El burro travieso del pesebre
Colorista, con más que aceptables diseños en los escenarios y en el dibujo de fondos y detalles, pero con un convencional trazado de los personajes
SE ARMÓ EL BELÉN
Dirección: Timothy Reckart.
Género: animación infantil. EE UU, 2017.
Duración: 86 minutos.
¿Cómo no se le había ocurrido a nadie antes? El burro de Shrek, o algo muy parecido, bocazas, burlón, travieso y valiente —al menos a ratos—, como protagonista absoluto del camino de José y María hasta Belén, con el niño Jesús aún en el vientre, el rey Herodes como villano absoluto y una versión de los Evangelios entre el cristianismo superficial y la chiquillada animada de corte cómico. Parece la operación comercial definitiva para las Navidades: Se armó el belén.
Y sin embargo, el invento, quizá eficaz con los más pequeños, se antoja de vuelo muy corto en casi todos los aspectos para los adultos. Lo mejor es que la esencia del trayecto evangélico, la humanidad imperecedera de la mujer embarazada a punto de dar a luz, que no encuentra cobijo ni consuelo, sigue estando ahí en un retrato de José y María simpático y solvente, incluso en la habilidad para presentar las razonables dudas del marido sobre el embarazo sorpresa de su esposa… aunque la solución definitiva para el conflicto se exponga en fuera de campo. Pero el resto, comenzando por la excesiva presencia del slapstick y la acción, de las carreras y las caídas, protagonizadas siempre por animales con poca gracia y nula originalidad, nunca acaba de funcionar.
Colorista, con más que aceptables diseños en los escenarios y en el dibujo de fondos y detalles, pero con un convencional trazado de los personajes, todos parecidos a otros ya vistos en recientes animaciones, Se armó el belén, producción de la división animada de Sony en colaboración con el mítico estudio de Jim Henson, apenas se atreve con algún guiño religioso para los adultos y aún menos con un subtexto que trascienda desde la antigüedad hasta situaciones contemporáneas en cierto modo comparables.
Quizá sea mucho pedir, pero al menos nos hubiésemos conformado con que los personajes secundarios fuesen más vivaces que cargantes —la paloma, que no es el Espíritu Santo, es una lata insoportable con su lenguaje de forzado colegueo—, y con que su leve toque humanitario no hubiese estado acompañado por un puñado de baladas musicales rancias y blandengues.
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