Los años en blanco y negro de El Chivo Lubezki
Los años formativos del cineasta, ganador de tres premios Oscar consecutivos, pasaron entre fiestas y grandes fotógrafos
Era el verano de 1981 cuando un grupo de jóvenes llegó a Nueva York buscando desmadre. Los amigos eran menores de edad, y se habían costeado el viaje cobrando 35 pesos por persona en una gran fiesta organizada en la casa de los abuelos de uno de ellos. Los seis muchachos se quedaron en un apartamento en Washington Square que un diplomático había prestado al padre de uno de los viajeros. Pasaron las noches de una semana en los bares de Greenwich Village y los días tomando fotografías en las calles de Manhattan. “La ciudad en ese entonces no tenía nada que ver con lo que es hoy, estaba llena de drogas”, recuerda Manuel Rocha. En el grupo estaba Emmanuel Lubezki (Ciudad de México, 1964), un joven larguirucho de melena crespada y rebelde que hoy se ha convertido en uno de los mejores cinefotógrafos de la historia y que este domingo ha recogido su tercer Oscar consecutivo por su trabajo en The Revenant, de Alejandro González Iñárritu.
Los muchachos habían organizado el guateque para apoyar a Las aves de rapiña, el grupo de rock que habían formado en la preparatoria y donde Lubezki tocaba el bajo. Aprovecharían la visita a la ciudad de Patti Smith y The Ramones para comprar equipo. Al volver a México, los instrumentos les fueron decomisados por no pagar impuestos. Lograron recuperarlos y tocaron con ellos por poco más de un semestre. “Un día después de un concierto dejamos la camioneta afuera de mi casa y nos robaron las cosas. Ese fue el principio del fin del grupo”, cuenta Rocha, que tocaba los teclados y que hoy es artista sonoro.
Lubezki, Rocha y los otros integrantes de Las aves de rapiña, Santiago Ojeda, el guitarrista y líder, y Juan Sebastián Barberá, el baterista, estudiaron en el Centro Activo Freire. La escuela experimental, que ya no existe, fue fundada por Jorge Martínez El Chale y Aurelio Fernández, exintegrantes del movimiento estudiantil de 1968, con una ideología de izquierdas vinculada a la filosofía marxista. El CAF se propuso formar sociólogos y antropólogos, pero terminó siendo un semillero inusual de artistas. De allí egresaron, además de Lubezki, cineastas como Juan Carlos Rulfo y Dana Rotberg; los actores Daniel Giménez Cacho y Diego Luna; y los artistas plásticos Rubén Ortiz Torres y Gabriel Orozco, a quien apodaban El pájaro. Ojeda, Condorito, sobrevivió el fracaso de su grupo de juventud, pero formó parte de Botellita de Jerez, un grupo de culto del rock mexicano.
Las aves de rapiña se deshizo después de componer cuatro canciones originales. Los sueños de convertirse en estrellas de rock se hicieron pedazos, pero Lubezki encontró que su destino había estado siempre colgando de sus hombros. Quienes lo recuerdan en esos años aseguran que El Chivo, un apodo que el cineasta no ha podido sacudirse en más de 35 años, desde el primer año de secundaria, iba a todos lados con una cámara reflex. Además de la música, la fotografía era su gran pasión.
El gusto de Lubezki por el cine fue obra de Dios. A finales de los setenta y principios de los ochenta, existían pocos sitios para saciar la sed de historias que no vinieran de Hollywood. Uno de esos sitios era la capilla del Centro Universitario Cultural (CUC), en Copilco, cerca de la Universidad Nacional. El cineclub del lugar estaba organizado por Julián Pablo, un fraile dominico que dirigió una película en París y que fue uno de los amigos más cercanos de Luis Buñuel. El religioso asegura que el director de Viridiana está enterrado en la parroquia del CUC. Toda una generación acudió sábados y domingos allí a recibir el sacramento de Pasolini, Bergman y Fellini, entre otros. "Allí íbamos también a ligar y a ver dónde sacábamos fiesta", confiesa Mauricio Rocha, hermano de Manuel.
La amistad con los hermanos Rocha generó suficiente confianza para que El Chivo pidiera que lo invitaran a ver de cerca cómo trabajaba su madre, Graciela Iturbide, una de las fotógrafas mexicanas más importantes. Iturbide dejó la escuela de cine para convertirse en asistente de Manuel Álvarez Bravo en 1970. El trabajo de la artista, que documentaba la población indígena en México, abrió un nuevo mundo a Emmanuel. “El Chivo tenía una cámara y solíamos ir a fotografiar algunos lugares como las fiestas de San Miguel Arcángel, en Chalma (Estado de México)”, dice la fotógrafa. En una entrevista publicada en enero en la revista Life & Style, Lubezki reconoce que entró al Centro Universitario de Estudios Cinematográficos (CUEC) después de que Iturbide se lo sugiriera.
El vínculo con Iturbide y su pareja en aquellos años, Pedro Meyer, el pionero de la fotografía digital en México, fue definitivo para los años formativos de Lubezki. Por la casa que la pareja tenía en la calle Francisco Ortega, en Coyoacán, pasaron Josef Koudelka y Sebastião Salgado, fotógrafos que contagiaron su obsesión por la imagen a los novatos. “El Chivo estaba muy atento y era muy sensible, estas visitas fueron herencias que influyeron en muchos de nosotros”, cuenta Mauricio Rocha. El grupo fundó años después, en 1985, El taller de los lunes, un espacio para hablar exclusivamente de fotografía.
En 1987 Lubezki comenzó formalmente su carrera en el cine. Lo hizo como se arrancan las mejores cosas de la vida, en compañía de amigos. Un grupo de alumnos del CUEC reunió 10.000 dólares y rodó en tres semanas Camino largo a Tijuana. La película, con influencias de Wim Wenders y Martin Scorsese, marcó el inicio de las trayectorias de Luis Estrada, Alfonso Cuarón y Lubezki. “El Chivo trabajaba, curiosamente, como mi segundo asistente de dirección y productor”, dijo Estrada, el director, al cineasta Alejandro Pelayo en el libro La generación de la crisis.
El primer largometraje que Lubezki fotografió fue Bandidos (Luis Estrada, 1991). Su ojo, entrenado varios años en la fotografía fija, refrescó el cine mexicano. “Trajo el modernismo”, dice Alejandro Pelayo, que lo invitó a trabajar con él en 1992 cuando dirigió Miroslava, una biopic de época sobre la bella actriz checa que brilló en las películas mexicanas de los años cincuenta. “La fuerza de Miroslava es la propuesta visual de Emmanuel Lubezki. La gente decía que no parecía mexicana, que era italiana o europea”, relata el cineasta a EL PAÍS.
Quienes trabajaron con Lubezki antes de que migrara definitivamente a Hollywood en 1994 se preguntaban por qué no dirigió en lugar de fotografiar. Uno de los cotilleos más repetidos del cine mexicano es que El Chivo prácticamente dirigió Como agua para chocolate, la película de Alfonso Arau que se convirtió en un éxito mundial en 1991. Arau y Lubezki se conocían de años atrás y existía mucha confianza entre ellos. Manuel Hinojosa, uno de los asistentes de dirección del proyecto, afirma que Arau recurrió mucho a la opinión de El Chivo.
"Es un fotógrafo que siempre hace propuestas muy creativas que enriquecen la visión del director", explica Pelayo. "Es como un director que es director de fotografía", agrega. Manuel Rocha recuerda una noche de alcohol y confidencias de cuando Lubezki cursaba la carrera en el CUEC. "Me dijo que no quería ser director porque no soportaba a los actores, no sabía cómo manejarlos". Afortunadamente, El Chivo fue derrotado por los histriones. Tomó la cámara y se convirtió en lo que es: un mago de la luz.
Babelia
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