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“Un ‘biopic’ es como abrir una tumba”

Mathieu Amalric acude al Festival de Cannes por partida doble, como protagonista de ‘Los fantasmas de Ismael’ y director de su nueva película, ‘Barbara’

Mathieu Amalric, en la presentación de 'Barbara' en Cannes.
Mathieu Amalric, en la presentación de 'Barbara' en Cannes. STEPHANE MAHE (REUTERS)
Álex Vicente

Se presta a la promoción con esmero, escogiendo con cuidado cada una de las palabras que desea utilizar, pero a Mathieu Amalric no le gustan las entrevistas. “No son necesarias. Una película funciona sola. ¿Para qué poner palabras a algo que el espectador ya ha sentido?”, termina por confesar el actor y director francés desde la soleada terraza de uno de los hoteles más lujosos de la Croisette. Amalric está presente en el Festival de Cannes por partida doble. Para empezar, como protagonista de la película inaugural, Los fantasmas de Ismael, donde se convierte por séptima vez en alter ego del cineasta Arnaud Desplechin. Además, Amalric ha abierto la sección Un Certain Regard con su nuevo proyecto como director, Barbara, una biografía sui generis de la gran cantante francesa, que falleció en 1997.

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Este actor de 51 años, look algo desaliñado y mirada doliente es una presencia fija en el cine de autor francés, del que puede ser considerado un comendador involuntario. En sus dos películas en el festival interpreta a dos personajes que guardan parecidos razonables. Los dos son directores de cine. Los dos están atormentados por mujeres que habían dado por muertas. Y los dos protagonizan relatos metidos dentro de otros relatos, casi como si fueran matrioskas. Amalric jura que todo parecido es pura coincidencia. “Cuando Arnaud me hizo leer el guion me sorprendí al descubrir las similitudes”, afirma. Lo considera un síntoma de “la crisis del relato”, que obliga a los directores de hoy a contar sus historias desde ángulos inesperados.

Cuando leyó ese borrador del guion, tenía otro título: De entre los muertos. Es decir, el mismo que llevaba la novela en la que Hitchcock se inspiró para rodar Vértigo. Como en la película, su personaje asiste al regreso de una misteriosa mujer, desaparecida décadas atrás, a quien encarna Marion Cotillard. Su inesperado retorno pondrá en duda su relación actual, más madura y menos fogosa, con una astrofísica interpretada por Charlotte Gainsbourg. Por su parte, el protagonista de Barbara también está obsesionado por una mujer del pasado: la intérprete de L’aigle noir y Nantes, por la que sintió una admiración incondicional, de la que todavía no se ha repuesto.

La segunda película aspira a relatar la vida de la cantante, pero es lo contrario a un biopic convencional. Heredó el proyecto de un cineasta amigo, Pierre Léon, que estaba harto de no encontrar financiación y le pasó el testigo. Pese a que Barbara sea un nombre de referencia para todo francés (y para todo francófilo), Amalric no se consideraba entonces un gran fan de la cantante. Y todavía menos del género en sí. “El biopic no me interesa. Lo considero una cárcel para un actor, porque incita al mimetismo y a la payasada. Además, prefería dejar a Barbara tranquila. Un biopic es como abrir la tumba y convertir al muerto en objeto comercial”, afirma. Aceptó solo porque le parecía un reto imposible. “Cuando encontré la manera de contar la historia, todas las trampas ligadas al género desaparecieron”, recuerda. En el resultado final, el rodaje de la película se entremezcla con el filme en sí, y los rasgos de Barbara se confunden con los de su actriz, Jeanne Balibar, de quien fue pareja durante muchos años.

Amalric se define más como director que como intérprete, pese a ser más conocido por lo segundo. “Si los cineastas me contratan como actor es porque también soy director. Hay una complicidad. Así tienen un poco más de compañía”, asegura. ¿Todo cineasta necesita tener un camarada? “Sí, porque es un oficio muy solitario. En los rodajes te encuentras en la posición de Dios. Y con Dios no se puede hablar de tú a tú”, responde. La mosca del cine le picó a los 17 años, cuando cursaba estudios de Letras. Su padre, Jacques Amalric, trabajaba en Moscú como corresponsal de Le Monde. Su madre era Nicole Zand, crítica literaria del mismo diario. “Les gustaba encontrarse con los disidentes en la época de Brézhnev. Sobre todo, a ella. Así tuve la suerte de conocer a Otar Iosseliani, que me contrató para trabajar en Los favoritos de la Luna. Fue una revelación. Descubrí un lugar, el plató cinematográfico, donde era capaz de exaltarme”, recuerda.

Su pico de fama le llegó al encarnar al eurovillano de 007 - Quantum of Solace, para el que se inspiró en Nicolas Sarkozy. La experiencia le pareció “interesante”. Sobre todo, porque le permitió conocer más de cerca el trabajo de los especialistas, a los que considera “personajes fascinantes”. Pero prefirió no seguir por la vía hollywoodiense. No tiene una estrategia, más allá de escoger proyectos que le gusten. Al inicio de su carrera, ni siquiera tenía agente. Esperaba que quienes aspiraban a contratarle se le acercaran directamente para contarle qué esperaban de él. Ahora intenta proceder de la misma manera, utilizando la pasión de sus interlocutores como único criterio a seguir.

También en eso se parece a Barbara, nunca atendió a cuestiones de fama e industria. A menudo, trabajó en una soledad noctámbula y prácticamente total, como si lo suyo fuera una especie de sacerdocio. Amalric dice identificarse con ese aspecto. “Hay una soledad necesaria”, admite. “Durante el rodaje, me acuesto a las 9 de la noche. Me levantó a las 2 o las 3 de la madrugada y escribo las escenas del día siguiente, que mando al equipo hacia las 7. A veces les doy una hora para encontrar decorado”, dice con una mezcla de candor y sadismo. Tal vez dos de los adjetivos que mejor definen al tipo de hombres a los que suele interpretar.

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Sobre la firma

Álex Vicente
Es periodista cultural. Forma parte del equipo de Babelia desde 2020.

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