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“Es preocupante que se interiorice en España la corrección política”

Siniestro Total regresa con ‘El mundo da vueltas’, un disco con ocho canciones disponibles en Internet y editado con 600 copias en vinilo

El cantante del grupo Siniestro Total, Julián Hernández, durante la entrevista en Madrid.
El cantante del grupo Siniestro Total, Julián Hernández, durante la entrevista en Madrid.SAMUEL SÁNCHEZ
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“Nadie jode al patrón”. Julián Hernández (Madrid, 1960) lleva impreso este mensaje en la camiseta que viste, negra y con la cara del narco Pablo Escobar sonriendo desde su pecho. Han pasado más de 35 años desde que, tras estampar un Renault 12 contra una valla amarilla y el posterior parte que emitió la aseguradora, le dieran nombre al grupo que, prácticamente, parió el punk en España; tanto tiempo después, Siniestro Total conserva, prácticamente, los mismos espíritu y nervio.

“Lo que siempre hemos defendido es la libertad absoluta. Nuestro sistema operativo es el humor, vivimos entre el chiste malo y el humor negro”, dice Hernández, que regresa con El mundo da vueltas, el primer disco de estudio desde que en 2010 publicaron Country & Western. El nuevo álbum, que presentarán este viernes, 5 de mayo, en el festival Sound Isidro, está compuesto por ocho nuevas canciones que han colgado en la Red y que han editado solo en un vinilo de 10 pulgadas, con una tirada de 600 copias.

El año pasado, por vez primera en una carrera de más de tres décadas, los organizadores de alguno de sus conciertos trataron de evitar que interpretaran conocidas canciones de su repertorio. En Tordesillas (Valladolid), donde se celebra el polémico Toro de la Vega, por ejemplo, les sugirieron que no tocaran Alégrame el día: “Si intentas dar la vuelta al ruedo, la darás con los pies por delante”, dice la letra sobre un torero. Ocurrió justo lo contrario. “Por anarquistas e iconoclastas que seamos, no perdemos ojo de lo que nos rodea; que haya gente hablando de los límites del humor es peligroso. ¿Cuándo pueden empezar a hacerse chistes de muertos? ¿Napoleón o Atila sí, Franco no? ¿Caducan sus derechos antes o después que los de autor?”. Hernández siente que lo que hace, lo que siempre hizo, está ahora bajo amenaza. “Las condenas de César Strawberry o Cassandra no deberían haber ocurrido jamás. Pero, más que la salvaje judicialización, me preocupa que se interiorice enfermizamente la corrección política. No pueden meternos a todos en la cárcel, pero tampoco hará falta si todos aceptamos ese juego”.

Concierto de Siniestro Total en la sala Universal, de Madrid, en 1997.
Concierto de Siniestro Total en la sala Universal, de Madrid, en 1997.DELMI ÁLVAREZ

Desde esos primeros años tras la Transición, en que se censuraba en televisión a Las Vulpes o a Javier Krahe, no había percibido vibraciones tan paralelas. Dice que entonces la política utilizó la cultura popular, su brillantez, para envolver lo que se vendió como una maravilla y resultó no serlo. En esos ochenta que, según él, duraron mucho más de una década, Siniestro Total cantaba Miña terra galega (con la música de Sweet Home Alabama) para ofender el gusto de los que se consideraban modernos; cantaban que querían bañarse en mares de estroncio, uranio y plutonio, asumiendo que cualquiera entendería la ironía y que Nuclear sí, por supuesto, era un manifiesto que significaba precisamente lo opuesto. Deliberadamente tenían intención de, a base de decir barbaridades, desterrar clichés. Y considera Hernández que ahora, como nunca desde entonces, se hace necesario de nuevo provocar, tensar la cuerda que leyes como la mordaza o la de enaltecimiento del terrorismo han ido contrayendo.

A pesar de su veteranía, de la anomalía que supone que un grupo respire tantísimo tiempo encima del escenario, un grupo además cuya evolución artística sucede, según el propio Hernández, a base de cometer errores copiando la música que les gusta escuchar ("nosotros no imitamos, robamos, como decía Picasso"), su último trabajo viene de la mano del minúsculo sello Trilobite Records. “Es casi autoedición, nosotros compartimos las canciones en Internet y confiamos en ellos para el vinilo, por su sensibilidad para cuidar el objeto”. Dice Hernández que la gran industria discográfica está muerta, que se extinguió por hacerlo rematadamente mal en los años de bonanza del CD, y que han condenado con su avaricia a los grupos actuales a no poder disfrutar de vidas profesionales tan largas como la que ellos mismos aún disfrutan.

Sin nombrar herederos, sí pone la vista en algunas bandas “que podrían no arder en cinco minutos”: Pony Bravo, de quienes Hernández compró todos los discos disponibles en un concierto que pudo ver de los sevillanos, y gallegos –barriendo para casa– como Novedades Carminha o Triángulo de Amor Bizarro. “Algo hay que hacer para que la cultura vuelva a ser capaz de alterar la sociedad y me temo que el primer paso sería reconocer su potencial como industria; una identidad cultural tiene el mismo valor y poder que una identidad de marca: naranjas pueden plantarse en Valencia o en Israel, coches fabricarse en Valladolid o en Corea, pero tan cierto como que nadie pudo escribir el Quijote en otra parte y que significase lo mismo, nadie puede componer hoy una novela de Agustín Fernández Mallo ni grabar un disco de Siniestro Total".

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