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El Caribe es un mar de libros

El Congreso de Puerto Rico estrecha los lazos culturales entre las antiguas Antillas españolas

Javier Rodríguez Marcos
Vista del Viejo San Juan desde el castillo de El Morro en Puerto Rico.
Vista del Viejo San Juan desde el castillo de El Morro en Puerto Rico. Edu Bayer

Durante años los puertorriqueños han dicho “Vamos al Caribe” o “Vamos a las islas” cuando salían de su país. Sin embargo, un escritor cubano, Leonardo Padura, fue el elegido para cerrar el viernes el Congreso de la Lengua de Puerto Rico. Lo hizo además hablando de La Habana como lugar literario. Parece una extravagancia pero no lo es tanto si se piensa que los países ribereños del Caribe llevan años achicando el agua que los separa. No siempre fue así. Padura recuerda que durante años viajar de Cuba a la isla de la Guadalupe obligaba a pasar por París. Ya no, pero a la pregunta de si el Caribe forma una unidad cultural, además de geográfica, el autor de El hombre que amaba a los perros responde con una frase rotunda: “El Caribe es el Mediterráneo americano. Los países que lo forman tiene en la colonia un origen común que con las independencias se convirtió en diversidad”.

Esa diferencia, no obstante, no es insalvable. “Tenemos una identidad compartida. Yo siento que los cubanos, los dominicanos y los puertorriqueños tenemos algo en común”. Ese algo no se reduce a la lengua española. De hecho, los profesionales del idioma no son los reyes de la fiesta, subraya Padura: “En esto los escritores somos prescindibles. Los que más contribuyen a formar comunidad entre nuestros países son los peloteros [jugadores de béisbol] y, sobre todo, los músicos”.

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Tanto el escritor puertorriqueño Edgardo Rodríguez Juliá como la dominicana Rita Indiana, afincada en San Juan, están de acuerdo con él: lo característico de la cultura caribeña tiene dos ramas fundamentales, un pasado de esclavitud y la mezcla de idiomas europeos con tradiciones orales africanas. Ambas cosas llevan a Rodríguez Juliá a pensar que se resquebraja el cliché de que las islas se relacionaban más con sus antiguas metrópolis que entre ellas. “Uno lee a Naipaul y a Derek Walcott y se reconoce. Pertenecemos a una unidad mayor que se extiende a la cuenca caribeña de Centroamérica, de Colombia y de Venezuela. Y a la vez a Hispanoamérica a pesar de que García de la Concha nos quisiera quitar la franquicia el primer día”, apunta este miembro de la academia puertorriqueña en alusión a la afirmación del director del Instituto Cervantes de que este era el primer congreso de la lengua que se celebraba fuera de Iberoamérica. “Durante décadas hemos estado doblemente marginados: respecto a Estados Unidos y respecto a Latinoamérica. Nos duele que se nos quiera marginar también desde España”.

En San Juan hay un barrio, Santurce, en el que se palpa la presencia dominicana, algo que según el puertorriqueño Luis Negrón es imposible de obviar al hablar de su isla: “No se puede escribir en este país sin tener presente la experiencia dominicana como no se puede escribir en la República sin tener presentes a los haitianos”. El autor de Mundo cruel recuerda un viaje de promoción a Argentina en el que lo primero que le preguntaban era por Rita Indiana y Junot Díaz, dos escritores nacidos en Santo Domingo. La segunda pregunta era por el exotismo del Caribe. “¿Exótico? Exótica me parece a mí la Patagonia. Luego los escuchaba usar palabras del reggaetón que ni yo, que soy de aquí, conozco. La lengua viaja más rápido que el diablo”.

“Tenemos una identidad compartida. Yo siento que los cubanos, los dominicanos y los puertorriqueños tenemos algo en común”

Sentados a su lado en uno de los coloquios del congreso, Juan López Bauzá, compatriota suyo, y la propia Indiana hablan con una mezcla de sorna y fastidio de los tópicos que les persiguen: el exotismo, el realismo mágico y el sexo. “¡El sexo sale en todas las solapas de las ediciones extranjeras aunque solo haya una escena de sexo!”, dice la escritora, que recuerda cómo buscó saltarse la única tradición literaria asentada en su país: la novela sobre el dictador Trujillo. “Estaba harta de la literatura de palacio y de cárcel”, clama. “Quería retratar el microcosmos de esos adolescentes que están en la calle fumando hierba, replicar para otra gente eso que resultaba tan extraño cuando yo iba a la escuela: la vida de una chica gay adolescente”.

El Caribe se hace pequeño y a la vez no tiene límites. Las islas siguen siendo distintas y no solo económicamente. Todos reconocen, por ejemplo, que Cuba siempre ha sido literariamente la más potente. “¡Estamos demasiado cerca de Cuba!”, dice Negrón con ironía. Cada vez más cerca. El martes llega Obama a La Habana y nadie duda de que las nuevas relaciones entre cubanos y estadounidenses cambiarán la región. “El futuro dirá por dónde tira la política”, dice Padura, “pero de entrada dos millones de turistas que antes venían a Puerto Rico o a la República Dominicana ahora irán a Cuba. Esto influirá en todo: en la economía, en la música y en la literatura”.

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Sobre la firma

Javier Rodríguez Marcos
Es subdirector de Opinión. Fue jefe de sección de 'Babelia', suplemento cultural de EL PAÍS. Antes trabajó en 'ABC'. Licenciado en Filología, es autor de la crónica 'Un torpe en un terremoto' y premio Ojo Crítico de Poesía por el libro 'Frágil'. También comisarió para el Museo Reina Sofía la exposición 'Minimalismos: un signo de los tiempos'.

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