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Colombia: la violencia como materia prima de las artes

La posibilidad de un cercano acuerdo de paz con las FARC sirve de contexto para que intelectuales y artistas reflexionen sobre el tratamiento que la cultura ha dado tradicionalmente a la realidad del país

Detalle de 'Tipico colombiano', obra de Ethel Gilmour, que recoge diferentes momentos de violencia del país.
Detalle de 'Tipico colombiano', obra de Ethel Gilmour, que recoge diferentes momentos de violencia del país.EL PAÍS

“Jugué mi corazón al azar y me lo ganó la violencia” (La vorágine, novela de José Eustasio Rivera).

“El país se derrumba y nosotros de rumba” (dicho popular).

“El peligro es que te quieras quedar” (lema).

Estas tres frases nacidas en distintas épocas y recitadas por muchos colombianos sobre su país reflejan tres estadios de la violencia centenaria que vive desde la conquista española, y en una espiral desde el 9 de abril de 1948, cuando asesinaron al candidato a la presidencia Jorge Eliécer Gaitán. Ahora, las cosas podrían estar cambiando con el preacuerdo de paz alcanzado en La Habana por el Gobierno de Colombia y la guerrilla de las FARC.

Una violencia que ha servido de tristísima materia prima para la literatura, el cine, las artes plásticas y el teatro, compuesta de muerte, pavor, dolor, miedo e incertidumbre. Un género en sí mismo. Y con nombres propios muy importantes y obras esenciales dentro y fuera de Colombia. En literatura, desde José Eustasio Rivera, hasta Gabriel García Márquez, pasando por autores contemporáneos como Fernando Vallejo, Héctor Abad, Evelio Rosero, Darío Jaramillo, Juan Gabriel Vásquez y Laura Restrepo. En artes plásticas desde Alejandro Obregón, hasta Doris Salcedo, pasando por Débora Arango o Fernando Botero.

“Quien va a Colombia percibe casi enseguida que la acechanza de la muerte va entreverada con una desbordada fascinación por la vida. La madre patria amamanta a sus hijos con ambos pechos: con uno le da violencia, con otro le da alegría. Como si viviéramos en carnaval, vida y muerte alientan un foforro al que da cuerda el vigor sin reposo del trópico”, cuenta Laura Restrepo que ha reflejado parte de esa realidad en novelas como Leopardo al sol. Su retrato continúa: “Un número sorprendente de buenos literatos, poetas y periodistas; baile y música; fiero sentido del humor; espíritu temerario; bibliotecas públicas de lujo; estudiantes vivaces y curiosos; madres valerosas; un destacamento gentil de maestras y maestros; médicos abnegados; curas comprometidos, unos cuantos jueces insobornables; rebeldía a borbotones y una obstinación casi poética en emprender procesos de paz en medio de la guerra, conforman en la propia boca del volcán esa zona de seguridad donde la supervivencia se resguarda y se potencia”.

En la Colombia de las últimas décadas, dice el jurista Hernando Valencia Villa, el impacto de la violencia política en las letras y las artes ha sido muy desigual: “Mientras en la narrativa y el teatro existe una tradición muy significativa de obras relacionadas con la violencia bipartidista (1948-1964) y el conflicto armado interno (1964-2015), en la plástica y la música no se advierte una resonancia comparable”. El experto sospecha que la sociedad colombiana se ha “anestesiado”. “Pero este distanciamiento moral no ha sido sólo un mecanismo de adaptación y supervivencia sino también una forma de colaboracionismo y complicidad con la barbarie”.

Literatura

La literatura es la que más ha abordado el tema en todos sus géneros, especialmente la narrativa. Héctor Abad Faciolince, autor de El olvido que seremos, sobre el asesinato de su padre, destaca la novela Los Ejércitos, de Evelio Rosero, y El ruido de las cosas al caer, de Juan Gabriel Vásquez: “La primera se ocupa de la anomia de la violencia en el campo; la segunda, de la violencia política urbana y rural, contaminada de narcotráfico. Tanto las artes plásticas como la literatura consiguen que un espectador o un lector cómodos, se desacomoden y se pongan en el papel de las víctimas. Las artes educan en la empatía y en la capacidad de salirnos de nosotros mismos. Y en la evocación del propio dolor al ver o al leer el dolor ajeno”.

En cierto momento, las novelas sobre la violencia eran todo un género y un grueso catálogo, explica Darío Jaramillo, poeta y narrador, y víctima de la violencia. Recuerda que ese tema ha dado “excelentes materiales, como varias novelas y reportajes de García Márquez, para empezar por el principio. Y, además, Manuel Pacho, de Eduardo Caballero Calderón, Cóndores no entierran todos los días, de Gustavo Álvarez Gardeazábal y, más reciente, Siempre fue ahora o nunca, de Rafael Baena sobre los últimos 30 años”.

Uno de los escritores más jóvenes es Juan Gabriel Vásquez.dice que “la novela colombiana ha vivido siempre obsesionada con nuestros peores demonios. “Jugué mi corazón al azar y me lo ganó la violencia”, dice el narrador de La Vorágine, que es un libro escrito en tiempos de paz. Dos décadas después, Colombia estaba hundiéndose en la llamada Violencia: una guerra partidista que nos dejó trescientos mil muertos, un conflicto armado que dura hasta hoy y suficientes novelas como para llenar una biblioteca. La inmensa mayoría eran obras olvidables, hijas de la indignación y del afán de denuncia, y valiosas como documentos pero carentes de todo interés literario. Uno de los críticos más duros de esas novelas, el joven García Márquez, las acusó ser un mero inventario de muertos, y se puso entonces en la tarea de contar la violencia de otra forma: de ahí salieron El coronel no tiene quien le escriba y La mala hora. A partir de entonces, la literatura colombiana ha entendido —de Fernando Vallejo a Laura Restrepo, de Evelio Rosero a Héctor Abad— que la entrada a la violencia debe ser lateral y ambigua. En otras palabras, que no hay que mirar a la Gorgona a los ojos, porque corre uno el riesgo de quedarse convertido en piedra".

El arte como refugio

Héctor Abad Faciolince, autor de El olvido que seremos,sobre el asesinato de su padre dice que "siguiendo el modelo de Goya o de Picasso, también en Colombia ha habido artistas que han pintado con rabia y horror la violencia". Piensa en Débora Arango, "que se nutrió del expresionismo alemán y del muralismo mexicano. Alejandro Obregón también la pintó, y más recientemente Ethel Gilmour y Germán Londoño".

La pintura más emblemática del arte colombiano del siglo XX, dice Darío Jaramillo, es el óleo Violencia, ganador del salón de artistas de 1962, de Alejandro Obregón. El cuadro permaneció mucho tiempo en la colección de Hernando Santos, pero hoy puede verse en una pared del museo del Banco de la República en Bogotá". Otros artistas son Luis Caballero, Fernando Botero y Doris Salcedo.

Para Salcedo, que ha denunciado esa violencia y la pasividad oficial, su trabajo “es un documento de la historia reciente de mi país contada por las víctimas, por los derrotados”, dijo en una entrevista a EL PAÍS en 2010. Un panorama general lo traza  el crítico Carlos Jiménez: “Desde las punzantes acuarelas de Débora Arango hasta las fúnebres instalaciones de Doris Salcedo los artistas colombianos han intentado con sus obras ofrecer la posibilidad de asumir en términos de catarsis liberadora la crueldad de una historia cargada de muerte y destrucción. Los mejores de entre ellos lo han logrado y es a ellos a quienes debemos gratitud por haber hecho del arte un refugio cierto contra la barbarie”.

Teatro

“El teatro siempre ha tenido el tema muy presente. Al ser algo más urgente y rápido las obras han llegado pronto. Compañías como las de La Candelaria, en Bogotá, con Santiago García, o el TEC, de Cali, con Enrique Buenaventura, son un ejemplo de esa expresión como forma de arte y de protesta", asegura Carlos José Reyes, dramaturgo, guionista de cine y televisión y autor de Teatro y violencia en 200 años de historia de Colombia, del cual ya ha publicado dos de tres volúmenes.

Uno de los éxitos históricos de La Candelaria es Guadalupe años 60, que narra la vida y asesinato de un guerrillero por la policía. Y del TEC, Los papeles del infierno sobre los distintos tópicos de la violencia, recuerda Reyes, que con su libro de teatro a ahondado en la historia de Colombia.

Medellín ha dado autores como Gilberto Martínez, uno de los creadores del movimiento teatral moderno. Entre los dramaturgos contemporáneos, Reyes cita a Jaime Aníbal Niño, Henry Díaz, José Domingo Garzón, con obras como El salado o Muchacho no salgas, sobre el sicariato. El experto no se olvida de Víctor Viviescas, "que ha hecho un teatro muy complejo. Por ejemplo, La esquina, muestra las bandas de pequeños sicarios en Medellín". Reyes dice que los años sesenta fueron una inflexión, después llegó el teatro de izquierdas. De los años 90 destaca la obra La trifulca, sobre el asesinato de los miembros del partido Unión Patriótica (UP) el brazo polítco de la guerrilla.

Cine

Al igual que el teatro, el cine en sus inicios era más de crónica, más descriptivo pero iba más allá del testimonio y la denuncia. Una de las primeras películas destacables, según Carlos José Reyes, es Canaguaro, dirigida por chileno Dunav Kuzmanich. En los noventa se rueda Cóndores no entierran todos los días, de Francisco Norden, que cuenta la vida de un asesino muy violento, al que llamaban el Cóndor, mientras a los demás asesinos los llamaban pájaros.

Víctor Gaviria abre una etapa con el cine de temática derivada del narcotráfico y el narcoterrorismo. Entre ellas figuran Rodrigo D. No futuro. Películas que narran la descomposición de los barrios nororientales de Medellín donde tenía mucha influencia el capo Pablo Escobar. En los último saños ha habido otras películas con cierto sentido del humor como Golpe de estadio, de Sergio Cabrera. Además de adaptaciones literarias tan importantes como La virgen de los sicarios, de Fernando Vallejo, y Rosario tijeras, de Jorge Franco.

En los últimos años, la televisión ha tratado mucho esta temática pero centrada en el mundo del narcotráfico. Uno de los éxitos colombianos e internacionales fue la adaptacion de la novela Sin tetas no hay paraíso, de Gustavo Bolívar. Además de otras series basadas o inspiradas en libos sobre Pablo Escobar y los carteles de Medellín y Cali.

Música

A diferencia de los narcocorridos mexicanos, en Colombia no ha surgido una música muy clara o popular que hable sobre la violencia. Sin embargo, el teatro sí lo ha hecho con obras expresamente creadas para ellos. De manera más residual hay coplas, o la música llanera que acompañda del arpa canta tragedias.

Es una violencia que viene de muy muy atrás, recuerda Carlos José Reyes... Luego se arremolina en el siglo XIX tras la independeica de España en 1810, con sus 70 guerras civiles que culminaron en la llamada Guerra de los Mil días. En el siglo XX el magnicidio de Gaitán, el 9 de abril de 1948, fue la mecha que incendió el país. Nacería la violencia como una medusa... guerrilla, paramilitares, narcotráfico, narcoterrorismo, sicariato, alentada, a veces, por la propia violencia del estado a lo largo de los años, sobre todo con los llamados "falsos positivos" durante el gobierno de Álvaro Uribe, en el primer decenio de este siglo. Años de orfandad de la paz que ha servido como materia prima para los creadores y una espina dorsal sobre la que se levanta la historia de los colombianos.

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