‘Bukakes’ por Navidad
El protagonista, Bryan Cranston, es el pasado: tiene una imprenta al borde de la ruina. El yerno, James Franco, es millonario gracias a los videojuegos
¿TENÍA QUE SER ÉL?
Dirección: John Hamburg.
Intérpretes: Bryan Cranston, James Franco, Zoey Deutch, Megan Mullally, Griffin Gluck.
Género: comedia. Estados Unidos, 2016.
Duración: 111 minutos.
Una película de Hollywood, financiada por una de sus productoras históricas, 20th Century Fox, que aúna entre sus conversaciones y subtextos la necesidad de la familia, el espíritu de la Navidad y la práctica del bukake. Definitivamente, los tiempos están cambiando. Y justo eso, que corren vientos nuevos en la prole, en las Pascuas y en las charlas sobre sexo, nos viene a decir ¿Tenía que ser él?, película de John Hamburg escrita por el propio director, Ian Helfer y Jonah Hill, que le da la vuelta, y de qué modo, al clásico encuentro del admirable suegro con el odiado yerno.
Cuando en 1950 la Metro-Goldwyn-Mayer y Vincente Minnelli crearon El padre de la novia, a mayor gloria de Spencer Tracy y Elizabeth Taylor, primer eslabón de una cadena que, esencialmente, han formado su remake homónimo de 1991, con Steve Martin, y Los padres de ella (Jay Roach, 2000) y sus secuelas, que ya retorcían su idea para añadirle un toque esencialmente gamberro, poco podían imaginar hasta qué extremos de espontaneidad llegarían las conversaciones entre miembros de generaciones sucesivas. En ¿Tenía que ser él? la mecánica y el desarrollo siguen siendo los de una comedia romántica con encuentro de caracteres dispares, pero los tiempos están cambiando: ahora el padre de la novia pasa de personaje dominador a dominado.
El protagonista, un novedoso Bryan Cranston entre tanto estrambote, es el pasado: tiene una imprenta y está al borde de la ruina. Y el yerno, James Franco, en su salsa, ejemplifica los nuevos tiempos: es millonario gracias a una empresa de videojuegos. El contraste da pie a diversas situaciones de gracia irregular que no siempre sus autores aciertan a medir en el tiempo. Mejor en la réplica cortante que en las secuencias que estiran su premisa hasta la extenuación (la del váter hipermoderno como paradigma), la película se resbala cuando, en lugar de apuntar insolencia para luego driblar con sutileza (la conversación del bukake como mejor ejemplo), se convierte en un rosario de explicitudes caca-teta-culo-pedo-pis. Aunque, evidentemente, con otras palabras más contemporáneamente escabrosas.
Más novedosa por lo que supone de descaro dentro del sistema que por su verdadera calidad (dependiendo de la sensibilidad de cada espectador, el término descaro será sustituido por grosería), ¿Tenía que ser él? contiene, eso sí, un último detalle positivo, una vez más relacionado con los nuevos tiempos: un desenlace que nos guardaremos, pero que en modo alguno completa el estilo del que hubieran hecho gala Minnelli y Tracy, que lo hubieran rechazado tanto o más que el bukake.
Babelia
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