Los Goya se retan hasta en los cócteles
Debutantes y veteranos del cine español desfilan por la tradicional cena de los nominados a los premios
A sus 93 años, Antonia Guzmán desfiló por primera vez por la alfombra roja. Junto con todas las demás estrellas, porque es una de ellas. Como los otros divos, fue bombardeada de flashes, aunque ella no lograse entenderlo. "¿Para qué quieren tanta foto?", le preguntó a Daniel Guzmán, su nieto y director de A cambio de nada. Él contaba a continuación que su abuela volvió hacía días de hacer un reportaje con la mismísima Penélope Cruz y le dijo que "los retratistas" habían estado encantadores. Como ella, que levantaba la mano y saludaba a cualquiera que gritara "¡Antonia!". Así, como el retrato de la espontaneidad, se presentaron ambos a la cena de nominados de los Goya, celebrada ayer en el Palacio de Cibeles, sede del Ayuntamiento de Madrid. Y con el aval de sus candidaturas a seis cabezones: entre ellos, mejor dirección novel para el nieto, actriz revelación para la abuela, y mejor película para A cambio de nada.
Javier Macipe, en cambio, no pudo estar acompañado por su familia. Imposible escoger, ya que la Academia de cine solo dejaba llevar un acompañante a la cena. Y, claro, sus cinco hermanos y su madre se morían de ganas de estrenarse junto con él. "Me han pedido prácticamente que se lo retransmita en streaming", contaba el cineasta, nominado por primera vez por su corto Os meninos do río. Tanto que, una vez terminado su recorrido de la alfombra roja, volvió atrás para fotografiar a su vez a los retratistas, que diría Antonia Guzmán.
Obviamente, no solo de debutantes se compone una cena pre-Goya. Había unos cuantos más, de la actriz Irene Escolar a la directora Leticia Dolera, pero a su lado desfilaban los veteranos, los que llevan ya tantas galas que han perdido la cuenta. ¿Tres o cuatro? Cesc Gay no lo tenía claro. Eso sí el director, favorito para los premios por su Truman, subrayaba sin embargo su pesimismo de cara a la ceremonia. Ya sea cierto o no, por lo menos "ayuda a estar más relajado".
Y eso que su filme, Truman, llega a la gala del próximo 6 de febrero como el candidato más probable al Goya a la mejor película, además de otras cinco nominaciones y un premio al mejor actor que casi lleva el nombre de Ricardo Darín. Compite con La novia, líder de las candidaturas con 12, Un día perfecto, Nadie quiere la noche y A cambio de nada. Es decir, una adaptación de Bodas de sangre de Lorca, una disparatada operación humanitaria en la guerra de Yugoslavia, el viaje real hacia el Ártico de una mujer y el retrato de una adolescencia complicada. Un triunfo de "la diversidad", como repitieron uno tras otro directores y actores a la hora de hacer un balance del cine español del año pasado.
Los datos de 2015 dan fe de una cuota de mercado del 19%, que casi todos juzgan positivamente, aunque la vicepresidenta de la Academia, Gracia Querejeta, invitaba a no dormirse en los laureles: "Parece que ha habido un dulce reencuentro entre el público y el cine español, pero siempre hay que aspirar a más". Quizás sean las relativas alegrías de la taquilla, quizás las recientes elecciones y la incertidumbre política, pero tras años de galas reivindicativas y ataques frontales del sector al PP y su Gobierno, esta vez se hablaba casi solo de cine. Poco, eso sí, ya que entre retrasos y las prisas de los promotores, muchos de los protagonistas eran literalmente arrastrados lejos de la prensa tras contestar a apenas un puñado de preguntas.
Sea como fuere, ¿qué necesita ahora el cine español? Tal vez, por ejemplo, los Goya ayuden a crear más interés hacia las nominadas, ya que entre los cinco filmes que optan al premio a la mejor película tan solo suman 1,1 de los 87 millones de entradas que se vendieron en España el año pasado. Leticia Dolera sugería además una necesidad simple y de ecos berlanguianos: "Alguien que hable francés". Es decir, alguien que traduzca las leyes con las que Francia tutela a su cine, esas que salen citadas como ejemplo modélico en prácticamente cualquier entrevista con un director español. Dolera también hacía la inevitable referencia de la noche al IVA cultural al 21%, pero tanto ella como sus compañeros parecían apostar más por el optimismo.
Incluso en un país donde hacer una película "es un acto heroico", tal y como afirmó el año pasado justo en la gala el entonces presidente de la Academia, Enrique González Macho. "Como productor sí, es muy complicado. Yo no podría correr los riesgos que asumen ellos", defendía Cesc Gay. Y Fernando León de Aranoa, director de Un día perfecto, destacaba que es una profesión muy difícil, que precisa "testarudez y cabezonería", pero que los héroes son otros, por ejemplo los que llevan a cabo tareas humanitarias en áreas de conflicto, como sus protagonistas.
Desde luego, ningún esfuerzo les costaría disfrutar del menú que les esperaba, en una cena con menos invitados debido a la voluntad de la Academia de ahorrar. Así que tan solo una cuarentena de mesas llenaba el espacio que en Nochebuena la alcaldesa de Madrid, Manuela Carmena, ya cedió a 300 sintecho. Aparte del glamur, esta vez el menú preveía una carrillera de buey estofada como plato estrella. Además, había un cóctel específico por cada una de las películas favoritas. Y una certeza: por una noche daba igual que triunfara el Truman, con whisky y zumo de naranja, o el La novia, con jerez y tabasco. Seguro que todos acabaron felices.
Babelia
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