Tres carteles, una biblioteca y muchos aplausos
Los filmes del dramaturgo y cineasta Martin McDonagh y del veterano documentalista Frederick Wiseman dan brillo a la competición
Fondo rojo. Y letras negras, enormes. El primero deja claro lo ocurrido: “Violada mientras moría”. El segundo marca el contexto: “¿Aún ninguna detención?”. Y el tercero apunta al principal responsable: “¿Cómo es posible, jefe Willoughby?”. Nada consuela a Mildred Hayes por la tragedia que se llevó a su hija. Pero sí hay algo que la enfurece: ¿por qué demonios la policía se ha rendido? Por eso se gasta sus ahorros en los Tres anuncios en las afueras de Ebbing, Misuri que dan el título a la nueva película de Martin McDonagh. Por lo menos, que todo el pueblo sepa. El público del festival de Venecia también se enteró, ayer. Y se sumó con entusiasmo a la batalla de Mildred: a juzgar por las reacciones de la crítica y las ovaciones, hay algún premio camino de Ebbing.
“Gandhi estaba equivocado, pero nadie tiene los huevos de decirlo”, soltaba uno de los protagonistas de Siete psicópatas, el anterior, delirante, filme de McDonagh. Al cineasta, en cambio, le sobran valor y talento. De ahí que haya construido otra espiral enloquecida de violencia, humor negro, racismo y melancolía, donde la guerra de Mildred contra la policía local se convierte en un huracán que arrasa e implica al pueblo entero. El cineasta, fan reconocido de Sergio Leone, ve en su filme elementos de “spagueti western”.
Un reparto estelar –a la protagonista, Frances McDormand, ya le han preguntado si tiene listo el discurso de los Oscar-, diálogos brillantes y un cuidado trabajo estético respaldan a McDonagh. Aunque tanto desborde a veces castiga también a la película, con momentos excesivos, forzados o baches en el guion. “La empatía es fundamental. Se trata de ver la humanidad en cualquiera de nosotros y no considerar a nadie como el malo o el bueno de la historia. Mildred, por ejemplo, es heroína y antiheroina”, comentó McDonagh.
Otro filme en concurso también fue celebrado, aunque más en silencio. Y no por todos. Dos asistentes al festival de Venecia estudiaban, hace dos días, el programa. “Uff, el domingo nos toca un documental de tres horas sobre la biblioteca pública de Nueva York”, informaba uno al otro. A saber si finalmente ambos acudieron a la proyección de Ex Libris, el nuevo filme del maestro estadounidense del documental Frederick Wiseman, ganador el año pasado del Oscar de Honor. Tal vez habrían cambiado de idea. O quizás no. Es cierto: dura 197 minutos y está dedicado a la New York Public Library. Pero a través de ella, sus salas, sus visitantes y sus empleados, el filme habla de la sed de conocimiento, del acceso a la Cultura, de la búsqueda de empleo, del saber y de la ignorancia. Básicamente, “de todo”, como resume The Guardian.
Precisamente por eso Ex Libris, con el que Wiseman compite por primera vez a sus 87 años por el León de Oro, es una película tan abrumadora como lo que trata de abarcar. Al filmar miles de libros, se ha contagiado de los mejores y los peores: por momentos, es fascinante, deslumbrante, irónica. Imposible no aprender algo de las largas charlas que la biblioteca celebra y la película muestra sobre García Márquez, la esclavitud u –ojo- el despertar sexual que se produjo en las tiendas judías de delicatessen. Aunque casi igual de inevitable es vivir ratos de aburrimiento. Tanta información sobrecoge, lleva a perderse. Quizás, por otro lado, es justo lo que uno haría en una biblioteca. “Este centro es un antídoto contra todo lo que representa Trump”, aseguró Wiseman.
Para el público español, hay otro problema: en un país donde la Ley de Mecenazgo es una promesa rota y muchas bibliotecas languidecen, la mezcla de fondos públicos y patrocinios privados de la New York Public Library, sus aspiraciones y su funcionamiento duelen. Tal vez habría que colgar una advertencia fuera de las salas españolas: puede provocar dosis masivas de envidia.
En el concurso, también se presentó La famiglia, segundo largo del joven director italiano Sebastiano Riso. Tras Più buio di mezzanotte, protagonizada por un chico transexual, el cineasta afronta otro tema complejo. Maria y Vincenzo son una pareja sentimental y de negocios: ella va engendrando hijos que él vende a parejas más adineradas. En medio, se habla de maltrato, relaciones morbosas y de las barreras a la adopción en Italia. Lo que falta por completo, sin embargo, son matices y sutileza. Los (pocos) aplausos del final quizás fueran dirigidos a la interpretación de Micaela Ramazzotti. Parece, desde luego, el único premio que el filme podría dar a luz.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.