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CRÍTICA / LIBROS

La narrativa de la conspiración

Vásquez propone una reflexión sobre fantasmas del pasado y la herencia de culpas, dudas y temores

El nombre de Jorge Eliécer Gaitán no dirá nada al lector español, pero en Colombia es central. Sobre todo tras su asesinato en 1948, inicio de un tiempo de violencia política que dejó el terreno abonado para la posterior guerra civil de paramilitares, guerrillas y narcotraficantes de la que hoy intenta recuperarse un país “donde amenazar de muerte es casi una rutina”.

Así habla el narrador, el propio Juan Gabriel Vásquez, que se disfraza de personaje de novela autoficcional para proseguir su indagación del pasado colombiano. Si en El ruido de las cosas al caer se asomaba a violencias más recientes, ahora vuelve la vista más atrás, hasta Gaitán y, aún más remoto, el magnicidio en 1914 del liberal Rafael Uribe. Dos asesinatos políticos que comparten la conmoción causada y las muchas zonas oscuras sobre su autoría, pues coinciden en algo más definitorio de Colombia que la violencia: la impunidad.

Vásquez propone una reflexión sobre fantasmas del pasado y la herencia de culpas, dudas y temores. Pero aunque el eje del libro sea Gaitán, pronto su centro es ocupado por aquel otro crimen de 1914, abriendo un juego de espejos y paralelismos.

Es ahí donde están sus mejores momentos: la reconstrucción ficticia de la investigación que el joven abogado Anzola hizo del asesinato de Uribe. Con enorme habilidad, Vásquez nos hace acompañarlo en su labor detectivesca, cada vez más enrevesada, hasta culminar en las vibrantes jornadas del juicio donde aquel trata de probar la complicidad de poderes en la sombra. Si apasionante es su relato, más aún la construcción psicológica de Anzola, en un atractivo claroscuro: ¿es un luchador por la justicia y la verdad, o un conspiranoico que ve manos negras por todas partes?

Surge así uno de los grandes temas de esta novela: el auge de las teorías de la conspiración desde el siglo XX hasta ahora. Cómo las zonas oscuras de todo gran crimen (y cuál no las tiene) alimentan teorías heterodoxas, algunas razonables, otras perdidamente delirantes. Y cómo toda conspiranoia comienza por elaborar un relato coherente y de narrativa irresistible, bajo la promesa del secreto desvelado.

Vásquez propone una reflexión sobre fantasmas del pasado y la herencia de culpas, dudas y temores

Cuando Anzola ve que nadie le cree, decide escribir un libro. Un relato con el que competir en la guerra por el relato histórico. Lo mismo hace el otro gran conspiranoide de esta novela, Carlos Carballo: en su obsesión por encontrar la verdad oculta del asesinato de Gaitán, busca quien escriba un libro. Porque “eso que usted llama historia no es más que el cuento ganador”.

Ahí está la jugada de Vásquez: acomodarnos a los lectores del lado de la conspiración, hasta hacernos dudar sobre las distintas versiones de aquellos sucesos (de cualquier suceso). Y luego dejarnos ahí, incómodos, cuando el autor se lava las manos en el escepticismo. Aunque todas sus novelas tienen algo de investigación, esta vez Vásquez opta por un modelo narrativo muy de nuestro tiempo, pero que a fuerza de repetirse empieza a mostrar síntomas de agotamiento: el novelista que, a la vez que una historia “real”, nos cuenta cómo llegó a ella, cómo surgió su necesidad y en qué vicisitudes y azares se vio envuelto hasta escribirla, mezclado con vivencias personales. Para entendernos, lo que con tanta fortuna hizo Cercas en Soldados de Salamina tiempo atrás, aunque Vásquez se encomienda más a Sebald.

Esta elección formal tiene riesgos: la verdadera zona de interés se demora decenas de páginas con rodeos y meandros que acaban pareciendo excesivos bajo la luz potente de lo que se cuenta después. Y lo mismo le puede pasar al personaje Vásquez en algunos momentos: que quede empequeñecido a la sombra de los inolvidables Anzola y Carballo.

La forma de las ruinas. Juan Gabriel Vásquez. Alfaguara. Barcelona, 2016. 554 páginas, 18,90 euros

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