Nicanor Parra, un antipoeta contra el orden establecido
El escritor fallecido instaló la figura del individuo común que habla en el lenguaje de todos los días
El chileno Nicanor Parra ha sido uno de los grandes renovadores de la poesía hispanoamericana del siglo XX. Cuando esta estaba dominada por el magisterio abrumador de Pablo Neruda, se atrevió a proponer un proyecto que era el exacto reverso del canon nerudiano. El mismo Parra lo formuló muy bien cuando dijo: “Los poetas bajaron del Olimpo”. Frente a la imagen del vate como ser superior, que se expresa en un tono serio y elevado, Parra instaló la figura del antipoeta, un individuo común y corriente, que habla en el lenguaje de todos los días. Y frente al orden establecido, frente a la solemnidad y a la seriedad, replica con la desacralización, la irreverencia y el humor, a través de la antipoesía.
Hace ya bastante tiempo, en una de mis visitas a su casa de La Reina, en Santiago, se me ocurrió preguntarle por los poetas hispanoamericanos que le interesaban. Pensé que mencionaría los nombres previsibles: Huidobro, Vallejo, Neruda; pero no. Los elegidos fueron el chileno Carlos Pezoa Véliz, el argentino Evaristo Carriego, el mexicano Ramón López Velarde y los colombianos José Asunción Silva y Luis Carlos López. No el Silva modernista, por cierto, sino el de las Gotas amargas. Me pareció curioso, porque estos poetas eran y son casi desconocidos en Chile. En algunos poemas de Pezoa Véliz encontró la ironía social; en Carriego, la palabra llana y el lugar común como recurso literario; en López Velarde, el uso de un lenguaje conversacional con ritmo de prosa; en el Tuerto López, la burla y el desencanto; en las Gotas amargas, el sarcasmo crítico; y en todos ellos, la narratividad y el humor. Estas características corresponden a la tendencia que durante la segunda década del siglo pasado reaccionó contra el modernismo y que se conoce con el rótulo de posmodernismo. Esos rasgos, qué duda cabe, tienen mucha afinidad con el sistema de preferencias de la antipoesía.
A estas alturas, cuando bastante antipoesía ha corrido por debajo y por encima de los puentes, es necesario hacer un par de observaciones. La primera: no comparto la idea de Parra de que la expresión poética tiene dos caras: una repudiable, la poesía; y la otra, ineludible, la antipoesía. La expresión poética tiene muchas caras. No es dual, sino plural, y la antipoesía no es un nuevo género, sino una de las varias tendencias que fluyen por el espacio literario.
Segunda observación. Ninguna estética, por muy necesaria que haya sido cuando irrumpió en escena, puede arrogarse el monopolio perenne del discurso poético y mirar de manera despectiva a las otras propuestas. Cita de Parra: “La poesía es una mierda”. Esa especie de sectarismo literario terminó por estancar a la poesía chilena durante un buen tiempo. Pero, en fin, Nicanor Parra era un provocador innato, y exigirle que no lo fuera es atentar contra su naturaleza. Como decía él en uno de sus discursos: “El antipoeta se concede a sí mismo el derecho a decirlo todo”. De acuerdo, pero una cosa es el derecho a decirlo todo, y otra el derecho de los demás a no aceptarlo todo.
El aporte de Nicanor Parra a la poesía en lengua española es indiscutible. Parra formalizó e institucionalizó elementos que han existido en la poesía desde siempre, pero que se encontraban latentes o dispersos. Alguien, para restarle méritos, dijo que todo eso ya estaba en el aire. El problema es que cuando las cosas permanecen en el aire, se las lleva el viento, y lo que hizo Parra fue bajarlas a tierra y ponerles un nombre: antipoesía. Hay que festejar a Nicanor Parra con las palabras que le dedicó Antonio Cisneros: “Estamos en deuda contigo, viejo aguafiestas”.
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