parlamentario es deplorable. A mi me entristecen muchos esos comportamientos. La cultura democrática está cayendo en España

P. Usted dijo entonces que el Gobierno consideraba la cultura “el instrumento fundamental del cambio”.

R. Y por eso comprendió que el cultural no era un gasto excesivo, como el de una autopista o un acueducto. En estos cuarenta años ha habido recortes, transferencias, fundamentalmente en Cultura, y hoy el ministerio no tiene más que la supervisión. Y las comunidades son conscientes de que el apego a la cultura es bueno para los gobiernos y para la gente. Ha habido momentos en que se ha exagerado, que se han hecho museos a ver quien lo hacía más grande, aunque luego el museo no fuera para tanto.

P. ¿Llevaba usted un plan a aquel primer Gobierno?

R. No sabía que iba a ser ministro. Fueron saliendo las cosas. Por ejemplo, con respecto al Museo del Prado. Decidimos, por ejemplo, limpiar Las meninas de Velázquez. Y no quisimos mostrarlas al público sin saber qué pensaban de sus colores personas como Rafael Alberti y Antonio Buero Vallejo, que vieron el cuadro en su antiguo esplendor. A Alberti se le saltaron las lágrimas. “¡Es que estos son los azules, estos son los rojos, estos son los colores que yo recuerdo!”. Me había dicho Alfonso Guerra: “Javier, los gobiernos caen por muchas cosas, pero como te equivoques con Las meninas los socialistas perdemos el Gobierno ¡y además lo perdemos para toda la vida!”. Me autorizó, me lie la manta a la cabeza y salió bien. Como salió bien la limpieza de La marquesa de Santa Cruz, de GoyaYa no hacíamos la movida, abordábamos infraestructuras para darle a este país más espacios públicos para la cultura.

Hay que tener en cuenta, por ejemplo, que el Museo del Prado dispone de un presupuesto que no viene sólo del Estado, la mayor parte lo sufraga la sociedad

P. Alberti recibió el Cervantes, regresaron otros autores del exilio, se preocuparon ustedes de recuperar símbolos de recuperación democrática…

R. Es que la política tiene un componente simbólico muy significativo. Este era el primer Gobierno socialista de la historia de España. Y esto nos correspondía hacer, recuperar metáforas del exilio que produjo la Guerra Civil.

P. ¿Y qué huella ha de dejar la política en la cultura?

R. Yo tenía mis dudas sobre si el Ministerio de Cultura debía existir o no, de si la cultura debía ser liderada por el Gobierno o debía ser la sociedad la que la liderara. Decidimos que fuera el Gobierno porque estimamos que el cambio no significase solo la movida. Y se hicieron muchas cosas, en Madrid y en toda España. Hicimos el cambio, por ejemplo, en el Círculo de Bellas Artes.

P. Que por esto lo premia.

R. Empezó en junio de 1983. El primer director fue Martín Chirino, aquello estaba lleno de gente de la cultura, como Rafael Canogar y Juan Genovés, y Martín hizo una labor estupenda. Nosotros lo recuperamos, pero en seguida fue el mundo de la cultura la que lo tomó en sus manos, hasta ser una entidad no solo madrileña sino, yo diría, de categoría internacional.

P. Entre sus sucesores hubo un amigo suyo, de particular historia política europea, Jorge Semprún…

Tuve la oportunidad de representar la cultura española en un momento en que en el extranjero todo lo que hacíamos se miraba con mucho cariño

R. Un gran amigo que había dedicado gran parte de su vida a la política, clandestina también. Era un hombre muy culto, sobre todos los temas tenía una opinión particular. En el Consejo de Ministros fue muy importante su contribución: sabía donde estaba e interpretó aquello como una experiencia con la que no podía soñar. 

P. ¿Qué huella le dejó a usted este paso por la gestión de la cultura?

R. Me dejó, sobre todo, muchos amigos. Empecé a intentar la idea del mecenazgo, lo que me permitió abrir el camino a la cultura de mucha gente que tenía recursos para ayudar. El mecenazgo sigue pendiente como ley porque este no es un país de mecenas, pero los que hay no tendrían porque ser como los Médicis. Pero hay que tener en cuenta, por ejemplo, que el Museo del Prado dispone de un presupuesto que no viene solo del Estado, la mayor parte lo sufraga la sociedad. Y tuve la oportunidad de representar a la cultura española en un momento en que en el extranjero todo lo que hacíamos, en la Transición e inmediatamente después, se miraba con mucho cariño…

Yo tenía mis dudas sobre si el Ministerio de Cultura debía existir o no, de si la Cultura debía ser liderada por el Gobierno

P. ¿Y ahora cómo nos ven?

R. Creo que no ha bajado mucho la estima, pero es que cuando ocurre algo como fue la Transición el suflé sube. Luego baja un poco y ahí se queda, más o menos, no baja a cero. 

P. ¿Y cuál es su propia percepción? ¿Se transfirió demasiado?

R. Las transferencias se hicieron para reconocer las particularidades culturales de las comunidades de España. Creo que no han hecho daño; quizá ha habido alguna exageración de gasto, pero Cultura no es como Autopistas o Puentes, así que si te equivocas un poco no pasa tanto… En el ámbito cultural casi todo se ha hecho pacíficamente y creo que no queda casi nada por transferir. En eso creo que hemos encontrado un equilibrio estupendo.

P. ¿Cree que este país tiene ahora la potencia cultural que ustedes soñaron al ponerse al frente de la cultura oficial?

R. Aquí hay un buen nivel cultural. Lo que más me preocupa es que la cultura democrática baje de calidad. Me importa la mala utilización o la mala calidad de la cultura democrática. Ahí hemos perdido un poco de calidad.

P. ¿Qué ha pasado?

R. Es un pecado que ha pasado en muchos sitios; en este último tiempo ha sido puesto de manifiesto por la crisis económica. Aquí tenemos debates democráticos pobres, desde la pura retórica, desde el propio modo de hablar. El nivel del debate parlamentario es deplorable. A mí me entristecen muchos esos comportamientos. La cultura democrática está cayendo en España.

P. ¿Cómo defenderla?

R. En la escuela, en la universidad, en el sistema educativo, en los medios de comunicación, donde erratas y errores tanto abundan… Kenneth Clark dice en su libro Civilización (Alianza Editorial, 1979) que España estaría en un libro de genialidades culturales, pero que aquí no se produjo nunca una ruptura cultural importante, aquí no se inventó el barroco, o el gótico, no fuimos los rompedores de la historia cultural… Y eso exige esfuerzo, lectura y tiempo, además de genio.

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