“Las corridas de toros son solo una matanza ritualizada”
El Nobel de Literatura, que publica nueva novela en agosto, habla de su compromiso ético y social. Este jueves estará en Madrid defendiendo la causa animalista
John Maxwell Coetzee, premio Nobel de Literatura en 2003, es uno de los grandes escritores vivos y uno de los más esquivos. Nació en Ciudad de Cabo (Sudáfrica) hace 76 años y vive en Australia. Desde que en 1974 debutó con la novela Tierras de poniente, no ha dejado de publicar ficción y ensayo pero aborrece las entrevistas y se niega a hablar de su propia obra. El próximo jueves pronunciará una conferencia en el Museo Reina Sofía de Madrid sobre su compromiso con “diversos motivos éticos universales”. Será dentro del marco de Capital Animal, una iniciativa de arte, cultura y pensamiento nacida para defender los derechos de los animales. Por ese motivo, Coetzee ha accedido a responder por correo electrónico a las preguntas de EL PAÍS.
Pregunta. ¿Cuándo tuvo conciencia de la necesidad de defender los derechos de los animales? ¿Vio algo? ¿Leyó algo?
Respuesta. Tengo mis dudas respecto al concepto de “derechos de los animales”. El derecho más importante es el derecho a la vida. Dado que es extremadamente improbable que alguna vez se conceda a los animales ese derecho, prefiero defender la idea de que los seres humanos deberían sentir que tienen ciertos deberes hacia los animales.
P. ¿Qué deberes?
R. Los derechos pertenecen a la esfera de la ley; los deberes, a la esfera de la ética. Cuando no cumples con tus deberes te sientes avergonzado. O sea, que el sentimiento de vergüenza es un buen indicativo de que uno no ha cumplido. Yo me avergonzaría de mí mismo si infligiera dolor a un animal deliberadamente. Sin embargo, el asunto es mucho más complicado. Primero porque hay gente que, honestamente, no siente esa vergüenza. Segundo, porque yo mismo no la siento si mato, por ejemplo, a un mosquito. No me hago ilusiones de que sea fácil construir un código ético basado en los deberes.
P. Como sabe, hay gente que considera las corridas de toros parte de la cultura, ¿tiene usted argumentos contra esa coartada cultural?
R. Si la contienda entre el hombre y el toro fuera más igualada tendría mayor respeto a las corridas. Sin embargo, está tan manipulada que el toro no puede ganar nunca. Por eso creo que las corridas de toros no son más que una forma ritualizada de matanza.
P. Cuando habla de las corridas de toros en su novela Elizabeth Costello las relaciona con lo primitivo y lo masculino. ¿Cree que hay relación entre machismo y maltrato animal?
R. Varias mujeres casadas me han confesado que en sus casas se consumiría menos carne si sus maridos no la exigieran en cada comida.
P. La semana que viene estará en España hablando en un foro sobre los animales y el mes pasado viajó a Palestina. Como sudafricano, ¿diría que los palestinos sufren una especie de apartheid?
R. Durante una lectura que di en Ramala, en Cisjordania, el 26 de mayo, hice la siguiente declaración: nunca he creído que lleve a ninguna parte usar la palabra apartheid para describir el sistema creado en Palestina por el régimen israelí. Igual que pasa cuando se usa la palabra genocidio para calificar lo que pasó en Turquía [con los armenios] hace 100 años, rebaja el análisis y nos desvía hacia una disputa semántica enconada. El apartheid fue un sistema que segregación forzosa basada en la raza y en la etnia y practicada por un grupo excluyente y autoproclamado para consolidar una conquista colonial y, en particular, para mantener y extender su dominio sobre una tierra y sus recursos naturales. En Jerusalén y en Cisjordania, por hablar solo de Jerusalén y Cisjordania, lo que tenemos es un sistema de segregación forzosa basada en la religión y en la etnia practicado por un grupo excluyente y autoproclamado para consolidar una conquista colonial y, en particular, para mantener y extender de facto su dominio sobre una tierra y sus recursos naturales. Saque sus propias conclusiones.
P. Usted escribió un libro entero contra la censura en el que decía que es una señal de debilidad y no de fortaleza. ¿Qué pensó cuando leyó los informes de los censores sudafricanos sobre sus propias novelas?
R. No conocí la identidad de los censores que juzgaron mis libros hasta que, en los años noventa, se abrieron al público los archivos del Gobierno del apartheid. Fue entonces cuando descubrí que entre esos censores había colegas míos de la Universidad de Ciudad del Cabo. En otras palabras, que me había estado codeando a diario con gente que en secreto –al menos en secreto para mí- estaba juzgando si se me permitía ser publicado y leído en mi propio país. Me asombró que, además, les pareciera aceptable mantener relaciones cordiales con escritores –incluido yo- a los que estaban juzgando en secreto.
P. Usted ha escrito mucho sobre otros escritores. ¿Quién le gustaría que ganara el Premio Nobel?
R. Creo que Javier Marías debe ser un firme candidato.
En agosto, nueva novela
Hace tres años J.M. Coetzee publicó su última novela, La infancia de Jesús, una suerte de distopía en la que un hombre y un niño, sin nombre y sin edad, llegan a un país desconocido. Aquella búsqueda de una nueva vida tiene ya una continuación –The Schooldays of Jesus- que, cuenta el propio Coetzee, se publicará en Holanda en agosto y en septiembre, en el Reino Unido. Literatura Random House, el sello que ha editado todos sus libros en castellano -entre los que hay hitos como Desgracia o Verano- lanzará la traducción española entre febrero y marzo de 2017.
En ese país al que llegaron sus protagonistas solo se habla español y, aunque refractario a analizar su obra, Coetzee explica que eligió esa lengua porque sus personajes “dan por sentado que en el nuevo mundo también se va a hablar inglés”. ¿Por qué? Porque “hay cierta arrogancia en algunos hablantes de inglés, que creen que el suyo merece ser el idioma dominante en el mundo”. El escritor no responde cuando se le pregunta si Elizabeth Costello, la novelista volcánica y vegetariana que protagonista su libro homónimo, es su álter ego. Eso sí, ya hable de los animales, de Palestina o de sus propios lectores, Coetzee podría suscribir sus palabras: “Soy una anciana. Ya no tengo tiempo para decir cosas que no pienso”.
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