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Crítica | Animales sin collar
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Los portadores del secreto

Conviene, con todo, reconocer -y celebrar- la alta ambición con la que Jota Linares, también guionista, afronta este debut

Borja Luna, Daniel Grao y Natalia de Molina, en 'Animales sin collar'.
Borja Luna, Daniel Grao y Natalia de Molina, en 'Animales sin collar'.

La coincidencia en cartelera de dos películas como El reino, de Rodrigo Sorogoyen, y Animales sin collar, primer largometraje del cortometrajista y realizador publicitario de largo recorrido Jota Linares, supone un buen índice del grado en que la acumulación de casos de corrupción política ha permeado nuestro imaginario colectivo. Las dos películas también ofrecen un cierto testimonio de la resistencia que parece tener nuestro cine de ficción para abordar, frontalmente y con todas las consecuencias, las claves de un cine verdaderamente político. En ambos casos, los referentes que han podido servir de inspiración resultan más o menos familiares, antes como un funcional sustrato de reconocimiento que como un (mal)intencionado e insidioso guiño, pero las claves genéricas que acaban tomando el timón del relato son, en un caso, el thriller y, en el otro, el melodrama.

ANIMALES SIN COLLAR

Dirección: Jota Linares.

Intérpretes: Natalia de Molina, Daniel Grao, Ignacio Mateos, Natalia Mateo.

Género: drama. España, 2018.

Duración: 96 minutos.

Conviene, con todo, reconocer -y celebrar- la alta ambición con la que Jota Linares, también guionista, afronta este debut. En Animales sin collar, el acceso al poder de un representante de la nueva política de izquierdas se ve comprometido por la emergencia de un secreto del pasado: su vinculación con la potencial oveja negra de la familia burguesa que tenía empleada a su madre se convertirá en la persistente mancha que ni siquiera podrá borrar una voluntad de transparencia dispuesta a asumir un problemático pasado de adicciones y turbulencias vitales. La película se erige, así, en un melodrama sobre el retorno de lo reprimido que habilita en el territorio de lo íntimo un espacio para los pactos de olvido en nombre del pragmatismo.

Daniel Grao afronta su personaje convirtiendo su rostro en una impecable máscara neutra, cuya apariencia de integridad acaba transparentando el fulgor de la ambición. No es el suyo el papel más agradecido de una función que tiene en los personajes de Natalia de Molina e Ignacio Mateos a los grandes portadores de tensión dramática: los dos son, por decirlo de algún modo, los guardianes del secreto, que la primera intentará proteger por todos los medios frente a las presiones del segundo para desestabilizar el espejismo. La Nora –bautismo nada casual- de Natalia de Molina y el Víctor de Mateos podrían haber sido, respectivamente, la sufrida y sacrificada heroína y el villano de un melodrama más amigo de los arquetipos funcionales que de los claroscuros. Linares y sus intérpretes los elevan para convertirlos en algo más: una identidad emancipada y una figura trágica.

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