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El más dotado... de prestigio

Con un palmarés escaso en mujeres y autores latinoamericanos, el Premio de la Crítica aún conserva la reputación

Maribel Marín Yarza
El escritor vasco Fernando Aramburu, el pasado febrero en Barcelona.
El escritor vasco Fernando Aramburu, el pasado febrero en Barcelona. Joan Sánchez (EL PAÍS)

En el convulso panorama español de premios literarios, donde tan difícil es encontrar un galardón libre de la presión del mercado, el de la Crítica conserva aún el aura de prestigio. Con un palmarés escaso en mujeres y autores latinoamericanos pero inapelable en talento literario en las cuatro lenguas del Estado, congrega a premios Nobel, Nacionales... y hasta puede presumir de haber descubierto a autores como Eduardo Mendoza, Premio Cervantes 2017, con su primera novela (La verdad sobre el caso Savolta, 1975).

“No puede hacerse la historia de la literatura en español de los últimos 60 años sin tener en cuenta el Premio de la Crítica. Y eso hoy no se puede decir de ningún otro”, dice Ángel Basanta, presidente del jurado y de la Asociación Española de Críticos Literarios. Los hijos muertos, de Ana María Matute (1958), La ciudad y los perros, de Mario Vargas Llosa (1963), El embrujo de Shanghai, de Juan Marsé (1993), Crematorio, de Rafael Chirbes (2007), Blanco nocturno, de Ricardo Piglia (2010), solo por poner un puñado de ejemplos en la categoría de narrativa en castellano, figuran en la honorífica lista que inauguró en 1956 Camilo José Cela con La catira, dando relumbrón a un premio surgido por empeño del escritor Tomás Salvador y de críticos como Julio Manegat o Juan Ramón Masoliver.

Querían una convocatoria alejada de los intereses de las editoriales y de cualquier propósito que no fuera reconocer la mejor obra publicada el año anterior en España. Y decidieron que la mejor forma de lograrlo era con un premio sin dotación económica para una obra ya publicada, emulando a reputados galardones como el Goncourt francés, y avalado por un jurado independiente de profesionales. Hoy, ese tribunal que se renueva en un 50% cada año lo forman 21 personas que deben separar el grano de la paja de un sector que en 2016 lanzó 81.391 títulos. “Habrá habido errores, pero este premio se concedió en poesía a autores como Caballero Bonald, José Ángel Valente o José Hierro cuando no tenían relevancia”, explica Ángel Luis Prieto de Paula, jurado y catedrático de Literatura de la Universidad de Alicante. “Que hoy sean importantes en la historia de la literatura sirve de termómetro para enjuiciar la limpieza del premio”, el único que atiende a todas las lenguas.

Los latinoamericanos y las mujeres tienen un presencia insignificante en el palmarés. En el primer caso, podría atribuirse a que durante muchos años, solo era para autores españoles. La realidad de las escritoras se presta a más interpretaciones. Históricamente se han publicado menos libros de mujeres, aducen Basanta y Prieto de Paula. Pero algo habrá tenido que ver también, como señala Ana Rodríguez Fischer, colaboradora de EL PAÍS, el hecho de que el jurado haya estado mayoritariamente formado por hombres. “El premio se da al mejor libro del año. Nadie ha sido capaz de decirme qué año ha habido un gran libro de una mujer y en cambio ha ganado un hombre”, zanja Fernando Valls, veterano jurado y profesor de Literatura en la Universidad Autónoma de Barcelona.

El prestigio y la credibilidad del galardón se han visto, en cualquier caso, algo empañados por el descrédito general que suscitan los premios, según la filóloga Ana Cabello. No se cuestiona la independencia del jurado, ni la honestidad de un concurso cuyos fallos no suelen filtrarse y sitúan a los ganadores en la carrera por los Premios Nacionales. “Me trajo suerte”, dice Cristina Fernández Cubas, que el año pasado se alzó —y no es una excepción—con los dos galardones por La habitación de Nona. De lo que se le acusa es de hacer más guiños al mercado. “En los 70 y los 80 el premio era una referencia insoslayable. Hoy se siguen demasiado modas, corrientes dominantes. Andamos otra vez a vueltas con un realismo muy costumbrista ajeno a los valores más literarios y que reproduce lo que está a la vista de todos”, argumenta Rodríguez Fischer, ex jurado y profesora universitaria. Valls disiente. ¿Qué tiene que ver Piglia con Fernando Aramburu o este con Fernández Cubas? A mí lo que me preocuparía no es que gane un tipo u otro de libro, de un hombre o una mujer, de un joven o un veterano sino que gane un libro malo y si se conoce la historia literaria de la posguerra se ve que eso ha ocurrido pocas veces”. Muy pocas.

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