El gran ojo de Calatrava
El vestíbulo de la estación de World Trade Center de Nueva York abre al público en un mes
La profunda herida que se abrió en el bajo Manhattan tras el derrumbe de las Torres Gemelas está a muy poco de cicatrizar. En escasamente un mes empezará a abrirse al público el componente principal de la estación que en el World Trade Center conectará una decena de líneas de la red de metro que tejen la ciudad de Nueva York con los trenes de cercanías que cruzan el río Hudson hacia Nueva Jersey. Es el proyecto más importante del arquitecto español Santiago Calatrava y se espera esté plenamente operativo para el verano.
Los neoyorquinos llevan años viendo el esqueleto de acero que se alza a los pies de los rascacielos que emergieron en la zona cero. Unos imaginan que es una gigantesca escultura con forma de dinosaurio. Otros dicen que se parece más a una planta carnívora, con la presa dentro. Nada de eso. El Oculus que se abre a dos plantas de profundidad en el granito es un espacio lleno de luz incluso en un día plomizo. Está pensado y diseñado para ser una plaza urbana bajo tierra.
El vestíbulo es más alto que el de la imponente sala principal de Grand Central, el edificio preferido del arquitecto. Tiene 96 pies (30 metros) en el punto más alto y 350 de largo (106 metros). En volumen, sin embargo, es más pequeño que la majestuosa estación terminal en Midtown. La sensación es diferente. La idea de Calatrava era crear un lugar que te hace sentir bien al llegar a la ciudad. Desde el momento en el que bajas del tren, el espacio te invita a ir buscando la luz para salir la calle.
El cielo y el firmamento son reales en la gigantesca cúpula de cristal y de acero que corona la estación. El suelo está recubierto de mármol blanco para aligerar aún más el espacio. El primer diseño de la estructura, que evoca las alas de un pájaro, contemplaba que las espinas se abrieran el día en el que se recuerda a las víctimas del 11-S. Esa idea se limitó a los cristales del hueco que se abre cuando el cuerpo se convierte en alas. La estructura está perfectamente alineada con la Torre Uno, el rascacielos más alto en el hemisferio occidental.
Los trabajos empezaron en 2004. Los vecinos de Nueva York llevan más de una década debatiendo sobre un proyecto que se ha hecho interminable por la sucesión de retrasos y que va a tener un coste de 4.000 millones de dólares. Los plazos y el presupuesto no fueron el único argumento de controversia. Hubo además que dar con la manera de encajarlo en el vacío que dejaron las Torres Gemelas, para crear una unidad con el resto de componentes, como el Museo en Memorial.
Es más que una simple estación de interconexión. El Oculus de Calatrava, con más de 30.000 metros cuadrados reservado a espacio cívico, aspira a ser un destino donde se puede ir a tomar un café, comer o comprar. Como en Grand Central, donde turistas y vecinos se funden a diario en una danza muy particular en la que nadie se toca bajo el fresco celestial con el zodiaco. Nada que ver con las estaciones de tren convencional. Esta parece más un centro comercial.
La idea era completar la obra en cinco años, dos antes del décimo aniversario del 11-S. El arquitecto reconoce que nunca se enfrentó a un proyecto con tanta trascendencia y significado. Los ingenieros a cargo tuvieron que lidiar en su desarrollo con multitud de sorpresas técnicas, al tiempo que se mantuvo el curso normal del tráfico de trenes. En el corredor que lleva a los andenes se puede escuchar los trenes de la línea 1 de metro pasando literalmente por encima de la cabeza.
Los medios locales han sido muy críticos con lo que calificaron como la mayor extravagancia de Calatrava, hasta el punto de que cabeceras como el 'The New York Times', 'The Wall Street Journal' o la revista 'New York' sometieron el proyecto a un escrutinio sin precedentes. El trabajo más importante de su carrera fue también el que amenazó con destrozar su reputación. El crítico de arquitectura del 'New York Post' llegó a decir que la estructura estaba oxidada antes incluso de inaugurarse.
La nueva estación en el bajo Manhattan, calificada ya como la más cara del mundo, debe demostrar a partir de ahora que funciona y que es además un buen negocio. La estación original de Pensilvania nació también como una maravilla arquitectónica. Pero el edificio principal tuvo que ser demolido, acosado por los problemas financieros. A punto estuvo de seguir la misma suerte Grand Central hace cuatro décadas, salvada por Jacqueline Kennedy Onassis.
La estación temporal que opera en el WTC está sirviendo a 44.000 viajeros al día. La Autoridad Portuaria de Nueva York y Nueva Jersey anticipa que el nuevo modo de transporte podrá soportar hasta 200.000 pasajeros, un tercio del tráfico actual en Penn Station. Pero esta interconexión está limitada físicamente por solo dos túneles que cruzan el río. De hecho, tienen solo cuatro andenes frente a los 44 de la estación terminal en Grand Central, que está en fase de expansión.
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