Juan Mayorga: “La dramaturgia española vive un gran momento”
El autor dirige en el Centro Dramático Nacional una de sus últimas obras, 'El mago'
Se puede ser el autor español vivo más representado del momento y, a pesar de ello, estar nervioso ante un estreno. El martes pasado, en la penumbra de un rincón del Teatro Valle-Inclán de Madrid, a punto de comenzar uno de los últimos ensayos de El mago, Juan Mayorga (Madrid, 1965) lo estaba. Tiene publicadas cerca de cuarenta obras, pero solo es la quinta vez que dirige una de ellas, después de La lengua a pedazos (2012), Reikiavik (2015), El cartógrafo (2016) e Intensamente azules (2018). “Si siempre me ha costado llamarme dramaturgo, más todavía me cuesta considerarme director. Uno nunca deja de sentirse forastero. De hecho, solo me atrevo a dirigir piezas mías”, explicaba a EL PAÍS.
El mago, como toda la producción de Mayorga, nació de una iluminación. Todo aquel que lo conoce sabe que en cualquier momento puede sacar del bolsillo del pantalón una de esas libretillas minúsculas (siempre iguales) en las que apunta ideas, reflexiones, posibles temas para una obra, una frase para un diálogo… Hace un par de años, en un arranque de valentía, el dramaturgo se presentó voluntario para ser hipnotizado en un espectáculo de magia. “Pero después de hacerme unas pruebas, fui declarado no apto y me mandaron a mi sitio. Enseguida apunté varias preguntas: ¿por qué he sido rechazado?, ¿cómo sé que no estoy hipnotizado?, ¿qué ocurriría si esa gente que sí ha sido admitida vuelve a casa todavía hipnotizada? Vi algo poderosamente teatral en todo eso y sentí el deseo de escribir esta obra”, recordaba el martes.
Le salió una comedia fantástica. “Bueno, según se mire. Es cierto que ocurren cosas que van contra la lógica: esa mujer que regresa a casa volando y asegura que sigue hipnotizada. Pero la obra está planteada de tal forma que invita al espectador a cuestionarse si lo que está viendo es una extravagante fantasía o algo que puede suceder en cualquier hogar. En todo caso, la intención es que sea capaz, como la protagonista, de mirar la realidad de otra manera, cuestionar la rutina, protestar contra la inercia”, explica el autor. Algo de Ionesco, Beckett y hasta Jardiel resuena en todo esto.
Cuenta Mayorga que cuando él empezó a escribir teatro, muy a finales de los ochenta, una atmósfera de tristeza envolvía a la profesión. “No había fe. Mucha gente me aconsejaba que hiciera novelas o me dedicara al cine, que no había futuro en el teatro”, recuerda. Hoy en cambio el ambiente es efervescente. “Vivimos un momento muy interesante, hay una nueva generación de autores muy dinámica y el escenario ha vuelto a ser un lugar apetecible tanto para los creadores como para el público”, asegura.
Parte de ese cambio, aunque su modestia le impide reconocerlo, se debe al trabajo que en estas tres últimas décadas han desarrollado creadores como el propio Mayorga. Obras como El traductor de Blumemberg, Cartas de amor a Stalin, Himmelweg o El cartógrafo, traducidas y representadas en todo el mundo, son la prueba de que la escritura dramática es un género vivo que puede alcanzar las más altas cotas literarias. Incluso también hacer merecedor a su autor de un sillón en la Real Academia Española, mérito que le fue concedido el pasado abril, aunque todavía no ha entrado oficialmente porque aún está preparando el discurso de ingreso.
El tema de ese discurso lo tiene claro desde que supo que había sido elegido: el silencio. “Al ser esta una entrada en la casa de las palabras, me pregunté qué palabra sería la más irrenunciable para mí. Y la respuesta fue clara: el silencio. No solo por el valor que tiene en el teatro, también en la vida. El silencio es el soporte de las palabras y a la vez su frontera. Pienso también en las grandes pronunciaciones del silencio en el teatro, por ejemplo, en La casa de Bernarda Alba. Es lo primero y lo último que dice Bernarda en la obra”, resume.
Esta noche, mientras tanto, la voz de Mayorga volverá a escucharse en la gran casa del teatro español, el Centro Dramático Nacional, una institución que este año cumple su 40º aniversario y que el dramaturgo adora —“Aquí vi mi primera función de teatro, Doña Rosita la soltera—, pues la considera esencial en el desarrollo de las artes escénicas de este país. “Con sus luces y sus sombras, por supuesto, pero es indudable que ha contribuido enormemente a la actual efervescencia. La apuesta por las nuevas dramaturgias que se ha hecho en esta última etapa, con Ernesto Caballero al frente, ha sido decisiva”, opina.
No obstante, advierte: “Como no me parece bueno caer en la euforia, siempre me gusta recordar que hay cimas difíciles de alcanzar: Lope, Calderón, Valle, Lorca. Ellos me mantienen con los pies en la tierra”.
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