Cine mexicano que volvió de un coma
'La 4ª Compañía' triunfó en el Festival de Guadalajara después de once años en desarrollo
Amir Galván recuerda con claridad la mañana en la que su padre lo llevó a ver la Colina del Negro. Era 1982 cuando se detuvieron en el kilómetro 23 de la carretera que conecta la Ciudad de México con la montaña del Ajusco. Más allá de las rejas que rodeaban la propiedad de 17 hectáreas veían faisanes, pavorreales y flamingos andar por los jardines de un templo a la opulencia, una mansión que tenía en su interior excentricidades como una réplica del Studio 54 de Nueva York. Padre e hijo tenían frente a sus ojos una historia que el cine mexicano debía contar: la de un hombre poderoso que cae en desgracia. “Fuimos poco después de que confiscaran todos los bienes a Arturo El negro Durazo, que es el policía más corrupto en la historia de México”, cuenta el director.
Pasaron más de tres décadas para que Amir pudiera llevar al cine una historia sobre El Negro Durazo. Para lograrlo tuvo que conocer a Vanessa Arreola, una cineasta autodidacta que escribió un guion basado en hechos reales sobre un equipo de fútbol americano formado dentro de una prisión que sirvió a las autoridades carcelarias como herramienta de castigo y extorsión al resto de los reclusos. La dupla acaba de proyectar con gran éxito en el Festival de cine de Guadalajara La 4ª compañía, la ópera prima de ambos, ganadora de cuatro premios, muestra la época dorada de la corrupción policiaca del sexenio del presidente José López Portillo (1976-1982).
La historia detrás de la producción de La 4ª compañía es un buen ejemplo de que hacer cine en México es un trabajo épico. Galván y Arreola se empeñaron en rodar cinco semanas con un equipo de 200 personas dentro de Santa Martha Acatitla, una de las prisiones más grandes de la Ciudad de México. En el camino pasó de todo: un actor español que entró en pánico y dejó la producción, cursos de actuación y apreciación cinematográfica para reclusos, el coqueteo con la muerte de uno de los actores, el retiro de financiamiento de un productor que perdió la fe en el proyecto y un viaje a Cannes en busca de dinero. Todo esto ocurrió a lo largo de once años.
“Estuvimos muy cerca de ver todo nuestro esfuerzo quedar enlatado”, dice Adrián Ladrón, protagonista de la cinta y ganador del premio a mejor actor en Guadalajara. Ladrón, cuyo apellido no puede ser mejor para caracterizar a un delincuente de 20 años que llega a prisión, recuerda las etapas por las que pasó desde el inicio del rodaje en 2010 hasta que vio su primera proyección el pasado 7 de marzo. “Sentí tristeza, desesperación, depresión, pero no perdí la fe. Esta película se aferró a existir”. "Esto fue cine en contingencia", dice también Amir Galván. El resultado podrá ser visto en las salas de cine, tentativamente, en el segundo semestre de este año.
El rodaje de La 4ª compañía estuvo interrumpido un año y medio porque Carlos Valencia, uno de los actores de reparto sufrió una infección respiratoria. La enfermedad dejó secuencias filmadas a la mitad. Su estado empeoró y cayó en un coma en el que estuvo tres meses y medio. Vanessa Arreola recuerda la frialdad con la que un funcionario del Instituto nacional de cinematografía (IMCINE), que financia parte de la película, le pidió que se prepara para lo peor y que comenzaran los trámites para cobrar el seguro. “A Carlos le dieron cinco veces los santos óleos”, dice la codirectora. La catástrofe en potencia puso los nervios de punta a más de uno que terminó llevándose su dinero a producciones con menos problemas.
Como Lázaro, Carlos Valencia se levantó de su lecho de muerte para culminar una hazaña del cine mexicano. Aquellas semanas en la cama le borraron el habla y la coordinación motriz. “Tuve que aprender a hablar y a caminar… Mi voz perdió dos grados, ¡pero para mi personaje quedó muy bien!”, dice soltando una carcajada de textura aguardientosa, como la voz de Luis Tosar en Celda 211. Después de esto, el equipo regresó a prisión a filmar otras dos semanas.
En pantalla, La 4ª compañía retrata con fidelidad el final de la década de los setenta gracias a un buen trabajo del diseño de producción. Una vez más, la realidad mexicana proveyó a Arreola de material que superaba la ficción. Su obsesiva documentación para la película, que no se queda corta de una profunda investigación periodística, le permitió hablar con uno de los reclusos que formó parte de Los Perros de Santa Martha y conseguir los expedientes de otros jugadores. El equipo, que era el orgullo de las autoridades, era también usado para robar vehículos fuera de la prisión y cometer otros delitos graves. El guion tuvo la bendición de tres grandes figuras del cine mexicano: Marina Stavenhagen, Felipe Cazals y Vicente Leñero.
El drama carcelario que encierra una historia del fin de la inocencia con ecos de The Longest Yard de Burt Reynolds guarda también la voz de dos jóvenes cineastas que se pensaron durante una década lo que querían decir. "Esto es un caso de delincuencia organizada desde el Estado, creo que eso sigue siendo muy vigente", dice Amir Galván. "Creo que al cine mexicano le hace falta más verdad", agrega Vanessa Arreola. La huella de El negro Durazo sigue indeleble.
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