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Vida y obras en el centro de la Tierra

Ajena a la ciencia, la teoría de que el planeta está hueco y hay un submundo paralelo pervive desde el siglo XVII

Patricio Pron

Athanasius Kircher formuló en 1665, cuando no existían los medios científicos para ponerla a prueba, una hipótesis por completo descabellada: la de que la Tierra sería hueca y estaría habitada en su interior. Su supervivencia tres siglos y medio después, cuando esos medios ya existen y la ciencia sostiene que la Tierra no es ni puede ser hueca, quizás sorprendiese al jesuita alemán. Sin embargo, si se introduce la expresión “Hollow Earth” en Google, se obtienen más de 4,5 millones de resultados.

Getty

La supervivencia fuera del ámbito científico de la hipótesis de Kircher ha sido celebrada recientemente por un volumen de ensayos que pone de manifiesto la excepcional capacidad de la idea de una Tierra hueca para reflejar las ansiedades de nuestra cultura, sus angustias y aspiraciones. En Mundo subterráneo (La Felguera, 2015), Grace Morales, Josep Lapidario y Javier Calvo, entre otros autores, discuten asuntos como la teratología marina, las cartografías infernales y el urbanismo subterráneo, demostrando que la idea sigue siendo inusualmente productiva para los escritores.

A pesar de lo cual, y aunque incluye un extenso fragmento del tratado de Kircher, el libro no explica la supervivencia de la hipótesis, ni las sucesivas variaciones que ésta ha experimentado en los últimos siglos, asunto del que sí se ocupa David Standish en La Tierra hueca: La larga y curiosa historia de la concepción de países extraños, criaturas fantásticas, civilizaciones avanzadas y máquinas maravillosas bajo la superficie de la Tierra (Da Capo Press, 2006).

Standish habla de libros como Symzonia, considerada la primera utopía escrita en territorio estadounidense, así como de la especulación científica en torno al tema en las obras de Edmond Halley, John Leslie (quien creía que el interior del planeta estaba iluminado por dos soles llamados Plutón y Proserpina) y John Cleves Symmes, autor de la hipótesis de que las puertas a las profundidades se encontrarían en los polos.

A lo largo de su historia, la Tierra hueca habría sido, en ese sentido, y alternativamente, una excusa para abordar los más variados temas. Así, en la fantasía pulp de 1892 La diosa de Atvatabar, la existencia de un submundo ofrecía la oportunidad para continuar con la adquisición estadounidense de territorio. Para Edgar Allan Poe (La narración de Arthur Gordon Pym) y Howard P. Lovecraft (En las montañas de la locura) constituía el asiento de un horror impredecible, y para los franceses Alejandro Dumas padre (Isaac Laquédem) y Julio Verne (Viaje al centro de la Tierra) era un buen lugar donde dar cuenta de las teorías de la evolución de las especies y el origen del hombre.

El submundo también ha servido como repositorio de las ansiedades generadas por la tímida adquisición de derechos por parte de las mujeres occidentales, como en Mizora, la novela de Mary E. Bradley Lane de 1881 donde éstas han exterminado a los hombres. También En el centro de la Tierra, del popular Edgar Rice Burroughs, una raza de pterosaurios inteligentes y violentos llamados Mahar infunde un terror mayor en los personajes cuando estos descubren que todos los Mahar son hembras.

En Symzonia, los habitantes del mundo subterráneo son, ricos vegetarianos, abstemios y practican la democracia 

Antes de transformarse en el lugar en el que los nazis estarían agazapados o aterrizarían los ovnis, la Tierra hueca fue, también, el ámbito para la promoción de ideas de pureza racial y religiosa: en Symzonia, por ejemplo, los habitantes del mundo subterráneo son vegetarianos, abstemios, practican la democracia y son blancos e inmensamente ricos; y en La narración de Arthur Gordon Pym los salvajes tienen negros hasta los dientes. Pero nadie llegó más lejos en sus visiones infraterrenas que el estadounidense Cyrus Reed Teed, quien en torno a 1869 decidió que la Tierra es cóncava y hueca y que nosotros vivimos en su interior, revelación que lo llevó a fundar el Koreshianismo, una religión bastante popular en su época.

Si estas visiones no bastasen para explicar la persistencia de la idea de la Tierra hueca —pese a toda evidencia científica en su contra—, quizás esta se pueda encontrar en una cierta resistencia remanente a logros científicos que habrían expulsado del mundo el misterio. Así, la celebración nostálgica de la Tierra hueca y de las visiones artísticas que produjo en Mundo subterráneo, y la creencia inconsistente de que la ciencia y los medios de comunicación nos estarían mintiendo, que abunda en las cloacas de Internet (donde, por cierto, la idea de la Tierra hueca compite con la de la Tierra plana), serían formas de satisfacer el deseo de que no todo sea lo que parece, y se nos dice que es en una época de impotencia y frustración ante amenazas incomprensibles, pero muy reales.

Al igual que en la también subterránea Alicia en el país de las maravillas, el submundo constituye un reflejo de aquello que se encontraría arriba, en nuestro mundo, pero ese reflejo no está tan distorsionado como parece a simple vista: de hecho, como pone de manifiesto el reciente filme de Ulrich Seidl En el sótano, los dos mundos no pueden parecerse más.

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