“Un músico tiene que mirar a Dylan”
Leiva celebró con Joaquín Sabina y Benjamín Prado el Nobel de Literatura para uno de sus ídolos
Antes de volver a la carretera Leiva hace una parada en una tienda de Madrid para comprar una guitarra. Una cueva de Alí Babá repleta de tesoros con cuerdas. “Estaba detrás de esta guitarra japonesa de los setenta. Es peculiar, de una marca extraña. Pero la toqué hace muchos años y me enamoré de ella”. La prueba con mimo. Sentado. Como si pudiera escuchar con la yema de los dedos. Y cuando al fin se pone de pie para la sesión de fotos dice “así es como la cogía Dylan”.
“Dylan es el mejor contador de historias. Me pareció justísimo que le dieran el Nobel. Si te dedicas a la música hay que mirar a Dylan por todo. Me gusta cómo cuenta las cosas. Me gusta el modelo de vida que tiene. Me gusta que siga insistiendo en el oficio de la canción”. En ese mismo oficio insiste Leiva. Escenario tras escenario. Kilómetro tras kilómetro. Concierto tras concierto. Dice que este verano, en el que está recorriendo España con su disco Monstruos, es el “menos monstruoso de todos”. Puede compaginar fines de semana de actuación con días de diario más tranquilos. “Es el mundo perfecto en el que yo viviría. Es un poco como vive Dylan, que lleva cincuenta años de gira. Tocas dos días, descansas cuatro y tienes la dosis perfecta de escenario”.
La mezcla funciona porque le permite seguir escribiendo. “Para contar cosas te tienen que pasar cosas y en gira es donde más cosas te pasan. Si te quedas seis meses de parón en tu casa no te pasa nada”. Confiesa que siempre siente la responsabilidad de armar una letra “que no sea solo estética, que sea algo más que imágenes bonitas encadenadas”. En eso Dylan también es un espejo. “Es donde más trabajo. Si alguien me dice ¿dónde te ganas el sueldo?, yo le contesto: en las pruebas de sonido y delante de un papel. El resto, disfruto”.
Leiva debe muchos momentos de inspiración a las ventanillas. A esos paisajes que pasan incesantes ante sus ojos en los largos viajes en furgoneta. “No puedo leer ni ver series porque me mareo. Y voy mirando así”, lo escenifica con gesto extasiado. “Para mí es el huequito donde termino trozos de letra, donde las empiezo. Siempre tengo el teléfono lleno de notitas”.
Escribir le viene de familia. Su padre escribe sonetos. Y sin embargo, le puede el pudor para mostrar su trabajo. “Hace poco escribí unas cositas para un libro que han hecho Benja y Joaquín. Tengo algunos escritos, pero… Hostia, es que escribir bien es muy difícil”. Con Benjamín Prado y con Sabina comparte la fascinación por Bob Dylan. Que es más que fascinación. Estaba con ellos cuando la Academia Sueca anunció el Nobel de Literatura. Trabajaban juntos en el último disco de Sabina, Lo niego todo. “Dylan ha estado muy presente en la grabación y en el proceso de composición. Estábamos juntos cuando pasó todo y lo vivimos con gran emoción. ¡Brindamos!”.
Y Leiva todavía le impresiona recordar cómo Patti Smith se quebró al interpretar A Hard Rain's a-Gonna Fall en la ceremonia de entrega en Estocolmo. “Es la maravilla de la imperfección. Esa imperfección que hace que sea perfecto. Si Patti Smith sale como un palo, elegante, bien vestida y no la caga… pero es tan bonito lo que le ocurre por pura emoción que nos enamoró a todos. Eso es lo que tiene el arte: que tiene que ser un poco imperfecto, que no esté planeado. Que sea autentico y genuino, como ella”.
El gusto por el momento inesperado de riesgo y de funambulismo que acecha en cada directo, está en todos los conciertos de Leiva. Él mismo lo provoca para huir de la rutina. “Mola cambiar el repertorio. Hay dos o tres canciones que voy cambiando sin avisar a la banda. Me doy la vuelta y les digo: vamos a hacer esta”, se le pone cara de pillo, de chaval que juega a sorprender a sus amigos. “Y esa tensión y esa posibilidad de fallar es lo que hace que haya emoción”.
Aunque Leiva no falla. Se adueña del escenario como si fuera el salón de su casa. Y de los que le escuchan. En eso y en el gusto por la palabra se parece a Dylan. Él, modesto, prefiere no decirlo. “Solo escribo canciones y sufro”. Pero ese sufrimiento se convierte en placer para los que le escuchan. Y en éxito del que canta.
Babelia
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