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Walter Isaacson | Biógrafo

“Da Vinci no fue un oscuro notario más porque era un hijo bastardo”

El autor de 'Steve Jobs' e 'Innovadores' publica una nueva y brillante aproximación al genio del Renacimiento

El biógrafo Walter Isaacson, ayer en Madrid.
El biógrafo Walter Isaacson, ayer en Madrid.Álvaro García
Jesús Ruiz Mantilla

De haber nacido dentro del matrimonio que Piero, su padre, contrajo con Albiera, una rica heredera florentina, Leonardo da Vinci hubiera tenido que seguir la línea familiar que entroncaba con su tatarabuelo. “Suerte que era bastardo. Se habría convertido en un oscuro notario más”, comenta Walter Isaacson, su biógrafo más reciente.

Menos mal… El 15 de abril de 1452, el abuelo Antonio anotaba: “Me nació un nieto… Le pusieron de nombre Leonardo”. Su madre, Caterina, era una campesina del pueblo sobre la que algunos conjeturaron que se trataba de una esclava árabe, incluso china. Gracias a ese detalle, el niño quedaba fuera de todo derecho –que no atención- por parte paterna y podía recibir una educación más heterogénea. Así, y con una curiosidad compulsiva, paso a paso, nació uno de los escasos y más asombrosos genios de la innovación y el arte que ha parido la humanidad.

Y un referente para el mundo de hoy, sostiene Isaacson. La luz con que se iluminó Steve Jobs, otro de sus personajes contados en una obra de referencia, lo mismo que Albert Einstein, Benjamín Franklin o Henry Kissinger. Hombres que de algún modo u otro, entre hallazgos, ímpetu y obsesiones, cambiaron el mundo en que vivían. No siempre para bien. “La biografía es un género efectivo para contar qué nos ocurre”, asegura el autor en Madrid, donde ha venido a presentar el libro publicado por Debate.

Da Vinci se erige en el más audaz modelo renacentista. “Un hombre que supo de qué manera ciencia y arte andan absolutamente conectados. Alguien que aparece en uno de esos cruces dentro de la historia en que se da un avance crucial. En su caso, cuando se entremezclan grandes enigmas de la astronomía, la ingeniería, la anatomía y el arte con la aparición de la imprenta. En Jobs ocurre justo cuando tres inventos que nacen por separado, la computación, la red y el microchip, explotan y transforman nuestras vidas”, afirma Isaacson.

El péndulo de la democracia y Pedro Sánchez

Aparte de biógrafo, Walter Isaacson ha sido durante 16 años presidente del Instituto Aspen. “Una de las personas que han colaborado con nosotros es hoy presidente del Gobierno en España: Pedro Sánchez”. El líder socialista ha participado en algún encuentro promovido por esta organización que analiza liderazgos y mezcla disciplinas para tratar de comprender el mundo de hoy. Isaacson ha dejado el cargo en mayo. Pero llega a España desde Italia, donde ha quedado preocupado por el ascenso del populismo. No sólo ahí. También en Hungía, Polonia, Reino Unido. España es hoy una excepción al resto”. Y eso que Isaacson llega convenientemente espantado de la América de Trump. Y entonando una especie de mea culpa colectivo: “Durante muchos años, la globalización y el desarrollo de las nuevas tecnologías, que yo he visto como un progreso, han dejado de lado a las clases medias y desfavorecidas. Estamos pagando esas consecuencias de desatención. Pero la democracia es un péndulo. Y en Estados Unidos hemos vivido épocas peores, como el macartismo o la caza de brujas. Pasará”. Lo malo es lo que se lleva en medio por delante. ¿Tendrá remedio?

Ninguna disciplina le resultaba ajena. Y de los genes notariales adaptó algo crucial para sus métodos: la anotación constante por escrito en miles de páginas. “El papel es tecnología punta. Con Leonardo he conseguido algo que no había logrado con Steve Jobs. Ni los ingenieros de su equipo pudieron recuperar miles de correos que me hubieran ayudado a escribir su biografía por un fallo en el sistema. Sin embargo, los cuadernos de Leonardo ahí siguen, 500 años después”.

Llenos de dibujos con lo que pudo llevar a cabo o lo que sencillamente soñó. Ahí radica la clave de lo que debe acompañar al genio. El trabajo en equipo: “Las mentes capaces de crear ideas innovadoras deben contar con alguien que las lleve a cabo, sino, sencillamente, se quedan en alucinación”, asegura Isaacson. Pero en el caso de Leonardo se daba todo: la capacidad visionaria llevada a la práctica, la adelantada y aplicada por otros siglos después, el estudio pormenorizado de la anatomía, la astronomía, la geología, la óptica, la perspectiva, la geometría, las matemáticas cara a confluir en los dos campos en que se consideraba imbatible: la ingeniería y el arte.

De hecho, según fuera el caso, daba prioridad a una sobre otra. Cuando de Florencia quiso salir, agobiado por la presión de los encargos, pidió trabajo en Milán. Pasó del reino de los Medicis al de los Sforza. En una carta donde compila sus habilidades destaca la pericia para construir armas, puentes, presas… “Además pinto…”, añade al final. Le contrataron como productor de espectáculos. “Deseaba ir a Milán para ampliar sus estudios en una universidad más abierta, conocer y rodearse de nuevos talentos que le hicieran aprender matemáticas, anatomía, botánica…”.

Nada en vano. Aquellos biógrafos que se desesperan con la teórica dispersión en tantos campos de Leonardo, se equivocan, según Isaacson. Todo confluye en su arte. Y concretamente en el misterio de una obra maestra, la Mona Lisa. “La pintó durante 16 años. Murió con ella al lado. No la dio por concluida. Todos los conocimientos del funcionamiento del cuerpo y la naturaleza, los mecanismos del sistema nervioso que producen la sonrisa acaban en este cuadro. Eso es lo que marca la diferencia. Ahí vemos su genio”.

También comprendemos la obsesión del poder por atraerlo a su órbita. La capacidad de adaptarse a sus mecenas fue otro de los rasgos distintivos de su figura. Elegante y atractivo, seductor y llamativo. Arreglado a la última moda, con un toque estrambótico de artista sin complejos, ropajes empedrados y túnicas rosáceas. Transparente y cabal en la valentía con que vivió su homosexualidad frente al caso más atormentado de su paisano y oponente florentino, Miguel Ángel, Da Vinci era toda una leyenda ya en vida.

No sólo anduvo a expensas de los Medicis en Florencia y los Sforza en Milán. Sirvió en un triángulo diabólico a los Borgia en época de Maquiavelo. “Pero acabó espantado de aquello. No siempre el poder congrega a los mejores para que sirvan a buenos propósitos”, comenta Isaacson. Da Vinci supo apartarse de ese círculo y acabar en un ambiente más noble, junto a Francisco I de Francia: “Era un rey muy refinado. Quiso introducir en la corte lo mejor del espíritu florentino renacentista y contrató a Leonardo”.

Allí llegó, más avejentado a sus 65 años de lo que aparentaba para su edad. Se instaló y se convirtió en uno de los personajes más influyentes del trono. No sólo por su pericia práctica en la ingeniería, el arte y la arquitectura. El rey lo admiraba como filósofo. En Ambois murió, cuentan que en brazos del monarca. El arte de Ingres, tiempo después, así lo plasmó. Pero como gran parte de su vida, salvo lo que se empeñó en dejar bien cotejado sobre un papel, aquello es un misterio.

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Autor: Walter Isaacson.


Editorial: Debate (2018).


Formato: tapa dura (584 páginas).


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Sobre la firma

Jesús Ruiz Mantilla
Entró en EL PAÍS en 1992. Ha pasado por la Edición Internacional, El Espectador, Cultura y El País Semanal. Publica periódicamente entrevistas, reportajes, perfiles y análisis en las dos últimas secciones y en otras como Babelia, Televisión, Gente y Madrid. En su carrera literaria ha publicado ocho novelas, aparte de ensayos, teatro y poesía.

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