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CRÍTICA | GRANDES FAMILIAS
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Aquí no hay película

Con los cineastas en la edad de la ancianidad, no pocas veces se ha dado la sorpresa de la llegada de su trabajo más arriesgado y personal. No es el caso

Javier Ocaña

Pocas películas más decepcionantes que aquellas en las que ni siquiera se ha logrado adivinar adónde quería llegar el director, si al divertimento o a la reflexión, al drama o a la comedia, y no por exultante complejidad, inquietante ambigüedad o fascinante mezcla de géneros, sino por pura inconcreción. Si en una obra el tema no es lo suficientemente interesante, al menos deben serlo los personajes, o los subtextos, o las formas, o el contexto, ya sea histórico o social. Pero Grandes familias, octavo largometraje del francés Jean-Paul Rappeneau, el primero en más de una década, aparente comedia romántica con toques de drama familiar y de enredo crítico, se queda en mitad de la nada. Justo en ese lugar al que los productores clásicos aplicaban una frase lapidaria: "Aquí no hay película".

GRANDES FAMILIAS

Dirección: Jean-Paul Rappeneau.

Intérpretes: Mathieu Amalric, Marine Vacth, Gilles Lellouche, Gemma Chan, Nicole Garcia.

Género: comedia. Francia, 2015.

Duración: 113 minutos.

Con los cineastas en la edad de la ancianidad, no pocas veces se ha dado la sorpresa de la llegada de su trabajo más arriesgado y personal. No es el caso. El veteranísimo Rappeneau, de 86 años, apenas ocho largometrajes en 50 años de carrera, con la magnífica Cyrano de Bergerac (1990) como cima, aplica convencionalismos narrativos y formales a Grandes familias, relato de ambientes burgueses que hubiera podido firmar Claude Chabrol si se hubiera incluido la sosa cáustica que siempre llevaba en su equipaje el director de La mujer infiel y La flor del mal. La doble vida de un padre y médico ya fallecido, aparentemente impoluto aunque con una familia paralela, clásica figura ausente de la que se habla durante toda la película, es la única trama con posibilidades de una comedia de enredo e infidelidades que cuanto más loca se vuelve, peor resulta.

 La personalidad de Mathieu Amalric y, en otra trama paralela desperdiciada, los apuntes sociales contemporáneos sobre chanchullos inmobiliarios, casi al estilo de Claude Sautet, pero sin su clase, están a punto de enderezar el castillo. Sin embargo, Rappeneau parece más preocupado en filmar la belleza de Marine Vacth, a la que todos los directores se han empeñado en aplicar el objetivo mientras duerme a plena luz del día, larguísimas piernas desnudas, como una suerte de mirones que se olvidan del punto de vista narrativo. Y, llegado el desenlace, sucumbe incluso al clásico cliché del guionista trilero: inventar un personaje de última hora que encaje con la chica que sobra del triángulo amoroso.

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Sobre la firma

Javier Ocaña
Crítico de cine de EL PAÍS desde 2003. Profesor de cine para la Junta de Colegios Mayores de Madrid. Colaborador de 'Hoy por hoy', en la SER y de 'Historia de nuestro cine', en La2 de TVE. Autor de 'De Blancanieves a Kurosawa: La aventura de ver cine con los hijos'. Una vida disfrutando de las películas; media vida intentando desentrañar su arte.

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