‘Splash’, tomate cubano en México
Los Carpinteros aterrizan en el MUAC con su mezcla de concepto, estética e ironía política
Cuba, un país en constante reparación, dio en los noventa un trío de artistas que se puso de nombre Los Carpinteros. Dagoberto Rodríguez, Marco Castillo y Alexandre Arrechea. El último ha seguido su carrera en solitario y los dos primeros siguen siendo Los Carpinteros, un nombre de referencia del arte cubano. Ahora han llegado al Museo Universitario de Arte Contemporáneo de la Ciudad de México con su combinación de concepto, estética y humor.
La primera obra que se topa el visitante es Conga irreversible (2012), un vídeo en el que un grupo baila por La Habana. El montaje de secuencias está tramado de tal manera que se pierde la noción de si bailan hacia delante o marcha atrás. El título remite a la proclama revolucionaria del "socialismo irreversible".
Rodríguez y Castillo se instalaron en Madrid entre 2009 y 2015 con la galería Ivorypress. Y el año pasado volvieron a abrir estudio en La Habana, en la antigua vivienda del comandante René Vallejo, médico personal de Fidel Castro, pese a que en una entrevista reciente afirmaron con sentido del humor que en su país "nos mastican pero no nos tragan".
Después de la conga, Tomates (2013) comparte espacio con Sala de lectura estrella (2015). Dos paredes estampadas con salpicaduras de tomatazos y tomates de porcelana incrustados, y en medio de la sala una estructura de madera en la que se puede entrar y salir, con sus lados montados como estanterías pero vacía, sin libros en las estanterías. El desparrame de tomates contrasta con la sobriedad de la sala de lectura, como una mezcla de cabreo expresionista ante un mal discurso y... ¿nihilismo bibliotecario?
La sala intermedia de la muestra curada por Gonzalo Ortega la ocupan otras dos obras emparejadas, Candela (2013) y Faro tumbado (2006). Si Los Carpinteros ponen una conga a marchar del revés, lo que hacen con un faro es echarlo al suelo y dejar su luz oscilando sin sentido entre el suelo y una pared, convertido en lo contrario a una guía, a una referencia para el navegante. La sala está a oscuras y en las paredes flamean las llamas de LED de Candela.
En el codo que comunica ese espacio con el siguiente está instalado Movimiento de liberación nacional (2010), dos parrillas negras en forma de estrella.
En la tercera sala, la más espaciosa, se han dispuesto diversidad de piezas. La que manda es 17 m (2015), un largo perchero colgado del techo en el que han sido distribuidas 204 partes de arriba de un traje, 204 sacos negros con camisa blanca y corbata negra perfectamente alineados y con un agujero en forma de estrella que los atraviesa desde el primero hasta el último. Mirando por cada extremo, al fondo del túnel estrellado, se divisa el otro extremo.
Es divertido cómo una cámara de vigilancia del museo interactúa con la obra.
Acompañando a 17 m, distintas acuarelas. Formales como Celosía poliédrica posada I (2015) o Basalto Numérico III (2015) e irónicas como Pueblo equivocado (2015), en la que se lee en un edificio: El pueblo se equivoca; o Cabilla cabilla tríptico (2014), un bosque de pilares doblados en estado de semiabandono.
El recorrido termina en la terraza con Clavos Torcidos (2013), una plástica colección de clavos dispersos por el suelo que casaría de maravilla con el martillo gigante de Claes Oldenburg. Y quién dirá que no se dé la ocasión, ahora que en Cuba casi cualquier ocurrencia parece posible.
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