Marcos Ana, un emblema de la resistencia comunista contra el franquismo
Su poesía reflejó la realidad atroz de las prisiones de la dictadura, que le mantuvo encarcelado durante 23 años
El poeta comunista Marcos Ana, nacido Fernado Macarro, encarnaba el compromiso de tres generaciones de español@s antifascistas en la lucha a vida o muerte contra el franquismo, por las libertades y por la democracia. Había nacido hace 96 años en el pueblecito salmantino de San Vicente de Alconada. Su familia de jornaleros se establecería posteriormente en Alcalá de Henares. Allí, en los albores de la Guerra Civil, asistió a un mitin del dirigente comunista Federico Melchor (quien posteriormente dirigiría el principal periódico comunista Mundo Obrero). Aquel acto político impactó de tal manera sobre su sensibilidad, a la sazón casi infantil, que decidió ardientemente incorporarse a la lucha en defensa de la República desde las filas sindicales y luego del PCE. Para ello tuvo que sortear muchos controles que le impedían tanta precocidad militante. No sería la primera vez que su ardor combativo le llevó a falsear su edad temprana.
Una vez desencadenada la guerra al fracasar el levantamiento faccioso de los generales africanistas Emilio Mola y Francisco Franco en julio de 1936 -con el apoyo militar de Adolf Hitler y de Benito Mussolini, la neutralidad británica y francesa, la financiación de la oligarquía rural y ganadera española y la aquiescencia de la jerarquía eclesiástica- Fernando asistiría a un episodio atroz. Sin haber abandonado todavía de la adolescencia, a la salida de un cinematógrafo, un bombardeo de la aviación nazi descargó sorpresivamente su ajuar letal sobre la ciudad alcalaína. A toda prisa y con otros muchachos, acudió a los lugares más castigados a socorrer a las víctimas: allí, entre escombros, halló el cadáver ensangrentado y horrorosamente mutilado de su propio padre, Marcos Macarro, cuyo nombre, como el de su madre, Ana -muerta en 1943 en medio de grandes penalidades-, su atribulado hijo adoptó tras aquel trance.
Sorteando las prohibiciones y camuflando su edad, Marcos acudió a la sierra madrileña a detener con otros milicianos el avance de las tropas regulares y falangistas de Mola que descendían desde Navarra ensangrentando Castilla a su paso. Con mosquetones de la guerra de África, aquellos voluntarios republicanos, muchos de ellos mozalbetes como Marcos, consiguieron parar el avance militar de los alzados en una zona de importancia crucial. Si aquel frente caía, caía Madrid con él. El frente republicano se mantuvo allí detenido e incólume por su esfuerzo resistente durante casi tres años, hasta 1939.
Al finalizar la guerra civil Marcos cuenta con 19 años. Es denunciado por una vecina de Alcalá; es detenido e ingresa en prisión, de la que no saldría hasta 23 años después. Tres sentencias de muerte, precedidas de otros tantos consejos de guerra, recibiría a lo largo de su prolongadísima condena, parcialmente compartida por otro militante comunista, Melquisedech Rodríguez, camarada suyo y compañero de celda en algunas de las prisiones por las cuales transitaron obligadamente durante aquellos años. Hambre, dolor, tortura y angustia sin fin no consiguieron doblegar su indomable espíritu. Toda oferta de trato de favor por los carceleros, dadas sus condiciones de líder de los presos, fracasaban en él. Las celdas de castigo le recibían sin interrupción. Constantemente invocaba la solidaridad de todos para impedir cualquier tipo de quebrantamiento. Sus compañeros le adoraban. Y seguían sus directrices.
En prisión, Marcos Ana desarrolló su escritura, en clave poética, nutrida por la sobrehumana experiencia diaria y nocturna, durante varios años, de resistir sin quiebro ni debilidad alguna la espera de la llamada ronca del carcelero para comparecer ante el pelotón de fusilamiento. Centenares de compañeros suyos perecieron así. El poeta, que coincidió unas semanas en una prisión madrileña con el gran vate comunista Miguel Hernández, allí retratado por el dramaturgo también comunista Antonio Buero Vallejo, dotó a sus versos de una fuerza inigualada, de un realismo vivaz bellamente sincero, bañado de una esperanza titánica y deslumbrante esmaltada por un anhelo grandioso de libertad para España toda, por una sed insaciada de democracia, de racionalidad y de benevolencia.
“La clave de la resistencia es la organización”
Con los prisioneros políticos que abarrotaban los penales de El Dueso, de Burgos, de Ocaña, de Segovia y Carabanchel, entre muchos otras, Marcos Ana idearía miles de tretas –dentífricos, barras de pan, neumáticos- para recibir noticias de fuera o enviarlas extramuros. Con ellas confeccionaban diarios dentro de la cárcel que filtraban al exterior. Allí descubrió, como confesara al periodista, que “la organización es la clave de la resistencia”. Aquellos mensajes, reproducidos por la prensa clandestina, daban cuenta de la entereza de la lucha que en el rincón más oscuro de las celdas, comunistas, socialistas y anarquistas, libraron frente a la dictadura. Su ejemplo, el de aquel colectivo dolorido por el hambre, las vejaciones y el odio, empero, se irguió en exponente de la victoria moral que aguardaba a los demócratas a la salida de la tiniebla franquista, cuya estela política colapsaría tras la muerte del dictador en 1975, entre coletazos de sangre. Aquella lucha desde las prisiones no cejaría ni un minuto durante los 39 años que duró el flagelo del general Franco, definido por el poeta comunista Rafael Alberti como “Funeralísimo”.
En 1963 Marcos Ana sale de la cárcel. Una mujer de la vida le enseña dulcemente cómo hacer el amor. Llora por su ignorancia amatoria. Viaja a Francia y comienza a vertebrar, con Angelita Grimau, viuda de Julián Grimau, fusilado por Franco en 1963, una organización de denuncia antifranquista para recabar la solidaridad mundial hacia los presos políticos. Viajero infatigable, cruza el Atlántico varias veces. Contacta con los principales dirigentes antifascistas, intelectuales y políticos del mundo, desde el chileno -y español por cordialidad-, Pablo Neruda a la activista estadounidense de color, Ángela Davis o el líder surafricano, comunista como él y ella, Nelson Mandela. Demanda su solidaridad y la consigue. Se convierte en el heraldo del PCE por el mundo, tarea en la cual el abogado Teodulfo Lagunero le brindó su apoyo.
Comienza escribir de una forma más continuada. Las obras de Marcos Ana, entre ellas “Decidme como es un árbol”, “Vale la pena luchar”, entre muchas otras, o sus poemarios, repletos de humanidad y de cordura política, de perfecta hechura, surcan las librerías; su presencia es disputada por las principales universidades del mundo pero no olvida nunca, confiesa, las luchas de todos los resistentes contra la impostura, la injusticia, el hambre y el fascismo. Con todo el sufrimiento acumulado en sus espaldas, con todo el pavor vencido por su valentía tras 23 años encarcelado, jamás se le oyó una frase de venganza contra sus verdugos. Su comprensión de la libertad fue tan generosa que la saludaba como emancipadora, también, de quienes tanto le habían castigado. “Siempre donde siempre”, fue uno de los lemas que mostraron la lealtad a sus profundas convicciones.
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