Manuel Jabois, el padre, el hijo y un libro
El periodista ha escrito una crónica sobre el más criminal de los atentados ocurridos en España, con 191 muertos en Madrid el 11 de marzo de 2004
Dani Froiz, amigo de Manuel Jabois, productor de cine que nació, como su amigo, en Pontevedra, se subió al estrado preparado por Planeta para presentar Nos vemos en esta vida o en la próxima para lamentar que aquel muchacho que ahora es periodista de EL PAÍS ya no les cuente a sus amigos de Sanxenxo (Pontevedra), donde nació en 1978, las historias que los hacían velar la noche hasta que amanecía. Ahora las cuenta en este periódico, antes las contó en El Mundo y desde chico se acostumbró a compartirlas con amigos que ahora le buscan en las páginas del diario o en las presentaciones de sus libros.
Jabois ha escrito ahora la más delicada de sus crónicas, pues ese libro que acaba de publicar versa sobre el más criminal de los atentados ocurridos en España en la historia, 191 muertos en los trenes de cercanías y Atocha el 11 de marzo de 2004. Y, además, es un reportaje sobre el más joven, y el primer condenado, de aquellos criminales que apoyaron con la dinamita a los que iban a matar. Y que, además, le dice a Jabois que si hubiera sabido (que no lo sabía, dijo) para qué era la metralla volvería a ayudar a los compinches que, droga por medio, lo metieron en eso.
La evocación que hizo Jabois, en el libro y en persona, este lunes en la planta séptima de El Corte Inglés de Callao, te pone los pelos de punta, porque, como aconseja José Hierro, el periodista lo ha contado sin vuelo en el verso, sin opinión, y casi sin adjetivos, sólo con verbos (la recomendación más lúcida que le hicieron nunca desde un periódico al periodista Ernest Hemingway: “Mándeme verbos”) y con hechos, y con las palabras del joven condenado.
La historia en libro va por la segunda edición, que en un mes es muchísimo en este tiempo en que los libros van lentos como la poesía. Y de ella ha hablado Jabois en muchos estrados; esta vez dialogaba con su colega Mara Torres, que comparte editorial (quedó finalista de un Planeta, con La vida imaginaria, 2012) y que dirige el telediario más sosegado de la televisión española, en La Dos. Cuando avanzaba este diálogo, en el que Jabois contó cómo le habían llegado denuestos de familiares de las víctimas de aquella matanza, por haberle dado carta de personaje a un criminal (“Yo he hecho un reportaje, no he creado un personaje, he contado una historia, para que la gente sepa qué hay detrás de aquel mal”), Mara Torres le hizo la pregunta que todo escritor en sazón espera: “¿Y ahora qué escribes?” Y como todo escritor en sazón, el joven periodista de Sanxenxo le dijo que eso no se cuenta. Pero luego la periodista le hizo una pregunta inesperada: “¿Por qué se lo dedicas a tu padre?”
Y ahí fue cuando Jabois explicó la que quizá sea la historia que, de algún modo, su amigo Froiz esperaba escuchar en aquellas noches pontevedresas en las que ya no está (o está menos) el autor de Nos vemos en esta vida o en la otra.
— ¿Y por qué se lo dedicas a tu padre?
En realidad, dijo, es una errata de imprenta; “Se lo dedicaba a mis padres, pero se comieron las eses”. Quizá. Pero la realidad es que, ante la pregunta de Mara Torres, el escritor se lanzó, como para vaciarse. Su padre, como tantos de su generación en Pontevedra y en la costa gallega, creció en un entorno cercado por la heroína y evitó esa amenaza que dominó a los jóvenes gallegos de hace 20 años. Él fue, dijo, “un hijo inesperado”, cuando su padre tenía 20 años, y “como el destino de los hijos está ligado al destino de los padres”, esa dedicación dio el fruto que ahora es este joven periodista que contaba historias en Pontevedra y que ahora cuenta historias aquí y en todas partes.
“Yo soy un joven débil que nació en un entorno muy blindado”, dijo Jabois. Qué hubiera pasado si este chico que ayudó a Trashorras a transportar la muerte del 11M hubiera tenido esa suerte.
Mara Torres le había preguntado antes, sin obtener respuesta, qué estaba escribiendo ahora. Quizá esta respuesta de Jabois sobre la dedicatoria de este libro no fue sólo una historia para Froiz sino el borrador duro de su próxima crónica en forma de libro.
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