Miguel Naveros, poeta, novelista y periodista
El autor de 'La Ciudad del Sol' dirigió el Instituto de Estudios Almerienses
El escritor Miguel Naveros (Madrid 1956) nació un 18 de julio, veinte años después de que comenzara la derrota de nunca acabar, que así tituló su último libro de relatos. Falleció el pasado 20 de marzo en Almería. Entre sus obras destacan Óxido en cuerpo, Trifase y Futura memoria (poesía), y La Ciudad del Sol (mención de honor del Premio Ramón Gómez de la serna) y Al calor del día, novelas editadas por Alfaguara. Su novela El malduque de la Luna (Alianza Editorial) ganó el Premio Fernando Quiñones. Tras varias décadas de periodismo —fue subdirector de La Voz de Almería—,fue nombrado director del Instituto de Estudios Almerienses (IEA), cargo que desempeñó entre 2007 y 2011. Con motivo del último 28 de febrero, la Junta andaluza le otorgó la insignia de Andalucía, en reconocimiento a su trayectoria y por su contribución “al enriquecimiento del panorama cultural” de la región.
Lo conocí el 26 de agosto de 1976. Acompañaba a su padre a las primeras jornadas de Cultura Andaluza en Albox. Recuerdo su calidez de camarada en la lucha antifranquista y la pistola de reglamento que el bueno de Vicente tenía depositada sobre la mesa rectangular de la sala de profesores del instituto Cardenal Cisneros. Después nos encontramos en la plaza de la Villa de París en el entierro de los abogados asesinados en la calle Atocha. Supimos, en medio del dolor compartido, que la victoria estaba de nuestro lado. El franquismo había ganado la guerra, pero la República, que tanto añoraban su padre y el mío, acabaría ganando la historia. De aquella tarde triste a esta tristeza de marzo han pasado cuarenta y un años compartidos al calor del periodismo.
La Ciudad de Sol es un retrato bellísimo de aquella ciudad en la que el doctor Navascués recorría todos los tanatorios para besar en la frente a los muertos, después de haber leído en el periódico sus esquelas; un retrato apasionado de aquel Paseo de Claudia en el que quien lanzaba un rumor al comenzar a recorrer la acera de la derecha camino de la Puerta de Purchena, cuando iniciaba el camino de regreso por la acera izquierda acababa encontrándose con alguien que le aseguraba, con carácter de noticia contrastada, el rumor que él mismo había lanzado en el prólogo de su travesía.
En Miguel Naveros había pasión. Hasta el día en que, ya destrozado por el dolor y la desesperanza, recibió la insignia de Andalucía en un Teatro Cervantes conmovido por la voz de una garganta que nos dolió a todos. Un adiós presentido.
Miguel ha sido —perdón, es: la palabra escrita es inmortal— un escritor de poesía, de informaciones periodísticas en todos sus géneros, de novelas, pero, su vida, ha sido, a la par, una novela ininterrumpida. Su machadiano torpe aliño indumentario; su irremediable seducción por la noche; sus pipas incontables; su palabra interminable… todo en él ha sido literatura. Hasta aquel mediodía en que se presentó por sorpresa en la playa almeriense de San Miguel vestido solo con un bañador verde y minúsculo de gigoló y, ante la mirada estupefacta de Belén, Isabel y algunos de sus sobrinos, Jose Luis, Marigé, Eva y Laura nos dictó una sentencia: “Es la primera vez que me veis pisando la arena y la primera que me veréis bañarme en el mar. Es la primera. Y la última”. Y lo cumplió. Han pasado veinte años desde entonces y si el paseo marítimo era el pasillo de su casa, la playa fue siempre un espacio que nunca volvió a pisar.
Desde ayer las calles no volverán a escuchar sus pisadas, ni a acalorarse con la calidez de sus abrazos. Pero continuarán oyéndose sus versos y en algún lugar de alguna casa, en alguna calle, siempre habrá un almeriense leyendo un párrafo suyo en el que aparecerá el alma de la ciudad que tanto amó.
La Ciudad del Sol ha oscurecido tras esta despedirle. Miguel Naveros se nos ha muerto —compañero del alma, tan temprano— un día y setenta y cinco años después de que nos abandonara Miguel Hernández. La muerte nos ha arrebatado a quien tanto queríamos y con quien tanto queríamos. Lo que no podrá arrebatarnos, nunca y nadie, es su recuerdo. Su voz. Y su palabra.
Pedro M. de la Cruz es director de La Voz de Almería.
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