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DOS ENCUENTROS
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El sosiego y la ira

Del Paso vivió en Londres y su voz retumbaba como un eco de la cultura En la FIL del año pasado gritó a Peña Nieto: “¡Todos somos Ayotzinapa!”

Juan Cruz
El escritor mexicano Fernando del Paso habla por teléfono hoy, jueves 12 de noviembre de 2015, en su casa de Guadalajara (México).
El escritor mexicano Fernando del Paso habla por teléfono hoy, jueves 12 de noviembre de 2015, en su casa de Guadalajara (México).Ulises Ruiz Basurto (EFE)

Durante 14 años, Fernando del Paso y los suyos vivieron en Europa, en el sosiego de Londres, por ejemplo. Era un caballero inglés entonces; su voz retumbaba como un eco de la cultura que juntaba dos orillas, la de Lorca y la de Rulfo, la orilla de Cervantes y la de Paz, su amigo. Una vez, en casa de Cabrera Infante y de Miriam, esas orillas se confundieron; entre ellos rompían las costuras del mundo, porque las de ambos eran literaturas asentadas en una geografía concreta, México, Cuba, pero se alzaban, se alzan, universales, gracias a la capacidad que tiene el hombre para alcanzar sabiduría y decirla sin que pese más el conocimiento que la alegría de contarlo.

En ese entonces era como fue después Fernando del Paso, un hombre sosegado de Guadalajara que trabajaba para la BBC y que transitaba con sigilo por la fama que le dio José Trigo. Se diría que aquel locutor de lujo que tenía la BBC hablando un español lleno del acento del mejor castellano era un seudónimo ilustre de otro Fernando del Paso que había escrito ese libro central en lo que en otros sitios se llamó boom y que no les tocó ni a él ni a Cabrera, a quienes sí les ha tocado el Cervantes, por cierto.

El tiempo luego le dio otros honores, pero siempre se me quedó en la retina aquel personaje pausado que hablaba de Lorca o de Paz, y persistía en su moderada pasión por silenciarse, como si, Borges lo diría, fuera en efecto otro. El año pasado, ante una multitud, en Guadalajara, México, recibió el abrazo de muchos, Claudio Magris incluido, cuando pronunció desde el estrado, subido a su silla de ruedas, un grito de guerra que entonces sonaba como si estuviera gritando a favor de Lorca y de otros asesinados en las carreteras sucias de la vida: su grito era a favor de los 43 estudiantes que habían sido víctimas del narco en Ayotzinapa.

Él le dijo, con su voz rota, la que en un tiempo fue la voz clásica de la BBC en español, “¡Todos somos Ayotzinapa!” a Peña Nieto, y a pesar de la dificultad para decir tuvo la virtud de gritar letra a letra lo que estaba en el corazón de los mexicanos.

Luego de decir ese grito (en México todo es un grito, hasta el silencio), Del Paso nos recibió a Verónica Calderón y a este cronista en su casa llena de los bellos recuerdos de sus viajes por el mundo. Estaba ya preparado para las fotos y ya había contestado por escrito las preguntas que le propuso Verónica, porque se las tenía que dictar a su hija, Fernando ya no podía decir, pero podía gritar, el día anterior había gritado.

Cuando lo vimos, entendimos que él se burlaba de la edad del tiempo, y hasta del dolor que produce la enfermedad que padece; así que, para darnos un mensaje burlón, vital como su risa, allí estaba vestido como un artista de rock, con sus gafas de colorines, con su corbata de la era de los Beatles. Era un señor inglés que escribía de México porque entonces, en Londres y siempre, fue tan mexicano como Rulfo y como Ayotzinapa.

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