Libertinaje creativo para niños
Soren, director de la desigual 'Turbo', y sus compinches parecen habérselo pasado tan en grande como los dos protagonistas de la película
CAPITÁN CALZONCILLOS
Dirección: David Soren.
Género: animación infantil. EE UU, 2017.
Duración: 89 minutos.
Hablar de una narrativa fragmentada en la crítica de una película como Capitán Calzoncillos quizá sea el colmo de la pretenciosidad, pero es lo que hay, y lo que mejor la define. También podría decirse que sus autores meten sin orden ni concierto lo que les va viniendo en gana y cómo les va viniendo en gana, lo que quizá sea lo mismo, aunque con otro lenguaje. Pero lo cierto es que la adaptación de la serie de libros infantiles escritos por el estadunidense Dav Pilkey desde el año 1997, compuesta por 14 entregas, es uno de los productos de animación más libres, en la forma y en el fondo, de los últimos tiempos. Y eso siempre es bueno.
Como en ciertas series televisivas animadas actuales, con Bob Esponja y El asombroso mundo de Gumball a la cabeza, hay en la película de David Soren una ruptura continua de la narrativa lineal con sucesivas digresiones de microrrelatos dentro del relato general, si es que este llega a existir en algún momento, que además se ven completadas por diversas variaciones del formato animado y de las texturas (o de las apariencias del formato animado y de las texturas). Porque, aunque en su mayoría se trate de animación digital en 3D, hay secuencias narradas en un estilo que se aproxima al formato tradicional en 2D, e incluso alteraciones con simulacros de marionetas y de stop-motion.
Soren, director de la desigual Turbo (2013), y sus compinches, principalmente Nicholas Stoller, escritor de gamberradas juveniles como Todo sobre mi desmadre y adaptador de los libros originales de Pilkey, parecen habérselo pasado tan en grande como los dos protagonistas de la película: dos críos aficionados a crear cómics, uno al frente del dibujo, el otro de la historia, que convierten al memo director de su colegio, tras hipnotizarlo por error, en el Capitán Calzoncillos. Como un juego de niños que se va inventando mientras se practica, con reglas cambiantes, caprichosas y tronchantes, la película avanza a trompicones y a un ritmo desenfrenado, al estilo de cualquier relato de un niño pequeño, lo que la hace más auténtica, desinhibida y, por qué no, quizá más comprensible para ellos que para nosotros.
O puede que para todos en su justa medida y tiempo, porque la película no deja de aglutinar ingentes cantidades de ingenuos gags de risa floja al estilo caca, culo, pedo, pis, con brillantes y extemporáneas referencias críticas acerca de la dejadez de nuestros gobiernos con la educación y con los injustamente pagados profesores.
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