“Kerouac es una farsa y Burroughs me da hueva”
El gringo (perdón, estadounidense) Kurt Hollander carga contra lo que le rodea aunque su arte es algo más "que solo echar mierda"
El hombre fibroso y rapado al cero que entra por la puerta trae tatuada una frase en el brazo: “Viva la muerte”. Kurt Hollander (Nueva York, 1959) tiene un aire a Pep Guardiola pero su discurso es mucho más incendiario. En la próxima hora de entrevista cargará contra la obesidad, Walmart, los escritores muertos hace décadas y los escritores vivos que tiene como vecinos. Ah, y contra los yupis, un concepto que parecía enterrado. “No soy muy sutil. Soy de la vieja escuela de quejarse a lo grande”, dice cuando ya ha entrado en calor.
Al otro lado de la mesa, este “ecologista urbano autobiográfico” sostiene que los chilangos van a padecer una muerte lenta por el hecho de vivir en la Ciudad de México. Las hormonas, los pesticidas, los aditivos del tabaco, los parásitos en el agua o la contaminación está acabando con ellos de una manera silenciosa. Hollander, en su libro Formas de morir en México (editorial Trilce), considera que se debe a que los mexicanos pasaron de vivir una existencia tradicional a un estilo de vida urbano y global a raíz del tratado de libre comercio que firmaron con sus vecinos del norte.
Fue ese momento de la historia en la que los Mcdonald’s desplazaron a las fondas de comida casera. “Estados Unidos está matando a México, esa es la realidad”, dice Hollander, que se enfada cuando se le intenta enmarcar en la tradición de otros escritores estadounidenses que anduvieron por estos lares. Le mata que le llamen "gringo", como yo he hecho un par de veces nada más empezar. Kerouac es “una farsa, un mal escritor”, y la ficción de Burroughs “da hueva”. Otros compatriotas, a los que no quiere que se les cite porque todavía están vivos, vienen a este país porque las cantinas son más baratas y es “más fácil ligar con chicas”. Solo están “llenando sus bolsillos” mientras trabajan para grandes corporaciones.
Los hijos de Hollander imitan a menudo su fatalismo. ‘Pinches gringos, pinches españoles’, le parodian cuando se pone tremendo. Sí, los conquistadores también salen mal parados en el radar de Kurt. “Pero no creas que este libro es solo tirar mierda, aunque hay mucho de eso. En verdad estoy haciendo un homenaje a la cultura local. Los chicos de hoy solo aprecian lo internacional, lo exitoso. Yo aprecio lo que ha estado aquí durante toda la vida”.
Hace años, en un esquinazo abrió un bar, El Barracuda. Inspirado en La Floridita de La Habana servía margaritas y comida cubana. Con el tiempo traspasó el negocio. Ahora es una hamburguesería que imita el modelo de vida americana de los años veinte. Malteadas, colores pastel y pajitas para dos. Kurt no ha vuelto a entrar a ese bar en su vida, ni piensa hacerlo.
¿La Ciudad de México? “La odio por haber traicionado sus raíces”. ¿Nueva York? “Es una mierda”.
Cuesta imaginarlo pero Kurt de joven tenía el pelo a lo afro. Llevaba una navaja en el bolsillo y unos lunchacos por si la cosa se ponía fea en el Lower East Side. Entonces era un barrio de inmigrantes puertorriqueños, italianos e irlandeses. Peligroso pero auténtico. Con el tiempo las rentas bajas se fueron extinguiendo. Los yupis de Wall Street llegaron como bárbaros invasores y las tascas se convirtieron en galerías de arte. Los vagabundos del Tompkins Square Park, atrincherados allí durante décadas, fueron expulsados. Los judíos, hispanos y negros se tuvieron que ir a la periferia ante el avance inexorable del capital.
Hollander huyó como alma que se lo lleva el diablo. En México encontró “una vida auténtica” pero con los años la globalización le ha vuelto a alcanzar. No hay escapatoria.
-Después de divorciarme paso la mitad del año en otra ciudad.
-¿Cuál?
-Ummmm.
-¿Me lo ocultas?
-No quiero que aquello se llene de pinches gringos.
Kurt Hollander presenta su libro en la FIL el sábado, día 5, a las 13.00.
Babelia
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