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DIARIO DEL TURISTA ENAMORADO | 8
Tribuna
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Horchatas y relojes

El mundo se divide entre la gente que sabe que la horchata es el bien y todo lo que no sea horchata es el mal

Manuel Vilas
Marcos Balfagón

Mira Madon, el mundo se divide entre ricos y pobres, dice el turista enamorado cuando se encamina con su perro a comprarse una sombrilla. Hay ricos que tienen escrúpulos por ser ricos y se hacen de izquierdas y dicen cosas muy bonitas pero no dan la mitad de lo que tienen a una ONG, vamos, no dan ni un 3 por ciento de lo que tienen, y hay pobres, como tú y yo, que simplemente estamos enamorados. Nosotros, al estar enamorados, contemplamos la vida con altitud de miras, y la pobreza y la riqueza pasan ante nosotros como lo que son: dos gigantescos fantasmas vacíos.

Qué caras están las sombrillas. Lo cierto es que para estar cómodamente en la playa necesito una sombrilla. O me han entrado unas ganas desesperadas de comprarme algo, que también puede ser. En eso se basa el capitalismo, en que de repente te entran unas ganas iracundas de comprarte algo. Yo estas ganas las he tenido desde muy pequeñito. Tal vez a ti, Madon, te debería haber comprado en vez de haberte recogido de la calle. Me has salido tan barato que desconfío. De lo que más desconfía un ser humano son de los regalos de la vida. Lo que sale gratis suele ser siempre mentira, por eso.

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Van el turista enamorado y el perro de tiendas por Marbella. El turista se ensimisma en todos los comercios que ofrece el casco viejo marbellí. Ha comprado ya una sombrilla amarilla y azul. Se topan con una tienda de relojes. Y el turista comienza a ver marcas y modelos mientras Madon le espera en la puerta de la tienda. Lo quiero sumergible. Por supuesto, le dice una dependienta. Lo quiero japonés, muy japonés, que no sea suizo, porque Suiza ya no es lo que era, dice. La dependienta ni le escucha. Ah, ya no me escucha nadie en este mundo.

Hacen un alto en las terrazas de la Plaza de los Naranjos, en una heladería. Allí el turista, que se ha comprado un Casio dorado, vintage, de treinta euros, interroga al camarero si la horchata es casera. Y lo es. Se pide un litro de horchata. Por favor, tráigame un poco de agua para Madon, el perro, y señala a Madon con el índice.

Bebe horchata fría mientras se mira el reloj en la mano, todo a la vez, intentando disfrutar al máximo de la vida. Madon bebe agua caliente en un recipiente metálico. Esta horchata es divina, dice el turista enamorado. Amo las horchatas artesanas españolas. La gente se divide no entre ricos y pobres, si me permites la corrección, al fin y al cabo equivocarse es de sabios. No, Madon, el mundo se divide entre la gente que sabe que la horchata es el bien y todo lo que no sea horchata es el mal.

No volveré jamás a beber Coca-Cola. Vayamos a la playa. Y se levantan de la Plaza de los Naranjos y caminan por las hermosas callejuelas de Marbella, y a cada minuto, el turista enamorado levanta al sol su mano y se queda mirando cómo brilla su reloj nuevo. Qué bien me queda, dios santo, dice. Madon, llegado es el momento de que te sea revelado mi nombre. Me llamo Manuel Vilas, ese es mi nombre.

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