‘Atoragon’, el submarino volador
La historia del viejo sumergible de ficción entronca con la de la Marina Imperial Japonesa de la II Guerra Mundial
Si hay que escoger un submarino de los muchos que han navegado la historia y el mito, ¿por cuál nos decantaríamos? ¿El Nautilus de Nemo?, ¿el U-47 de Prien, némesis de Scapa Flow?, ¿el desgraciado Kursk?, ¿el otro Nautilus, el de propulsión atómica que llegó en 1958 al Polo Norte en una de las grandes aventuras sumergidas? ¿O quizá el seminal Seaviw del almirante Nelson y el capitán Crane (sin olvidar a Kowalski) que nos llevó de Viaje al fondo del mar en la tele de los sesenta?
Será la influencia nipona al haber pasado tantas horas en el reciente Salón del Manga o seguramente la estimulante lectura de Destellos de luna, pioneros de la ciencia ficción japonesa, de Daniel Aguilar (Satori,2016), que lo lleva en su portada, pero yo me inclino ahora por el sensacional Atoragon, el poderoso submarino volador (que ya es maravilla), del que he redescubierto con entusiasmo mi querencia infantil. Recuerdo que de niño no había quien me sacara del cine –eran tiempos de sesión continua- cuando proyectaban Agente 04 del imperio sumergido, que es como se llamó aquí, para aprovechar supongo el tirón de James Bond 007, Kaitei Gunkan (1963), literalmente “navío de combate submarino”, de Ishiro Honda, una película fenomenal sobre un fabuloso sumergible japonés que salvaba al mundo de su destrucción a manos de las oscuras fuerzas del continente subacuático Mu.
De niño no había quien me sacara del cine –eran tiempos de sesión continua- cuando proyectaban Agente 04 del imperio sumergido
En aquel entonces yo quería enrolarme en la tripulación del Atoragon (al tener un hermano mayor a mí me tocaba militar siempre con los japoneses, como con los pieles rojas y nazis) y vivir sus aventuras, incluido (ya era entonces muy despierto) el ver a las actrices femeninas vestir los sensuales neoprenos con escamas. Incluso tuve un modelo a escala del supersubmarino (de Otaki, en la actualidad lo hace también Fujimi), que incluía su proa perforadora y su temible Cañón Helador (Absolute Zero Cannon), con el que la nave se deshacía de la serpiente gigante Manda (toda película japonesa tokusatsu –el género de humanidad en peligro- debía tener un daikaiju, un monstruo).
Ahora, en mi nueva singladura madura con el Atoragon, he descubierto cosas que no sabía (lógicamente) entonces. Algunas inquietantes. Claro que de niño yo lo ignoraba casi todo de la Marina Imperial Japonesa. Resulta que el Atoragon –le sigo llamando así, que es como se lo denominó (también Atragon) en las versiones para Occidente (contracción de Atomic Dragon), aunque el nombre japonés del buque era Gotengo (Firmamento Rugiente)-, estaba ideado y comandado por un veterano de la II Guerra Mundial que había rechazado la rendición de Japón y se había atrincherado en un atolón (un poco como Nemo en La isla misteriosa), el capitán Hachiro Jinguji (Jun Tazaki). El marino, inicialmente reacio a salvar al mundo con su navío, que él destina a la revancha contra los Aliados, hasta la intercesión de su hija Makoto, es un fanático militar ultranacionalista japonés con ansias de venganza y de restauración del Imperio.
Significativamente, el guion de la película hace a Jinguji previamente comandante del último de los más avanzados submarinos de la flota imperial, el I-403. La clase I-400, los gigantescos submarinos Sen-Toku creados por Japón hacia el final de la guerra, de más de 5.000 toneladas de desplazamiento y equipados con tres hidroaviones que se lanzaban con catapulta desde cubierta y eran capaces de actuar como bombarderos en picado, estaban destinados a atacar el canal de Panamá y los puertos de la Costa del Pacífico de los EE UU. Solo tres (I-400 al I-402) llegaron a entrar en servicio y todos cayeron al final en manos de la marina estadounidense, al igual que el inexistente I-403 de Jinguji es apresado por la flota de Mu.
El Atoragon es en realidad la apoteosis de los submarinos imperiales japoneses y entronca con una tradición de coraje y abnegación en el servicio, pero también de brutalidad despiadada: el último comandante del Escuadron de Submarinos Uno, que izaba su pabellón en el I-401, fue el capitán Tatsunosuke Ariizumi, responsable de atrocidades como la masacre de los supervivientes desarmados del mercante Tjisalak en el Índico. Ariizumi se pegó un tiro mientras su escuadrón era escoltado por barcos de EE UU a Yokosuka para su rendición.
Bien mirado, por impresionante que sea el Atoragon, quizá fuera mejor escoger otro submarino...
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.