Los cuentos entre el sueño y la realidad del rey de los raros
La editorial Cátedra recupera los relatos de Carlos Edmundo de Ory, el último desobediente de la literatura
Carlos Edmundo de Ory, el gran poeta extravagante, el heterodoxo, el cazador de aerolitos, rey de los raros y caballero de la posvanguardia sigue sorprendiendo después de su muerte. Ahora son sus relatos, los cuentos con los que el escritor gaditano tejió de extrañeza y literatura la materia de sus sueños. La editorial Cátedra acaba de reunir sus relatos en Cuentos sin hadas, con estudio introductorio de José Manuel García Gil, para desvelar la maravillosa veta subterránea de gran literatura que se escondía en las catacumbas del franquismo.
Entre la ceniza de la posguerra, Carlos Edmundo de Ory (Cádiz, 1923-Thézy-Glimont, Francia 2010) escribía sobre muertos que se intercambiaban tumbas, truchas que se convertían en ratones y cuentos de niños terribles que robaban saxos. En medio del verismo vigilado y censurado, De Ory creó el puente para seguir caminando por la vanguardia y fundó en 1944 el postismo junto a Eduardo Chicharro y Silvano Sernesi. No sería el único ismo que crearía pues en 1951 impulsa el movimiento introrrealista con el pintor dominicano Darío Suro. Y ya en la explosión de la contracultura del sesenta y ocho sorprende en París con el APO (Atelier de Poésie Ouverte o Taller de Poesía Abierta). Fue un autoexiliado que estuvo siempre en el espacio marginal de su época y que huyó a tiempo de España para vivir en Lima, París, Amiens y finalmente en Thézy-Glimont donde murió.
De Ory era un funambulista que caminaba en equilibrio entre el sueño y la realidad. Ahora que se han recuperado estos cuentos es posible enfrentarlos con su biografía a través de sus estupendos diarios. En 2004, con la edición de Jesús Fernández Palacios, la Diputación de Cádiz publicó su Diario Íntimo. En sus páginas se descubre el proceso de escritura como apunta en la entrada del 21 de junio de 1957: “Las ideas de mis cuentos me aparecen siempre de súbito, surgiendo del sueño de un solo golpe. (…) Puedo llamar a eso iluminaciones de relámpago. Todo lo que yo he escrito, en particular mis cuentos, se debe a un previo trabajo inconsciente o ‘trabajo subterráneo’ en las esferas del sueño”.
José Manuel García Gil asegura que se ha prestado poca atención a la narrativa de Carlos Edmundo de Ory. “Para estudiosos y lectores, el cuento no ha dejado de ser también segundo plato en el caso de la literatura de Ory. Y, sin embargo, su dedicación al relato breve nunca fue episódica sino una constante desde mediados de los cuarenta”.
Frente al verismo del cuento en los años cincuenta, el escritor gaditano sorprendía con la irrupción de lo maravilloso en la realidad, con la extrañeza mezclada en lo cotidiano y el disparate lírico y absurdo. Una prosa enredada de humor en la que parecen asomarse Hoffman, Kafka, el conde de Lautréamont o Wilde.
Biografía y literatura se mezclan en su obra llena de reflejos especulares. En el relato El mar un niño enfermo pide que le traigan la inmensidad marina a su habitación. Un cuento poético con evocaciones de su propia vida, porque Carlos Edmundo de Ory nació en la Alameda Apodaca, en una casa con balcones al Atlántico. Allí está la estatua que el escultor y amigo Luis Quintero le dedicó. Una estatua que es puro Ory, porque su figura en bronce se ha bajado del pedestal -que aparece vacío- y camina hacia la playa.
No muy lejos está la Fundación Carlos Edmundo de Ory donde su mundo permanece intacto. Allí se guardan los 8.000 volúmenes de su biblioteca, con ejemplares de la de su padre, el escritor modernista Eduardo de Ory, con objetos curiosos como su colección de figuras de caballos. Y algo que sorprende: el excepcional archivo de su correspondencia perfectamente ordenada, con copias y detalles minuciosos de localización. ¿No era De Ory un raro, un extravagante, un outsider contracorriente? “Observando el cuidado que tenía guardando sus papeles creo que era muy consciente de que trabajaba para la posteridad, consciente de que su obra se estudiaría”, asegura el director de la Fundación, el también poeta Javier Vela.
Babelia
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