Perdida en la ciudad mágica
Formado en el teatro independiente, Antonio Morales se embarca en un cine artesanal sin necesidad –ni ganas- de rendir cuentas a nadie
Cuando, a los pocos minutos de metraje de Marisa en los bosques, un personaje clave, Mina, convaleciente con el corazón roto, le regala a la protagonista el primer disco de Vainica Doble, resulta inevitable pensar que, en ese obsequio, se superpone un gesto del director para buscar complicidades, porque, en cierto sentido, la primera película de Antonio Morales tiene algo de la magia, la fragilidad y el poder de seducción de una de las canciones de ese dúo irrepetible. Como un tema de Gloria Van Aerssen y Carmen Santonja, Marisa en los bosques parte de lo cotidiano –un estado de incertidumbre vital y profesional, el cuidado de una amiga que ha sufrido una ruptura amorosa- para ir sumergiéndose, suave y festivamente, en lo prodigioso e improbable: esa noche donde las drogas son la golosina de patio de colegio por otros medios y donde se manifiestan las magas o se transforman las identidades sexuales, esa ciudad que puede dar paso al bosque profundo si uno se desorienta…
MARISA EN LOS BOSQUES
Dirección: Antonio Morales.
Intérpretes: Patricia Jordá, Aida la Cruz, Carmen Mayordomo, Mauricio Bautista.
Género: comedia. España, 2016.
Duración: 83 minutos.
Formado en el teatro independiente, Morales se embarca en un cine artesanal sin necesidad –ni ganas- de rendir cuentas a nadie, proponiendo un viaje que acaso le deba más a un cancionero indie que a ese Jacques Rivette en el que invitan a pensar los momentos más cercanos a la ensoñación de esta película amablemente extraña. Con puntos de inflexión dramática muy bien colocados –la llamada telefónica, el ensayo teatral delator-, Marisa en los bosques es pura libertad en busca de compañeros de juego.
Babelia
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