Domesticar la ilógica
La película sólo suena a Lewis Carroll en el giro paradójico de algunos diálogos
“Cuando yo uso una palabra, significa exactamente lo que yo quiero… ni más ni menos”, le dice Humpty Dumpty a Alicia en las páginas de Alicia a través del espejo de Lewis Carroll, segunda entrega de la intrincada carta de amor, escrita bajo los postulados de un regenerador pensamiento ilógico, que el reverendo Dodgson dirigió a la férrea lógica victoriana de la niña Liddell. La realidad podía ser cualquier cosa, venía a decirle el maestro a su inspiradora y discípula, aunque quizá en esa lección no contemplaba la posibilidad de los usos que otros creadores futuros pudieran hacer de su perdurable y polimorfa mitología. A Carroll probablemente le hubiese alarmado que un animador como Vince Collins interpretara su trabajo en clave hipersexualizada dentro de su corto Malice in Wonderland (1982) o que creadores como Dennis Potter y Jan Svankmajer tradujesen su universo a claves tan oscuras como las propuestas en, respectivamente, el guión de la metaficcional Dreamchild (1985) de Gavin Millar o en las perturbadores imágenes de taxidermia en movimiento de Neco Z Alenky (1988). Lo que resulta más que plausible es que el escritor hubiese arrugado el morro ante el desenlace que proponía Alicia en el País de las Maravillas (2010) de Tim Burton, creador que contempló el viaje al Otro Lado como mera excursión formativa para una joven emprendedora, planteamiento pragmático (y neoliberal) en las antípodas de la ética de la obra adaptada.
Alicia a través del espejo
Dirección: James Bobin.
Intérpretes: Mia Wasikowska, Johnny Depp, Helena Bonham-Carter, Sacha Baron Cohen, Anne Hathaway.
Género: fantástico.
Estados Unidos, 2016.
Duración: 113 minutos.
En Alicia a través del espejo, James Bobin retoma el asunto donde lo dejó Burton: su no adaptación de la novela empieza como espectacular película de piratas antes de cruzar el umbral de lo fantástico y, así, quedarse sometida al yugo estético de la película precedente: la caligrafía digital combina algunas caracterizaciones inquietantes, que podrían recordar a las pinturas de Mark Ryden, con el desbordado kitsch de una afectada ilustración para fondo de pantalla. La película sólo suena a Carroll en el giro paradójico de algunos diálogos y toma la decisión de proponer una aventura de viajes temporales en nombre de la redención de personajes como el Sombrerero Loco, la Reina Blanca y la Reina Roja. La propuesta funciona como delirante y dinámica aventura infantil, aunque no hace más que domesticar la libérrima naturaleza fragmentaria del original literario, siguiendo las pautas de arco dramático de personajes propias de un convencional manual de guión. No obstante, Bobin es más prudente que Burton y se enfanga menos.
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