La vieja amistad de Umberto Eco y Sherlock Holmes
El detective ejerció una gran influencia sobre la obra del profesor italiano: los dos buscaron la verdad, en la literatura y en la vida
Una de las más profundas y fructíferas amistades que ha producido la literatura fue la que mantuvieron Sherlock Holmes y el escritor italiano Umberto Eco. No importa que uno de ellos sea un personaje de ficción: es un detalle insignificante. Afortunadamente, nadie se toma muy en serio la inexistencia de Holmes: la sucursal bancaria que estuvo emplazada durante décadas en el 221B de Baker Street antes de que se convirtiese en un museo tuvo que emplear a una persona para gestionar la enorme cantidad de correo que llegaba a su nombre y al de Watson. El detective victoriano enriqueció de manera extraordinaria la obra de Eco, no solo le tributa un gran homenaje en El nombre de la rosa, el más célebre de todos los apócrifos de Arthur Conan Doyle, sino que incluso le dedicó un libro de ensayo, El signo de los tres. Dupin. Holmes. Peirce (Lumen, 1989), un conjunto de artículos que coordinó junto a Thomas A. Sebeok. Pero, lo que es más importante, la sabiduría de Eco proporcionó una nueva forma de leer las aventuras de Watson y Holmes, una visión más académica que detectivesca, pero igualmente divertida: la posibilidad de buscar nuevos ángulos en los rincones de los textos. Ahora, el fallecimiento de Eco, el pasado viernes en Milán, coloca a estos dos genios de la agudeza en el mismo plano y, esperemos, en un lugar lo más cercano posible.
Fue la semiótica la que acercó a Eco y Holmes, porque los dos dedicaron toda su vida a la interpretación de los signos, al estudio de los detalles que dejan atrás los crímenes, en el caso del detective, y de los que dejan atrás la cultura y los textos, en el caso de Eco. No es una casualidad para la adaptación cinematográfica de El nombre de la rosa, Jean-Jacques Annaud escogiese a los mayores expertos de la Edad Media, Jacques LeGoff y Michel Pastoureau. Este último es un erudito en todo lo que podía interesar al profesor de Bolonia, la historia simbólica del Medievo, desde los colores hasta los juegos, los animales o las flores.
El protagonista de esta novela es un monje franciscano llamado Guillermo de Baskerville, un homenaje por un lado al célebre relato de Conan Doyle y, por otro, al filósofo escolástico Guillermo de Ockham (1280-1349), uno de los padres del pensamiento moderno. En el célebre principio de la Navaja de Ockham se esconde una de claves de todo el discurso científico: "La explicación más sencilla suele ser la verdadera". Una fórmula sólo comparable en eficacia y universalidad al principio más célebre de Sherlock Holmes: "Cuando todo aquello que es imposible ha sido eliminado, lo que quede, por muy improbable que parezca, es la verdad". Las dos fórmulas invitan a dejar atrás cualquier prejuicio en la búsqueda de respuestas, a no dejarnos llevar por lo que creemos que sabemos, sino por lo que vamos descubriendo: eso es precisamente lo que hace Guillermo de Baskerville para resolver los crímenes en la Abadía y lo que siempre hizo Umberto Eco como profesor y como novelista: dejarse llevar por la inmensa fuerza del descubrimiento.
"No sabía qué buscaba fray Guillermo y aún ahora lo ignoro y supongo que ni siquiera él lo sabía, movido como estaba sólo por el deseo de la verdad", asegura Adso, el narrador de El nombre de la Rosa, que describe al monje como alguien "capaz de atraer la atención del observador menos curioso" con "una mirada aguda y penetrante; la nariz afilada y un poco aguileña". Una descripción clavada a la que hace Watson de Holmes. Que se nutriese de las aventuras del detective no quiere decir que no fuese un escritor original, todo lo contrario. Umberto Eco fue sobre todo el gran narrador de la duda, de la búsqueda, del juego, que dejaba al lector lleno de preguntas. Su inmensa perspicacia le llevó a intuir el eterno enfrentamiento entre apocalípticos e integrados en el que vivimos ahora más que nunca o a escribir el primer gran best seller de la era de la globalización, un relato popular a la altura de Charles Dickens o Alejandro Dumas. Eco unió la literatura y la vida como pocos autores lo han logrado y esperemos que él también, muy pronto, comience a recibir una nutrida correspondencia en el 221B.
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