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Madonna predica en Nueva York

La reina del pop desembarca en el Madison Square Garden con una gira cargada de erotismo y liturgia

Amanda Mars

A Madonna, como a misa, los devotos de verdad acuden con fe y entrega. Se saben cercanos al éxtasis desde horas antes del concierto, no importa demasiado que el espectáculo no haya empezado o lo que digan las críticas del último disco. Los más creyentes forman una especie de galería antes del show: los guardianes de las esencias, ataviados con sujetadores en forma de cono; los cumplidores con los últimos estilismos de la artista, disfrazados de toros y toreros; y todos aúllan a cada pequeño gesto, como si vieran a una divinidad y con eso bastara.

Por eso probablemente, en lugar de subirse al escenario, Madonna ve más coherente bajarse a él desde las alturas. Anoche lo hizo metida dentro de una jaula en el Madison Square Garden de Nueva York para arrancar el concierto con dos temas pegadizos y muy declarativos: Iconic y Bitch, I’m Madonna. En español: Soy Madonna, perra.

Era, para ser exactos, Madonna inundando el escenario con su fabuloso cuerpo de baile, vestidos de samuráis, en la segunda cita de su nueva gira mundial, Rebel Heart Tour, un espectáculo apabullante -a veces circense- de algo más de dos horas, en el que la mezcla de erotismo y religión, marca registrada de la casa Ciccone desde hace 30 años, se eleva a su máxima potencia.

Madonna dentro de una jaula en el concierto de Nueva York.
Madonna dentro de una jaula en el concierto de Nueva York.SHAUN TANDON (AFP)

El Papa Francisco celebrará una misa multitudinaria la semana que viene precisamente en ese mismo pabellón, pero una gamberrada del destino quiso que ayer Madonna organizara por su cuenta una iglesia muy particular, con crucifijos, cuerpos esculturales, tarifa plana de lascivia y la voz de Mike Tyson como propina extravagante.

Tras los samuráis, durante Holly Water (“Bésalo mejor, mójalo mejor, ¿no sabe a agua bendita?”, dice el estribillo), una cuadrilla de bailarinas irrumpe en el escenario en ropa interior para bailar con Madonna en una barra fija de forma sinuosa, como si de un striptease se tratara, con la salvedad de que van ataviadas con tocados de monja y la barra en cuestión tiene forma de cruz. Cuando la diva le dio un azote en el trasero a una de ellas, fue un delirio para el madonnismo. Muchos contoneos después, enlazó con un Vogue ambientado en una suerte de última cena, en medio de música de órgano y cálices.

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Los temas nuevos se combinan con una ración generosa de clásicos. Material Girl se baila como un cabaret y con Living for love el concierto se convierte en una corrida de toros con Madonna en traje de luces y los bailarines repartidos entre cuernos y matadores. La única ciudad española en la que recalará la gira es precisamente la antitaurina Barcelona, los días 24 y 25 de noviembre, y también tiene su punto ver si acaba la función envuelta en una bandera (y con cuál), como ha hecho hasta ahora: la de Canadá la semana pasada en Montreal, donde arrancó la gira, y la de EE UU ayer en Nueva York.

Madonna saluda a sus fans.
Madonna saluda a sus fans.Robert Altman (Robert Altman/Invision/AP)

Hace años que el espectáculo le comió el terreno a la música en sí, cuando el número de joyas que utiliza y los diseñadores del vestuario se convirtieron en noticia. Pero cuando anoche Madonna agarró la guitarra y cantó un dulce True Blue, y el estadio entero la siguió a pleno pulmón, o se quedó sola en el escenario para Like a Virgin, hasta la parte más agnóstica del Madison Square Garden pudo ver que además de Madonna, está Madonna, y que su su voz suena segura.

“Hoy estoy nostálgica, ¿sabéis que esto mismo lo estuve cantando aquí hace 30 años?”, dijo anoche la diva. En el 85, Madonna llevó su gira Virgin Tour precisamente al Madison y hub quien no le auguró una larga carrera, los críticos musicales de la época, en general, no fueron precisamente entusiastas.

Hoy tampoco lo son. El nuevo disco, Rebel Heart, con colaboraciones interesantes como la del DJ Diplo y temas muy pegadizos, ha sido recibido sin alharacas, como todo lo que ha hecho desde Hung up (2005). Ayer aún se podían comprar entradas para el concierto. Con el paso de los años, los nuevos trabajos de Madonna han ido perdiendo relevancia, pero eso también tiene que ver en parte con la transformación de la industria en sí: la explosión digital ha fragmentado los estrellatos. Ya no se construyen reinados absolutos como los que eran posibles en los 80 y los 90, y la ristra de Beyoncés, Rihannas o Britneys Spears que han surgido después tampoco lo han logrado, por eso conserva el trono, porque es díficil constrir otro.

Pero el paso de esos 30 años lo repitió una vez más al final de concierto. Hoy es difícil leer hoy una crítica sobre ella sin comentarios mordaces y a veces sexistas sobre su edad (56 años), sus intentos por combatirla (el bótox) o su inacta vocación de icono sexual, pero ayer lo que había en el escenario del Madison no era una mujer con aspecto de querer jubilarse. Tras un apoteósico Celebration, desapareció de nuevo por las alturas, esta vez más al estilo Mary Poppins. El letrero de despedida en la pantalla decía Bye, bitches.

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Sobre la firma

Amanda Mars
Directora de CincoDías y subdirectora de información económica de El País. Ligada a El País desde 2006, empezó en la delegación de Barcelona y fue redactora y subjefa de la sección de Economía en Madrid, así como corresponsal en Nueva York y Washington (2015-2022). Antes, trabajó en La Gaceta de los Negocios y en la agencia Europa Press

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