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DON DE GENTES
Columna
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Y el Grammy es para... ¡Philip Roth!

En cuanto se supo el nombre de Bob Dylan como ganador del Nobel de Literatura, pensé en Philip Roth, el ser humano al que más le fastidia no ganar el Nobel

Elvira Lindo
Philip Roth, en Nueva York en 2007.
Philip Roth, en Nueva York en 2007.Orjan F. Ellingvag (Corbis)

Qué le voy a hacer, intoxicada como estoy de eso que llaman listas de favoritos para el Nobel de Literatura, todos los años pienso en los eternos candidatos. Debe ser muy triste enrocarse en ese puesto de aspirante oficioso, de tal manera que un día al año todo el mundo te recuerde con un poco de penilla. En cuanto se supo el nombre de Dylan, pensé en Philip Roth, porque creo que es el ser humano al que más le fastidia no ganar el Nobel. Si de algo hace alarde el novelista es de una vanidad sin innecesarios pudores. A mí ese desparpajo me resulta muy simpático; cuando le escuché en el documental sobre su persona afirmar que se acababa de leer sus obras completas para ver si se sostenían en el tiempo y que se había quedado bastante satisfecho me entró una ternura enorme por el anciano vanidoso. Al menos es sincero, otros deben estar leyendo sus obras en silencio, preguntándose cómo coño no han entrado ya de una puñetera vez en la lista de eternos candidatos. Me imagino a Roth, que sí lo viene siendo desde hace años, este mismo jueves. No lo visualizo mirando el Twitter, eso ya sería en sí mismo un chiste, sino poniendo la radio y escuchando el nombre de Bob Dylan. ¿Bob Dylan? Lo imagino haciendo cábalas: Bob Dylan, estadounidense, judío… Maldita sea. ¿Cuánto tiempo tendrá que pasar para que otro judío americano vuelva a llevarse el premio?

Pienso, imaginaciones mías, que la única mezquina alegría que le habrá quedado a Roth es que el premio ha ido al bolsillo de un cantautor. Al fin y al cabo, no a uno de los suyos, y eso es algo que se encaja mejor. Cosas mías, de alguien que lleva muchos años calentándose las manos en esta hoguera de las vanidades.

Pero hay que reconocer que el jueves fue un día francamente divertido; como dice un amigo mío, cada español lleva dentro un Vicente del Bosque y un jurado del Nobel. De pronto, surgieron los detractores de Dylan, con tanta furia que parece que el premio Nobel lo concediera Dios con sus apóstoles desde el cielo y no un grupo de señores mortales como nosotros. Había poetas que clamaban al cielo porque Dylan no era un poeta. Había cantautores que decían que Dylan era sin duda alguna el mejor poeta americano del siglo XX, como si se hubieran leído a todos los poetas americanos. Porque los defensores eran tanto o más iracundos que los críticos, y más creyentes que admiradores, ya que Dylan tiene un no sé qué de santidad que anula cualquier tipo de crítica que no sea absolutamente rendida. Y a todo esto, una pensando, pero… ¿tanto nos importa el Nobel?

No cabe duda de que una de las virtudes de este premio es dar a conocer a personas que habitando en los márgenes han creado una obra excelente sin que la mayoría del mundo se enterara. Colocó en muchas librerías a Svetlana Aleksiévich, nos volcó en la lectura de Modiano, nos dio a conocer a Tranströmer. Una quisiera creer que los premios sirven de corrector ante la corrosión del olvido, pero no es así. Los premios son arbitrarios. El de este año y todos. Bob Dylan hubiera estado en el corazón y la memoria de los amantes de la música y la poesía con Nobel o sin él. En su país está absolutamente reconocido en la Biblioteca del Congreso y varias de sus grabaciones registradas en el Grammy Hall of Fame, que reúne composiciones de mérito histórico y cultural. Dylan es un artista popular, con toda la grandeza que contiene ese adjetivo, pero tan merecedor del Nobel como otros poetas a los que el Nobel no ha alumbrado y jamás llegaremos a conocer. Copio unas agudas palabras del cronista Jordi Corominas, que ayer escribía esto: “¿Cuál es el impacto cultural que marca los sesenta? El folk, el pop y su conexión con las preocupaciones de la generación de la posguerra. Ergo Dylan, guste más o menos, es un justo ganador que por otra parte conecta con una idea primordial: la poesía nació con la música”.

Sea como fuere, a mí me parece que la composición de canciones tiene un mérito que no se comparar a nada. Hay en nuestro cerebro, ya lo han corroborado los neurólogos, un apartado especial para la música. No es necesario pues para ensalzar una canción elevarla a un supuesto canon literario. Cuántos de los que amamos la literatura tanto como la música no hubiéramos cambiado una de nuestras páginas por haber compuesto “So in love”. Compones esa canción y no hay nobeles que valgan, porque cada día en cualquier rincón de la tierra alguien está tarareándola. Es, en sí, memoria colectiva. ¿Alguien da más?

También se comentaba que el premio a Dylan contenía un mensaje antiTrump. Si así es, espero que cuando el cantante recoja el premio, nos sintamos tan libres del monstruo como para desmarcarnos también de Hillary.

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Sobre la firma

Elvira Lindo
Es escritora y guionista. Trabajó en RNE toda la década de los 80. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Los Trapos Sucios' y el Biblioteca Breve por 'Una palabra tuya'. Otras novelas suyas son: 'Lo que me queda por vivir' y 'A corazón abierto'. Su último libro es 'En la boca del lobo'. Colabora en EL PAÍS y la Cadena SER.

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