Muere Andrés Rivera, la voz de los derrotados
De cuna obrera, el escritor argentino deja el relato de hombres despojados
Los excluídos han perdido a su intérprete. El escritror argentino Andrés Rivera murió a los 88 años en la ciudad Córdoba, ciudad al norte de Buenos Aires que lo tuvo como huesped itinerante durante décadas, víctima de una cirugía de cadera de la que no pudo recuperarse. Obrero textil, como su padre, la vida en la fábrica como tejedor marcó su pluma para siempre. “Un escritor escribe siempre sobre lo mismo. ¿En mi caso? La muerte, las relaciones entre hombres y hombres, y hombres y mujeres, la militancia política y la no militancia, que también es una militancia", dijo Rivera años atrás durante una entrevista con EL PAÍS. Rivera fue parte del Partido Comunista hasta que fue expulsado. Desde ese momento su obra, como él mismo lo dijo alguna vez, fue más literaria, despojada ya de la necesidad de dar un mensaje. Aunque ese mensaje nunca estuvo ausente.
Diciembre de 1928. Rivera nació como Marcos Ribak en Villa Crespo, un barrio que aún hoy concentra a la comunidad judía de Buenos Aires. Allí convivió con la gente del entorno de su padre, un inmigrante polaco que se movía entre obreros textiles en tiempos en que Argentina vivía el nacimiento de una clase que, años más tarde, llevaría al poder a Juan Domingo Perón. Hace 60 años, cuando publicó El precio, su primera novela, decidió utilizar su alias de militante comunista. Andrés Rivera pasó a ser el seudónimo de uno de los grandes escritores argentinos.
La consagración llegó en 1992, cuando su libro La revolución es un sueño eterno ganó el Premio Nacional de Literatura, un galardón que antes habían recibido Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares, entre otros grandes autores argentinos. La novela utiliza la figura de Juan José Castelli, uno de los miembros de la Primera Junta que en 1810 inició la independencia argentina de España, para jugar con la tragedia argentina. Castelli escribe al borde de la muerte sus recuerdos desde “una ciudad que extermina la utopía pero no su memoria”. Cuatro años después, Rivera volverá a la novela histórica con El Farmer (1996), donde relata el final de Juan Manuel de Rosas, un hombre alguna vez todopoderoso que terminó su vida como el gran perdedor en un país que surgía.
Su creciente convicción de que la lucha popular era una causa perdida marcó buena parte de su obra de madurez, como en Profundo Sur (1999), basado en la Semana Trágica de 1999, un evento que pasó a la historia por la sangrienta represión a obreros en huelga. “Creo que hablo de la vida cotidiana, porque la vida cotidiana es pura historia”, dijo Rivera. “La Semana Trágica está incorporada a la historia de Argentina, un país que tuvo un movimiento ideológico y sindical muy fuerte a principios del siglo XX, algo que ha desaparecido. ¿Cómo un escritor argentino se va a desligar de eso? Está comprometido con ello, lo respira. Aunque no escribí esta novela desde la nostalgia, recuerdo que cuando lo hacía podía sentirme copartícipe de un intento de cambiar el mundo”.
En 2001, Rivera publicó Kadish, el último de una lista de más de 30 libros publicados en seis décadas. La muerte lo encontró en el barrio obrero de Córdoba donde se instaló en 1996, a pocas calles de una biblioteca popular gestionada por su esposa, Susana Fiorito. Lejos de los sueños de cambio que marcaron sus inicios, el escritor pensaba que “los libros están ahora en las noticias policiales, son el reflejo de esta sociedad que tiene todavía huellas de la dictadura”. “Hoy”, dijo en 1997, “se que que pertenezco a la legión de los derrotados”. Ojalá se haya llevado oculto el secreto de un triunfo.
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