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La puta y el poeta

La intrahistoria de posguerra llevó a Eduardo Alonso a escribir y dirigir 'Palabras malditas'

Isabel Valdés
Eduardo Alonso, director de 'Palabras malditas'.
Eduardo Alonso, director de 'Palabras malditas'.Bernardo Pérez

Clara Campos no existe, pero podría haber existido. Vicente Rincón no existe, pero podría haber existido. Ella, una puta que compartía pensión con otras putas del Papagayo coruñés —la calle en el barrio chino donde no había chinos y que pintó mucho en La familia de Pascual Duarte de Cela—, él, un profesor experto en poesía francesa en fuga desde Villagarcía de Arosa —aquel lugar donde Primo de Rivera dio el discurso inaugural de la Falange gallega— y detrás la falange, acusándolo de tener una tendencia sexual inadecuada. Era 1940, en A Coruña, y Clara y Vicente son la excusa de Eduardo Alonso (Vigo, 1948) para escribir, montar y dirigir Palabras malditas, que llega este jueves 5 de mayo al Teatro Español.

'Palabras malditas'

Texto y dirección: Eduardo Alonso.

Intérpretes: Miquel Insua, Sara Casasnovas y Luma Gómez.

Palabras malditas estará en el Teatro Español (calle del Príncipe, 25, Madrid) del 5 al 22 de mayo.

En el espacio Pérez Galdós del teatro, y mientras fuera pegan los carteles de su obra, los nervios de Alonso aumentan según se acerca el jueves. “Debería ser al revés”, arguye mientras se sube las gafas, “pero también con los años sabes que el directo es muy traidor y pueden pasar cosas”. Y no tardan en pasar porque, a los diez minutos, un técnico lo reclama desde la Sala Margarita Xirgu, donde se subirán al escenario Miquel Insua, Sara Casasnovas y Luma Gómez para volver a los 80, primero, y a la década de los 40, después.

Clara, una reconocida poetisa gallega exiliada en Méjico, vuelve a España para recoger un importante premio a las letras hispanoamericanas. Sentada frente a una periodista, Clara reconocerá que muchas de esas poesías por las que está en todas las quinielas para el galardón no son suyas, sino de aquel hombre que un día llegó a la pensión de la calle de Panaderas en La Coruña y le cambió el futuro, Vicente Rincón. Dos vidas que se engarzaron de una forma poco común para sobrevivir en la Galicia de posguerra (con un censo de 14.000 represaliados, el segundo más grande de España, que la Universidad de Santiago presentó en 2009). "La gente se despertaba con cadáveres en las cuentas, una forma de vivir que yo no puedo imaginar y que ellos tampoco esperaban”.

“Se está llegando a un momento en el que se desconoce bastante no de la historia, sino de los acontecimientos vitales, de los que realmente marcan”, explica el director. Está convencido de que aquello aún no se ha “limpiado” del todo. Como en cualquier otro lugar de España, alguien se llevaba a otro alguien de una casa: “Y a los días el cadáver de tu padre, de tu hermano o de tu primo, aparecía. Y eso lo hacía gente que tú conocías, un vecino, o uno de tus tíos. Desde ahí se ha montado esta España”. Y esa España está contada desde la voz de una mujer, de una puta convertida en poetisa. “La mujer es fundamental en el acontecer histórico, da una visión especial y necesaria que hay que introducir”, comenta Alonso, interesado en entender y ver las cosas desde ese lado. “Elementos muy poco trabajados que suelen dejarse en segundo plano y que si se suben al primero, todo toma otra naturaleza”.

El tema político y pretérito queda a un lado, porque lo que Alonso quería, y lo que hay en ese libreto traducido del gallego para la temporada en el Español, es una relación humana, cómo vivieron, qué sintieron, en quiénes se convirtieron después de encontrarse. Eso es lo que define y llena una época para este habitante de Santiago que siente una profunda pereza al tener que comenzar de cero una de esas ideas que llegan y lo someten, lo acosan y lo obsesionan tanto que, en ocasiones, ha escrito algún texto solo para que esa idea lo dejara en paz: “Este también fue así. Luego te tiras a tumba abierta y en esta ocasión, salió esto. Ninguno sabe lo que fue, ni siquiera yo. No sé definir lo que tienen. Amor, amistad, compañerismo… No hay nada al uso. Lo que sí sabe Clara es que aquello fue lo más intenso y lo más especial que le pasó en su vida”.

Una escena de 'Palabras malditas', de Eduardo Alonso.
Una escena de 'Palabras malditas', de Eduardo Alonso.Fernando Alvarado (efe)

Las palabras son, en parte, las culpables del camino que se abre para los dos. “Sus vidas han sido y son palabras, lo entienden como su liberación pero también como su maldición. La poesía la transformó a ella, pero también la obligó a seguir una trayectoria. ‘Mi vida fue una maleta llena de palabras malditas’, dice ella en la obra”. Alonso, que no es autor de teatro, y lo recalca, sino “un director que escribe”, sabe cuánto importa esa mezcla de letras: “Configuran la forma de estar en el mundo, el pensamiento se estructura en palabras, son pensamiento… y lo que se piensa es la esencia del ser humano”. Las palabras, que pueden llegar a serlo todo.

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Sobre la firma

Isabel Valdés
Corresponsal de género de EL PAÍS, antes pasó por Sanidad en Madrid, donde cubrió la pandemia. Está especializada en feminismo y violencia sexual y escribió 'Violadas o muertas', sobre el caso de La Manada y el movimiento feminista. Es licenciada en Periodismo por la Complutense y Máster de Periodismo UAM-EL PAÍS. Su segundo apellido es Aragonés.

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