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Crítica | La autopsia de Jane Doe
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El cadáver incongruente

Øvredal divide su película en dos partes de tonos sumamente diferenciados, pero cuya relación dialéctica está cargada de sentido

LA AUTOPSIA DE JANE DOE

Dirección: André Øvredal.

Intérpretes: Emile Hirsch, Brian Cox, Ophelia Lovibond, Olwen Catherine Kelly.

Género: terror. Reino Unido, 2016.

Duración: 86 minutos.

Un padre y un hijo consagrados a la medicina forense conforman una insólita variable de la pareja de detectives en La autopsia de Jane Doe, segundo largometraje en solitario del noruego André Øvredal: con ánimo inquisitivo y la racionalidad como afilado escalpelo, los protagonistas se acercan a todo cuerpo yacente en su mesa de trabajo como si fuera un lugar del crimen susceptible de segregar falsas pistas y retorcer sus órganos internos en equívocos trampantojos. Su objetivo no es encontrar al autor del crimen, sino el motivo del fallecimiento. Los Tilden, que Brian Cox y Emile Hirsch sitúan en el punto medio entre la complicidad paternofilial y el intercambio socrático, encontrarán su particular desafío, a lo Caso de la Habitación Cerrada, en lo que, rindiendo tributo a la tradición, se podría bautizar como el Misterio del Cadáver Incongruente: el de una mujer anónima encontrada en una paradójica escena del crimen. ¿Casa asaltada, territorio de una fuga desesperada e imposible?

Øvredal divide su película en dos partes de tonos sumamente diferenciados, pero cuya relación dialéctica está cargada de sentido. En la primera, el cineasta, que en Trollhunter (2010) ya había ofrecido una llamativa y burlona aportación al found footage horror –subgénero tan dado a la reiteración inconsecuente-, propone un ejercicio de terror elusivo y atmosférico, mientras el cuerpo diseccionado va desvelando sus irresolubles contradicciones. Øvredal despliega aquí un severo control del espacio asociado a un mesurado crescendo de inquietud, que algunos planos van puntuando y rasgando como cortes de bisturí. Tras una visible cesura en forma de apagón, el tono estalla en un recital de grand guignol que quizá podría hacer creer a los espectadores que la película se postra ante la fácil rentabilidad del golpe de efecto y el susto fácil. Hay otra forma de verlo: Øvredal he tenido la generosidad de proponer un trabajo que es, al mismo tiempo, discurso autorreflexivo sobre un cine de terror levantado sobre el temor y el asombro en torno a una feminidad asociada a lo irracional y pura película de género que dramatiza, a golpe de convención, la destrucción de la racionalidad masculina.

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