No pases por aduana un faisán muerto
El otro día, haciendo tiempo en el aeropuerto de Boston, fui a parar ante una vitrina con objetos incautados, exhibidos con el aleccionador propósito de que no se te ocurra llevar nada parecido. Para mi sorpresa, había cosas que a lo largo de los años he pasado yo. No me refiero a armas automáticas, granadas de mano o cortaúñas, aunque entre los souvenirs que he estado a punto de meter en mi maleta figuran una bayoneta japonesa y el auténticorevólver de Lawrence de Arabia que trató de venderme hace años un anticuario de Damasco —le habrá sido más útil a él—. No, de lo que hablo es de elementos naturales, que eso era lo que se desplegaba copiosamente en la vitrina: pedazos de coral, caparazones de tortuga, mandíbulas de tiburón, conchas, mariposas exóticas, plumas, un frailecillo taxidermizado, esas cosas. Me dio en meditar sobre ello y más aún porque anunciaron el retraso de mi vuelo. No se desprenda de lo que digo que soy un traficante de animales denunciable o que me salto a la torera el convenio CITES. Lo mío en realidad, lejos de las grandes piezas, es un fetichismo a menor escala, que se reduce a coleccionar en los viajes recuerdos menos convencionales que las camisetas o los imanes de nevera.
De la Patagonia me traje un hueso de guanaco roído por un puma. De Kenia, pelillos de hiena que ahora mismo no sé dónde he puesto. En Delfos encontré una exuvia (una muda) de serpiente que me pareció muy oracular aunque ha devenido un montoncito de polvo escamoso. He llevado a casa suficiente arena de la tumba de Tutankamón como para desenterrarla otra vez (es decepcionante, para el profano, cómo se parece a la arena de cualquier otro sitio). Atesoro varios fragmentos de mortero de la Gran Muralla China —lo que me hace ser un adelantado de la actual promoción de libros de National Geographic sobre el patrimonio de la humanidad (“un trozo de la Gran Muralla es tuyo”)— y una vez llené un potecito de carrete fotográfico con arenilla que extraje de un muro de la casa natal de Napoleón en Ajaccio, cerca del lavabo.
Imaginen cuál ha sido mi sorpresa al enterarme de que, según una encuesta, entre las cosas más incautadas a los viajeros españoles en los aeropuertos figura la arena de playa (supongo que será de algún lugar exótico, de Guadalcanal más que de Lloret), seguida de un animal vivo, piquetas para sujetar las tiendas de campaña (?), y un animal muerto, “como por ejemplo un faisán”, apunta el estudio. Me digo que yo (a priori) jamás transportaría un faisán muerto, especialmente en un viaje con una larga escala en Boston, y con retraso. Un encuestado reveló que le habían confiscado un ladrillo, que era un elemento que se traía siempre de los diferentes países a los que viajaba. Me encanta ver que hay colecciones más absurdas que la mía, aunque a esa no se le puede negar solidez. Y ya me dirán por qué te han de incautar en una aduana un ladrillo. Da que pensar.
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.