Tai chi centrifugado
La seducción de los colores y las texturas sigue estando ahí, como también lo está el carisma del oso Po, pero algo parece haberse perdido en esta secuela
El primer Kung Fu Panda (2008) convirtió la pantalla cinematográfica en la descendencia digital de una ilustración china sobre pergamino, animada bajo los ecos del tradicional cine de artes marciales hongkonés. Los fragmentos en animación 2D integrados en el conjunto aprovechaban la coyuntura oriental –que no la verosimilitud geográfica- para incorporar un buen surtido de bromas en torno a los enfáticos recursos expresivos del anime. El resultado era una película presidida por un anti-héroe carismático, rodeado de muy afortunados personajes secundarios, que, si bien resultaba demasiado previsible en su planteamiento argumental –de nuevo, el relato del patán que se redefine como héroe-, marcaba un significativo paso adelante en el seno de una animación Dreamworks, que siempre había privilegiado la eficacia de la comedia por encima de la excelencia de la forma. Kung Fu Panda era una película muy solvente, pero que lograba hacerse memorable por una cuestión de estilo. Por otra parte, llamaba la atención hasta qué punto sus responsables habían visto películas de artes marciales a la hora de diseñar escenas de combate al modo wuxia o momentos tan inolvidables como el duelo de deglución de dumplings con el maestro. Y, por cierto, hablando del maestro: incluso Dustin Hoffman parecía tomarse muy en serio su papel como doblador en un trabajo que, sin duda, marcaba la diferencia.
KUNG FU PANDA 3
Dirección: Alessandro Carloni y Jennifer Yuh.
Animación.
Género: comedia.
Estados Unidos-China. 2016.
Duración: 95 minutos.
La seducción de los colores y las texturas sigue estando ahí en Kung Fu Panda 3, como también lo está el carisma del oso Po, pero algo parece haberse perdido en esta segunda secuela, en la que uno tiende a pensar antes en un videojuego sometido a una imprudente deriva de aceleración que en la destilación, animada y bufa, del cine de artes marciales. Resulta, asimismo, significativo que, entre la primera entrega y la presente, buena parte del feliz humor gratuito del original haya dado paso a la más socorrida articulación dramática: era fascinante ver a un oso panda, cuyo padre, sin mayor explicación, era un pato. Después de que se desvelase el trauma de orfandad del personaje en la segunda entrega, Kung Fu Panda 3 se plantea, de principio a fin, como una reconciliación del héroe con sus orígenes (biológicos), circunstancia que permite multiplicar exponencialmente el valor de seducción del diseño de los pandas, pero que, también, introduce lo mecánico en lo que antes era el territorio de lo sorprendente.
La escena del entrenamiento de los pandas, con su uso del montaje paralelo, es toda una lección ilustrada sobre el fracaso involuntario del gag en nombre de la aceleración y la sobresaturación de estímulos. Una de las marcas de la casa Dreamworks ha sido una histeria expresiva que ha encontrado sus afortunados contrapuntos en momentos puntuales: el Po del primer Kung Fu Panda, el león Álex de, especialmente, Madagascar 2 (2008). Si en un personaje Disney, la emoción se transmite al gesto animado con la misma delicadeza con que Chaplin esculpía una elocuente expresión en su rostro, el personaje medio de película animada Dreamwoks parece pasar de una emoción a otra en cuestión de segundos, sólo en nombre del golpe de efecto, saltándose toda lógica emocional… como si el trabajo no lo estuviera haciendo un animador, sino un cocainómano bipolar. Aquí, a veces dentro de un mismo plano, Po puede pasar gratuitamente de un gesto a otro en un abrir y cerrar de ojos. Cada una de sus expresiones faciales por separado, eternizada en el fotograma, es, por supuesto, monísima: la acumulación/sucesión de gestos resulta tan extenuante como ver a una mascota aquejada del baile de san Vito en el interior de una lavadora durante el centrifugado.
Babelia
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