Racismo en la pantalla
México y buena parte de los países americanos llevan décadas siendo racistas en sus películas y series de televisión
El mexicano Tenoch Huerta es un actor que no teme decir lo que piensa. Sus entrevistas tienen siempre algo de crítica social, lejos de la zona de corrección política donde la mayoría de sus colegas prefiere moverse. Esta semana soltó un buscapiés. “Parece que los morenos ni siquiera podemos protagonizar televisión”, dijo al periódico Reforma. La declaración necesita matiz. Tenoch está rodando una serie sobre Blue Demon, antagonista y después aliado de El Santo. Y más que eso, la protagoniza para Televisa, la poderosa empresa que sirve de diana para muchos de sus dardos. “Hay un claro clasismo y racismo en la televisión nacional y latinoamericana en general”, agregó. ¿Qué tan cierto es esto?
Hace unos meses, en una conversación con EL PAÍS, Huerta contaba cómo rechazaba muchos de los papeles que le ofrecían porque los roles solo alimentaban estereotipos. En Colombia, decía, le ofrecieron sumarse a una serie sobre narcotraficantes, la exitosa fórmula del momento. Al actor le llamó la atención que los papeles de los capos fueran para blancos y que los sicarios segundones fueran personajes morenos sucios o jodidos. Y dijo no.
México y buena parte de los países del continente llevan décadas siendo racistas en sus pantallas. La Época de oro del cine nacional, que comenzó en los años cuarenta y se extendió por casi 20 años, hizo un flaco favor al retratar a los indígenas mexicanos. El historiador Federico Navarrete describe en México racista (Grijalbo, 2016) cómo Tizoc se convirtió en una “fantasía del indigenismo nacional”. La cinta de 1956 dirigida por Ismael Rodríguez, filmada con un magnífico Cinemascopio en los brillantes colores del Technicolor, cuenta la historia de un indio cuyos rasgos son la sumisión, el sufrimiento y la devoción. Está protagonizada por dos leyendas de la industria nacional: María Félix y Pedro Infante, que tiene el papel principal.
Existe cierta unanimidad al señalar el daño que hizo Tizoc al retrato de las minorías mexicanas. “Todos los lugares comunes de los indígenas se encuentran en esta película”, apunta el antropólogo César Carrillo en El racismo en México (Conaculta, 2009). El especialista señala que el metraje incluye una de las extendidas ideas que se tienen sobre los indios hoy: hay que desconfiar de ellos.
Tres años después, Macario sumó a este retrato de la raza autóctona hecho por hombres blancos. La historia de un campesino leñador obsesionado con la muerte, basada en un relato de B. Traven, ha sido una de las cintas más internacionales de México. Estuvo nominada a la Palma de Oro en Cannes en 1960 y al Óscar en la categoría de mejor película extranjera. La cinta está nuevamente protagonizada por un criollo, el estupendo Ignacio López Tarso.
Estos antecedentes facilitaron que los indígenas y morenos fueran excluidos de las pantallas. La televisión, el medio tradicional predilecto de las familias, conservó el vicio. Los papeles de indígenas en las telenovelas, series y películas, suelen ser interpretados por criollos o mestizos. Y en muchas ocasiones en tono cómico o de farsa, como La india María y Tomás, un burdo personaje del cómico Héctor Suárez. Estos estereotipos continúan poblando las comedias mexicanas con éxito. El caso más reciente es ¿Qué culpa tiene el niño?, la taquillera cinta que hace burla de los sectores bajos y poco educados en el país.
En los años ochenta, Carrusel, una telenovela dirigida al público infantil, tenía entre sus personajes a Cirilo, un humilde niño negro víctima del acoso escolar por su clase y color de piel. El pequeño se desvivía por María Joaquina, una blanca de clase alta, hija de un exitoso médico que veía a su compañero con una mezcla de asco y desprecio. El retrato era una modesta denuncia de la discriminación en México. La lección no caló en las audiencias pues poco ha cambiado en la televisión desde entonces.
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