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Toledo hace sangrar la cerámica

El artista oaxaqueño representa el trauma de los desaparecidos en México

Pablo de Llano Neira
Obra de Francisco Toledo en la exposición 'Duelo'.
Obra de Francisco Toledo en la exposición 'Duelo'.MUSEO DE ARTE MODERNO

Francisco Toledo (Juchitán, Oaxaca, 1940) reitera su denuncia del horror en México. No ha dejado de hacerlo desde la macabra desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa en 2014. Estudiantes que tocaron la fibra de su identidad. Chicos rurales, herederos históricos de la violencia contra los indígenas. El artista, de origen zapoteco, ha fustigado una y otra vez en los últimos tiempos a su país: “Es salvaje, cruel, incontrolable”. “Hay un México bárbaro”. “Ayotzinapa es una vergüenza que no tiene nombre. Los políticos quieren que se pase página, pero esa página no se podrá pasar nunca. Queda para la historia de la infamia”.

Su exposición Duelo, en el Museo de Arte Moderno de la Ciudad de México, son todas esas palabras y esos pensamientos convertidos en objetos de cerámica con formas humanas y animales. Toledo, experto en combinar la artesanía con el arte, ha fabricado un centenar de piezas en hornos de alta temperatura que representan el espanto mexicano y que hizo en memoria de los 43. Algunas tienen rostros con el gesto retorcido, un ojo vacío, otro fuera de la cuenca, cuerdas entrando y saliendo de las cavidades faciales como culebras de Medusa.

Recuerdan a la imagen más aberrante que dejó el caso Ayotzinapa: el cadáver de Julio César Mondragón, un compañero de los desaparecidos asesinado aquella noche y abandonado en la carretera con la cara desollada. La calavera moral de un país.

La sala ha sido iluminada con intención dramática. Umbría, con luces suaves alumbrando las hileras de objetos y formas. Nudos, espirales, cuernos, sapos, pinchos, un zapato cuya entrada es una boca abierta gritando, un esqueleto con la cremallera del pantalón y el cinturón abiertos, como suelen aparecer los muertos, sin la dignidad de una simple cremallera subida, humillados vivos, humillados muertos; ollas espinadas, bandejas espinadas, una de ellas adornada con la abstracta superficie de un cráneo con un orificio de bala en el medio, mechones de cabello negro, una fuente rebosada de orejas, un reluciente huevo de gallina, cabezas de perro, saltamontes, otro esqueleto, este con los intestinos derramados, un pájaro, un pulpo, pequeños murciélagos. Y un detalle particular: en las cabezas de las víctimas –con rasgos faciales prehispánicos–, gorras. Gorras como las que lleva cualquier muchacho o adulto mexicano de hoy.

El color predominante es el rojo.

Obra de Toledo en la exposición 'Duelo'.
Obra de Toledo en la exposición 'Duelo'.MUSEO DE ARTE MODERNO

También gris ceniza. Marrones. Variedad de oscuros.

“Un zapato”, le advertía la semana pasada una visitante a su acompañante. “Qué fuerte es esto. Es lo que queda. Lo que dejan de ti es un zapato, Paco”.

La opinión –solicitada– de dos vigilantes de la sala que pasan horas cada día en la exposición.

–Es entre triste y violenta”, dice uno.

–Demasiado tétrico. No me llevaría nada de esto a mi casa –comenta otra.

El bestiario de Toledo no es una colección de adornos domésticos. Es la representación de la infamia doméstica mexicana. Aunque tres señoras que entraron conversando juntas lo veían de otra manera: “Qué cosas preciosas”. “Más bonito incluso que sus pinturas”.

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