Los dólmenes de Stonehenge libran su batalla contra el tráfico
El plan del Gobierno británico de excavar un túnel cerca del monumento megalítico para desatascar la carretera alarma a historiadores y arqueólogos
Dejad que las piedras descansen en paz podría resumir el clamoroso grito de los activistas enfrentados a la construcción de un túnel viario bajo el monumento de Stonehenge, una joya megalítica enclavada en la campiña del sudoeste de Inglaterra. Los planes del gobierno británico para descongestionar una de las arterias más transitadas del país, que discurre a poco metros de esa estructura declarada patrimonio de la humanidad por la Unesco, han topado con una campaña de resistencia contra “el vandalismo de patrocinio estatal” a la que se suman arqueólogos e historiadores.
Hay que reconocer que el entorno del recinto de Stonehenge no es precisamente un remanso de paz y tranquilidad a causa de la cercanía de la autovía A-303, una de las principales y a menudo más atascadas rutas del tráfico entre Londres y el sudoeste. Este es el argumento del Ministerio de Transportes para justificar el proyectado túnel de 2,9 kilómetros de longitud —con dos carriles en cada sentido—, aunque para ello sea preciso horadar el terreno en el que se emplazan los enigmáticos y prehistóricos círculos de piedras, visitados cada año por un millón de turistas.
“La construcción del túnel será devastadora en términos arqueológicos y también morales”, ha escrito en su cuenta de Twitter el novelista e historiador Tom Holland, haciéndose eco de la demanda de retirada del plan para la que la Alianza de Stonehenge ha recogido más de 17.000 firmas. Así se han manifestado también muchos de los cinco millares de personas que respondieron a la consulta abierta en Internet hasta hace una semana por Highways England, el organismo británico regulador de la construcción de autopistas. “Bomba autodestructiva de relojería” es uno de los calificativos más repetidos por quienes consideran que el nuevo trazado viario se traducirá en daños irreparables en el sitio de una de las estructura megalíticas más famosas del mundo.
Algunos expertos alegan además que la consecución del túnel echaría por tierra las expectativas de hallar nuevos testimonios prehistóricos que, según se presume, estarían enterrados en el área. Pero las dos institustituciones que gestionan Stonehenge y el terreno que enmarca el monumento (National Trust y English Heritage) replican que el proyecto permitirá reconectar los sectores norte y sur del emplazamiento, reabriendo antiguas vías procesionales no exploradas por el hombre desde hace 5.000 años. Un informe de la propia Unesco ha concluido que los planes del Gobierno de Theresa May pueden resultar beneficiosos para ese sensible entorno al contribuir a aislarlo de la presión del tráfico.
La Alianza de Stonehenge admite que esa es una razón de peso y, si bien mantiene su rechazo frontal al túnel, también se muestra realista a la hora de conceder que le será casi imposible frenarlo. Por eso su plan b se centra en presionar para que el tramo sea mucho más largo de lo previsto, de modo que evite que las entradas y salidas de los automóviles tengan su punto neurálgico justo frente al enclave milenario.
Contribuye desde luego a la saturación del tráfico en la zona el ratio de 114 visitantes la hora en Stonehenge, atraídos por el círculo exterior que conforman seis grandes bloques de piedra rematados por tres dinteles, acompañado de los dieciséis monolitos del exterior. Pudo ser un monumento funerario un observatorio astronómico o un templo, pero sólo su preservación permitirá algún día desvelar las claves. Y quienes luchan por preservarlo frente a las necesidades del tráfico moderno esgrimen un último y poético argumento: si el acceso occidental al túnel de la discordia acaba entorpeciendo la trayectoria de los rayos del sol sobre las piedras, según sostienen algunos expertos, entonces la alineación de esas piedras con los movimientos del astro quedaría arruinada para siempre.
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