Muere William Gass, escritor experimental
El autor, fallecido a los 93 años, fue considerado una de las figuras rompedoras de la posmodernidad en Estados Unidos
Dijo de su primera novela: "Fue escrita para no tener lectores, aunque los mereciese". Desde la publicación de Omensetter's Luck (1966), William H. Gass, nacido en Fargo (Dakota del Sur), en 1924, tuvo claro su propósito con la escritura y la teoría literaria: la experimentación. Fallecido el miércoles a los 93 años por un problema cardíaco en University City, cerca de San Luis (EE UU), no fue un autor de éxito comercial sino figura de culto. Dejó tras de sí una obra prolífica, un reguero de premios e influencia.
Aunque a él no le gustaba la etiqueta, fue considerado una de las voces literarias rompedoras del posmodernismo en el siglo XX americano, por su escritura compleja, hacia el quiebre de las estructuras de la novela tradicional. Se le ha atribuido incluso la autoría del concepto metaficción, o tematización literaria de la literatura misma, de sus engranajes y de la relación del escritor con la escritura. Gass fue tanto un literato como un pensador. Era un creador que aseguraba tener una gran dificultad para escribir, y que todo su esfuerzo le valía para alcanzar poco más que una digna y publicable "mediocridad". En elaborar su obra cumbre, The Tunnel (1995), Gass empleó 26 años de su vida.
Acusado por unos de oscurantista, artificioso y barroco, elevado por otros a la máxima categoría de las letras de su país, entre ellos su admirador David Foster Wallace, escribió tres novelas –la última, en 2013, Middle C–, tres colecciones de cuentos y siete volúmenes de ensayo. Cosechó diversos galardones, como varios premios PEN o el National Book Critics Circle Award (tres veces), y le pusieron una estrella en el Paseo de la Fama de San Luis, ciudad que adoró y donde echó raíces. Tuvo dos hijas con su segunda esposa, la arquitecta Mary Henderson Gass, con quien vivió hasta el final, y otros tres hijos con la primera.
Si bien nació en Fargo, Gass creció en Warren, una ciudad de Ohio dedicada a la industria del acero. Tuvo una infancia cruda, con un padre, arquitecto frustrado, abusivo y retrógado, agresivo y racista, y una madre ama de casa que se refugiaba en el alcohol. Él siempre subrayó una separación tajante entre su vida y su obra –que para él pertenecía al terreno soberano de la ficción literaria–, pero para los comentaristas de su obra siempre ha habido una conexión. En lo desolador de sus historias, que profundizaban en las penas de la existencia, la soledad, la dificultad del amor, la crítica encontró una similitud con William Faulkner. Gass asumía, eso sí, que escribía desde la ira, y que su obra podía contemplarse con un solo fin: "Acusar a la humanidad".
Su pasión, su obsesión por la literatura comenzó de niño, devorando todo libro que estuviera a su alcance, por ejemplo de Thomas Wolfe. En Warren el acceso a literatura era muy limitado, como los recursos del muchacho, y hacía lo que podía por ahorrar para poder comprar ediciones de bolsillo, cuya aparición en el mercado fue, contó, su "salvación". En su casa de University City tenía una biblioteca de más de 20.000 libros, y él mismo había hecho las estanterías a su gusto. Sus intereses eran vastos y abarcaban también la epistemología, la arquitectura, la fotografía y la música.
William Gass fue soldado en la Segunda Guerra Mundial, los peores años de su vida según recordó, y a posteriori se licenció en Filosofía y se doctoró con una tesis titulada Investigación filosófica sobre la metáfora. Fue seguidor de la escuela de los filósofos del lenguaje. Asistió a clases de uno de sus representantes, Max Black, en la Universidad de Cornell, donde gozó de la estancia académica de diez semanas del gran genio de esa corriente, el austriaco Ludwig Wittgenstein. Fue profesor de Filosofía en la Universidad Washington de San Luis desde 1969 a 1999. La profesión académica le dio el sustento que no se procuró con su obra. Y en las aulas marcó a miles de estudiantes de letras.
Las editoriales españolas Alfaguara y Navaja Suiza Editores publicaron sendas traducciones de su libro de cinco relatos En el corazón del corazón del país, donde escribió: "No estoy aquí. He atravesado el cristal, los espacios del segundo piso, he volado entre las ramas, entre brillantes bayas, hasta el suelo, alta hierba cargada de semillas y follaje en cada estación. Y es igual que cuando sobre ti pasé con mi cuerpo envejecido y ardiente. En resumen, es una clase de amor. Y yo estoy aprendiendo a restaurarme a mí mismo, a mi casa, a mi cuerpo, haciendo la corte a los jardines, a los gatos, al agua corriente, y en compañía de los vecinos".
Ya nonagenario, seguía trabajando, y entre otros libros preparaba uno sobre estilistas de prosa barroca. Consecuente ocupación de vejez para un talento que dijo que las revistas solían rechazar sus relatos porque no los entendían. Para él, el realismo era, como la vida, como la realidad, lo opuesto a la claridad. Realismo era confusión, oscuridad, y siempre la persiguió a conciencia, afirmó, "de forma deliberada".
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.